RECORTES DE PRENSA:
OTROS MEDIOS:
Presentación en Madrid, 09/05/2025
El autor conversa con la periodista Laura Barrachina a propósito de La transmigración en la librería Tipos Infames.
EL CORREO, 28/06/2025El cuerpo que habitamos
Por Mariano Villarreal.
¿Y si la conciencia humana pudiera trasladarse a otro receptáculo obedeciendo el mandato de un ignoto proceso cósmico? Si todo el mundo despertara de repente en un cuerpo ajeno, ¿quiénes intentarían regresar a toda costa a su hogar, aunque supieran que serían rechazados? ¿Cuántos querrían, en cambio, aprovecharse de la situación en beneficio propio y quiénes intentarían labrar su destino en favor de los demás?
La última novela del autor malagueño pone de relieve, con una clarividencia arrolladora, en qué medida nuestra identidad basa su esencia en la experiencia corporal. Una historia coral que incide en el apocalipsis personal más que en el típico colapso de la civilización, y que refleja con naturalidad los temores, las miserias y los anhelos de nuestra indolente sociedad occidental. Una obra singular, perturbadora y tremendamente humana.
El Yunque de Hefesto, 25/06/2025
Por David M. Hefesto.
Imagina despertar en un cuerpo ajeno. En otra carne, con otra edad, con otro sexo. Abrir los ojos pensando que sigues siendo tú, pero descubrir que esa nueva piel, indistintamente de si supone una cárcel, una condena o una segunda oportunidad, te obliga a cambiar, a adaptarte, y te convierte en otra versión incompleta de ti mismo.
A partir de una premisa tan impactante como una súbita redistribución de mentes en cuerpos ajenos, Juan Jacinto Muñoz-Rengel se saca de la manga una novela adictiva, menos coral de lo que en principio aparenta y que, a la postre, termina revelándose como un dispositivo filosófico de primer orden. Para ello, el autor malagueño habita distintas voces y registros. Explora numerosas sensibilidades y las hace presa del desconcierto, del dolor, del miedo y de la compasión. Como un dios caprichoso, juega con la pérdida y la muerte, con el caos y la esperanza. Al trasladar almas, las descompone, las interroga y nos enfrenta al colapso: al social, pero, sobre todo, al ontológico, pues analiza las consecuencias de la transmigración desde todas las perspectivas posibles. Nos convierte en protagonistas y en espectadores, en verdugos y en víctimas. Realiza una exploración radical del sujeto contemporáneo, extendiendo la fractura desde lo íntimo hasta lo profesional y lo económico; critica el sistema y nos recuerda que el “estado de bienestar” es más vulnerable de lo que creemos.
Juan Jacinto demuestra, en un ejercicio de estilo envidiable, que cualquier historia puede resultar creíble si se sabe cómo construirla. A través de capítulos cortos, combina imágenes poéticas con otras terroríficas. Juega con los tiempos verbales y con los diálogos. Conjuga humor negro, delirio y lucidez. Derriba cimientos y fronteras para enfrentarnos, como hiciera Saramago, a la oscuridad que habita en nuestro interior. Y este es, tal vez, el punto débil de la novela: recuerda inevitablemente a una de las obras cumbre de la literatura contemporánea. La transmigración tiene entidad propia. Es más perturbadora, más compleja, más ambiciosa y más incómoda, pero ha sido moldeada a partir del mismo barro que Ensayo sobre la ceguera, y eso puede llevar a algunos lectores a no valorar todos sus méritos con justicia.
Estamos ante una lectura obligada para el lector inquieto. Que nadie se lleve a engaño pensando que se trata de una distopía más; es una sacudida inteligente y profunda con la misión de despertarnos y meternos en la piel del otro. Un recordatorio de nuestra vulnerabilidad y un llamamiento a la empatía y la compasión. Adentrarse en esta novela implica caer, perder de vista todo lo reconocible y no encontrar nada a lo que aferrarse. Pero, tras el shock, tras el miedo y la desesperación, promete cambio y renovación. Es imposible leerla y salir indemne.
Fallo de Sistema, RADIO 3, RADIO NACIONAL DE ESPAÑA, 22/06/2025
Por Santiago Bustamante.
Vivimos en un mundo líquido, complejo y volátil, en el que cualquier cosa puede suceder y nuestras identidades escapan cada vez más a nuestro control. ¿Y si también las almas empezaran a migrar de un cuerpo a otro? Si apareciéramos en un cuerpo ajeno, ¿intentaríamos volver a casa, quizá a kilómetros de distancia, donde nadie nos reconocerá? ¿O buscaríamos esa otra vivienda que abre el juego de llaves de nuestro abrigo? ¿Quién nos esperará allí dentro?
Todo cambia tan rápido que la realidad que conocemos puede desaparecer en cualquier momento…. Hablamos de La transmigración (AdN), con su autor Juan Jacinto Muñoz-Rengel , una obra coral, reflexiva, sugerente y desafiante ante un lector que puede ver un fiel reflejo del mundo en colapso de la ficción con el suyo propio…
Hablaremos de conciencia, de redención, de cuerpo, alma y mucho más con Rengel y con Don Víctor y Duque de Champagne haremos lo propio fijándonos en las otras muchas historias desde el cómic que han explorado y contado intercambios de cuerpos…
Dentro del Monolito, 20/06/2025
Dentro del Monolito. Orbitando desde 2014. Cultura popular, literatura y terror.
Por José Luis Pascual.
En la mítica serie A través del tiempo (Quantum leap), el doctor Sam Beckett (interpretado por Scott Bakula) se encontraba en una situación inesperada. De pronto, tras un experimento fallido, se hallaba en un lugar que no era capaz de reconocer, rodeado de personas desconocidas y vistiendo unas ropas que no eran las suyas. En cada episodio, la mente de Beckett saltaba a cuerpos de extraños, de tal modo que el científico se veía obligado a resolver los problemas circunstanciales de esos individuos de los que tomaba el control. Para los que nos convertimos en seguidores entregados de la serie en los años noventa, resultaba mítico el final de los capítulos, en los que el gran Bakula soltaba un invariable «Oh boy», traducido por los subtítulos del teletexto como «Oh, Dios mío». Imagino que frases similares se pasarían por la mente de los personajes que pueblan la nueva novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel, La transmigración.
La premisa de la obra es una de las más llamativas que hemos podido leer en los últimos años. Un fenómeno global empieza a tener lugar en nuestro planeta: algunas personas, víctimas de un desmayo precedido por una feroz cefalea, despiertan en cuerpos ajenos. Algo tan sencillo y simple de entender como absolutamente devastador. De esta manera, asistimos al desconcierto generalizado y al intento por parte de los personajes de adaptarse a su nueva situación. Pero ¿cómo acepta una joven mujer el hallarse de repente en los huesos de un anciano con párkinson? ¿Qué hace un redomado pederasta ocupando el cuerpo de una chica despampanante? ¿Y si tu bebé ha adquirido una mirada perturbadoramente adulta? Como el lector podrá comprobar, las posibilidades son aterradoras.
Muñoz-Rengel ofrece una estructura sencilla y adictiva para esta novela, consistente en capítulos correspondientes a cada uno de los personajes. Estos se van alternando y conforman poco a poco un plano general desalentador, un apocalipsis que nadie había imaginado anteriormente. Segundas y terceras personas se turnan al tiempo que la trama se desmadeja, en un ritmo que el autor domina de manera magistral. Antes de todo ello, el fenomenal inicio supone toda una transición desde la ciencia ficción clásica hasta la ficción especulativa contemporánea, un salto equivalente a la célebre elipsis imaginada por Stanley Kubrick en 2001, una odisea del espacio, en la que un fémur se torna nave espacial.
Es posible que el lector no sea consciente de la auténtica dimensión de la obra hasta llevar un trecho leído. Lejos de hallarnos ante una obra insustancial, La transmigración deviene en un texto con una alta carga psicológica que tiene la capacidad de herir a los lectores que empatizan con ciertas situaciones. Esa continuada intención dañina es algo relevante, pues escasea en la ficción moderna. La trama, clara y diáfana en su despliegue pero difícil de digerir por su dureza en determinados pasajes, excede el concepto de cambio de cuerpo y nos empuja a escudriñar temas identitarios muy profundos, y a cuestionarnos cuál es el verdadero significado del cuerpo y el alma. Madurar todo ello sin renunciar a componentes de thriller y ciencia ficción es, sin duda, un original regalo para quienes gustan de estos géneros.
No es fácil toparse hoy en día con novelas que le hagan a uno preguntarse continuamente cómo será estar en la piel de los personajes o qué pasaría si todo sucediese en nuestra realidad. Juan Jacinto Muñoz-Rengel también se lo pregunta todo el tiempo, tanto que sus soluciones resultan fascinantemente plausibles. Como suele pasar, a unos lectores les satisfará más el aire de serial televisivo, a otros les pesará el aspecto psicológico y de transición mental, otros disfrutarán más con el avance de la acción. Personalmente, me ha maravillado el crisol de historias personales contadas a través de escenas unitarias. Cada una de ellas se defiende por sí sola con uñas y dientes, cada una de ellas consigue el hito que todos los escritores perseguimos: contar varias historias al mismo tiempo, unas visibles y otras fantasmales, y que el lector las asimile todas. La forma en que te golpean algunas implicaciones no mencionadas en el texto es un caramelo a saborear lentamente. Quizá el tramo de desenlace caiga en proposiciones que plantean más preguntas que respuestas, pero ¿desde cuándo eso es un problema? Lean La transmigración.
El Asombrario, PÚBLICO, 11/06/2025
Y si de repente te despiertas atrapado en el cuerpo de otro…
Por Miguel Garrido de Vega.
La transmigración (AdN, 2025) ha nacido para reventar todos nuestros esquemas: imaginemos que mañana despertamos dentro del cuerpo de otra persona y que, igual que a nosotros, esto le sucede al resto de la Humanidad. Mujeres atrapadas en el cuerpo de hombres, españoles en el de japoneses, discapacitados en el físico de atletas, niños dentro de ancianos y casi cualquier combinación posible. La palabra ‘caos’ se queda corta para imaginar el escenario apocalíptico que se desencadenaría, pero esta novela tan reveladora como terrorífica no solo se atreve a ello, sino que lo hace aunando un pulso propio de thriller con el poso narrativo y filosófico de los grandes maestros. Hemos charlado con su autor, Juan Jacinto Muñoz-Rengel, para continuar con nuestras recomendaciones para la Feria del Libro de Madrid.
Juan Jacinto Muñoz-Rengel (Málaga, 1974) es escritor, doctor en Filosofía y dirige la Escuela de Imaginadores en Madrid. Ha publicado el ensayo Una historia de la mentira (Alianza, 2020), las novelas La capacidad de amar del señor Königsberg (AdN, 2021), El gran imaginador (Plaza & Janés, 2016) –premio del Festival Celsius a la Mejor Novela del año–, El sueño del otro (Plaza & Janés, 2012), y los libros de narrativa breve El libro de los pequeños milagros (Páginas de Espuma, 2013), De mecánica y alquimia (Salto de Página, 2009) –Premio Ignotus al mejor libro de relatos del año–, y 88 Mill Lane (2005), y su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, finés, griego, rumano, ruso, árabe y turco, y publicada en más de 25 países. El Asombrario ha charlado con este escritor entre escritores, auténtico imaginador de los pies a la cabeza, acerca de la necesidad de la empatía, la función de la ficción, los futuros posibles, las certezas, la tecnología y la moral, entre otros muchos temas apasionantes.
La identidad, la muerte o el hecho de ponerse en la piel de los demás no son temas nuevos en tu obra, prolija en imaginarios extremos que obligan a replantearse la condición humana, si bien me atrevo a decir que jamás los habías llevado tan lejos en su desarrollo como has hecho en ‘La transmigración’. Y es que aquí, más que nunca, el foco se pone en quienes sufren el grueso de las injusticias generadas por el orden social: las mujeres, los ancianos, los niños, quienes no pueden valerse por sí mismos. ¿Qué te llevó a tomar esta decisión narrativa? ¿Sentías que aún quedaban preguntas pendientes –y no abordadas, por ejemplo, en ‘El sueño del otro’ (2013) o ‘La capacidad de amar del señor Königsberg’ (2021)– o fue el propio concepto de la novela el que exigía ese grado de profundidad?
Siempre quedan preguntas pendientes. Si tanto la ciencia como la filosofía solo pueden satisfacer una parte de las interrogantes que suscitan, mi sensación es que a la literatura le corresponde aún en mayor grado hacer preguntas que dar respuestas. Y desde el extrañamiento, desde las perspectivas novedosas o la distorsión fantástica, es posible cuestionar la realidad de una manera más profunda, o al menos más inesperada.
Pero es curioso que menciones precisamente esas dos novelas tan distantes entre sí. Con La capacidad de amar del señor Königsberg también reproducía un contexto apocalíptico y lo llevaba a sus últimas consecuencias; sin embargo, lo hacía desde el humor, y eso neutralizaba ciertas reflexiones y no me permitía llevar las hipótesis tan lejos como en El sueño del otro, donde abordaba la anomalía desde un enfoque realista. Con esta nueva novela, en efecto, trato de aunar las dos cosas. Me propuse construir personajes verosímiles, darles carne y acercarme a ellos con un tratamiento hiperrealista, y al mismo tiempo llevarlos tan lejos como me concediera mi premisa de partida. Llevarlos al límite, a ellos, a nosotros, al mundo. Y sí, escojo hacerlo desde las mujeres y los ancianos, porque sus cuerpos están más expuestos. En el caso de los niños, en realidad, dado el fenómeno imposible que se expande por las ciudades, ocurre justo al contrario.
Basta con ver las noticias, darse un paseo por las redes sociales, hablar con familiares o amigos para comprobar que vivimos tiempos convulsos: los discursos más radicales generan aplauso, la falta de respeto por lo diferente y la insolidaridad se han popularizado, y el miedo se explota como arma política. Una novela donde el orden social se desmorona de la noche a la mañana porque se nos obliga, literalmente, a ponernos en los zapatos ajenos es una metáfora perfecta sobre la fragilidad del mundo que hemos creado. En este contexto… ¿es la empatía la herramienta definitiva para un desarrollo social duradero? ¿O nos hemos pasado de inocentes?
Uno de los aspectos que más me atraía de la idea que mueve toda la novela era la posibilidad de poner al lector en la piel de otro. A poco que pensemos, eso lo hace siempre toda la literatura. Pero en La transmigración los personajes cambian de piel literalmente, se ven desplazados a un cuerpo que no es el suyo, lo que supone ir un poco más allá. Si todo está bien hecho, el lector se pondrá en la piel de un protagonista que a su vez se verá forzado a ponerse en la piel de otro, con todo lo que esto implica. Me interesaba mucho lograr que este proceso de sugestión se produjera, porque me parecía una estupenda oportunidad para tratar de enfrentar nuestros prejuicios. Y la empatía recorre todo el libro. Es necesaria entre lector y personaje, es lo que mueve para bien o para mal todas las relaciones en el nuevo estado de caos, y también se plantea a lo largo de la trama como el pequeño rayo de esperanza entre tanto pesimismo.
Pero la verdadera empatía no surge de una forma tan superficial ni basta por ella sola como declaración de buenas intenciones. No basta con aplaudir en el balcón unos minutos al día, no es un mero gesto. Me pregunto cuántas de esas personas son las mismas que ahora aplauden ante los planteamientos radicales y el discurso del odio. La empatía hay que trabajarla desde los cimientos, debemos integrarla en la educación, con un enfoque profundo y holístico, dedicarle muchas horas, y luego se tiene que reforzar desde acciones sociales y ciudadanas, y protegerla en los entornos laborales. Pero hay que ir a la raíz si no queremos una sociedad de apariencias, donde las cosas parecen funcionar en la superficie y todo está equivocado y podrido por dentro. El problema mostró su verdadera cara cuando los gobiernos de uno y otro signo comenzaron a reducir la Filosofía y las humanidades en las aulas. Fue un gran error. O un gran acierto, según a quién se pregunte.
En cierto modo, la tesis principal de ‘La transmigración’ entronca fuertemente con la tradición espiritual oriental: aunque no se expliciten, conceptos como el samsara –el ciclo de vida, muerte y reencarnación desarrollado con intensidad en el budismo– o el karma –las consecuencias para tu alma de lo que realizas en vida– se dejan entrever en los arcos de los distintos personajes. No obstante, la novela no llega a revelar por qué ocurre este hecho fantástico, acercándonos más a una idea propia del horror cósmico, si se quiere –no hay razones, y, si las hay, somos incapaces de comprenderlas o hacerlo nos enloquecería. ¿Hasta qué punto todas estas ideas influyeron en la concepción de la obra, y cómo abordaste el reto de integrarlas sin convertirla en un tratado espiritual o religioso?
Todo ese sustrato está ahí, aunque no de una manera muy consciente ni premeditada. En su momento, estudié con cierta profundidad el pensamiento oriental, sus distintas escuelas y sus textos sagrados, gracias a mi maestra Chantal Maillard. Pero en ese caldo de cultivo también se mezclan los conceptos occidentales. Desde la doctrina de la transmigración de las almas de Platón hasta las modernas teorías de la filosofía de la mente, pasando por el dualismo cartesiano. Lo que ocurre es que cuando escribo ficción pienso que todo eso debe estar en la entrelínea. No creo que una novela deba plantear argumentaciones filosóficas en un primer plano, sino provocar que todo eso emerja de una forma natural en la mente del lector como consecuencia de lo que ocurre en la historia.
Y, aunque en mi historia se usa la palabra alma y se concede a las mentes cierta independencia debido al fenómeno sobrenatural de partida, lo cierto es que en casi todo momento se habla de nuestro enraizamiento en un cuerpo. En un cuerpo sintiente, que nos permite las emociones, recibir los estímulos, estar cansados o llenos de energía, nuestras circunstancias y ser quienes somos. En realidad, no hay nada en la novela de las nociones platónicas, que luego reproduce el cristianismo, acerca de un alma inmortal o de un más allá. Ni siquiera encontramos un karma en el sentido de la justicia. Mis reflexiones, o mejor, mis preguntas, las que quiero provocar en la mente del lector, giran casi siempre alrededor del concepto de identidad. Quiénes somos si dejamos atrás nuestras circunstancias, el cuerpo que nos fue dado, el lugar del mundo donde nacimos, las personas con las que nos relacionamos y ante las que nos mostramos. ¿O ya no somos quienes creíamos ser cuando cambiamos todas esas condiciones?
La batalla ideológica en torno al género origina posiciones encendidas incluso en la ficción; mientras que Mark Twain ya exploraba, en cierto modo, el desclasamiento en ‘El príncipe y el mendigo’, en el año 2025 todavía hay gente que se inquieta por un beso en pantalla entre dos mujeres, por no hablar del violento rechazo en redes hacia quienes viven identidades de género distintas a las normativas, y, como tales, reclaman su justo espacio. En un entorno, el de ‘La transmigración’, en el que mañana puedes despertar en el cuerpo de una mujer 20 años menor o de un octogenario en silla de ruedas…, ¿cómo has reflejado esta realidad? ¿Tiene –o debería tener– la ficción una función subversiva, o al menos reveladora, en estos debates?
Creo que aún molesta más un beso entre dos hombres. Hace un momento hablaba de los prejuicios; es muy difícil combatir un prejuicio. Lo bueno de mi premisa fantástica es que me daba ocasión para cambiarlo todo sin tener que justificarlo. Y cuando alguien está dentro de un cuerpo con otra fisionomía, de otra raza, con otro origen, otra edad, otro sexo, y tiene que defenderlo porque ahora su instinto de supervivencia le dice que su vida depende de él, hay muchas convicciones que cambian de golpe. Todas las identidades de género binarias y no binarias pueden revisitarse de una manera completamente distinta bajo esta perspectiva, algo que quizá no cambiará lo que nadie piensa, pero sí cuestionará muchas certezas.
Aunque la estructura coral y la trama apocalíptica me permiten tocar muchos temas, la novela también aspira a pensar sobre lo trans y sobre lo migratorio. No me atrevería a decir cuál es la función de la literatura, porque según el género, la obra, el autor o el lector, puede cumplir muchas funciones distintas y todas son igualmente válidas. Pero, desde luego, si se quiere intervenir en los debates, cambiando en algo el modo de pensar de la gente, pocas opciones se me ocurren mejores que la ficción.
Si bien eliges no explorarla en profundidad, la cuestión animal tampoco se queda relegada a un papel secundario en la novela; no son pocas las páginas en las que nos encontraremos cara a cara con el horror, que no es otro que aquel que infligimos al resto de seres que cohabitan el planeta: la salvaje carnicería de las macrogranjas, el maltrato sistemático a quienes mugen, ladran o pían, la crueldad infinita que supone arrancar a las crías de sus madres… ¿Qué te frenó a la hora de ahondar aún más en esta realidad? ¿La compleja condición filosófica/espiritual de los animales –recordemos que, hasta hace nada, la ley española los consideraba “cosas”, no distintas de una mesa o un pantalón– o la necesidad de centrarte con más potencia en cómo la premisa incide en la Humanidad? Por otro lado, ¿qué perspectivas le auguras a un mundo donde cada vez hay más vacas y menos animales salvajes?
Mi objetivo era centrarme en la Humanidad. Y en nuestras acciones. Lo que ocurre es que en un libro que habla de los cuerpos y de las identidades, y que pretende hablar en clave metafórica de nuestra actualidad y de lo que nos ha traído hasta aquí, sortear la cuestión animal, qué estamos haciendo con los animales, qué nos diferencia de ellos como seres inteligentes y sintientes también unidos a un cuerpo, me parecía que dejaba un vacío. Piensa que todas esas atrocidades que enumeras siguen ocurriendo hoy, en estos momentos. Es decir, la ley española ha cambiado para las mascotas, pero continúa considerando cosas al resto de los animales. Por más que sus cuerpos sientan como los nuestros, por más que tengan el mismo instinto de protección y supervivencia, la misma necesidad de apego, se reproduzcan, sean padres e hijos, sientan el mismo dolor y compartan nuestra capacidad de sufrimiento. Y sigue ocurriendo hoy de la forma más cruenta posible, en aras de la sola ambición y de las leyes del capital.
Esta es una novela dedicada a la res cogitans y a la res extensa, y los animales también se encuentran en ambas y participan de la misma división fundamental. Aunque eso no parece importarnos mucho. No hacen falta grandes dotes proféticas para augurar que, a corto plazo, el futuro es desolador. Pese a que en ciertas regiones del mundo nos parezca asistir a cierto cambio, son demasiados los continentes donde todo esto está empeorando precisamente por la presión de los países que aparentan cambiar su mentalidad.
Sometiendo a examen el comportamiento de tus personajes, no puede afirmarse que estemos ante un desarrollo maniqueo; el abanico de posibilidades es tal –mentes viejas transportadas a cuerpos jóvenes, niños encerrados en organismos ancianos, mujeres obligadas a ser hombres y lo contrario…– que caben todos los cursos de actuación, y así lo representas. No obstante, y por primera vez, sí diría que hay una apuesta decidida por identificar el mal y el bien. Es decir: en un escenario de caos y apocalipsis –máxime en uno generado por un hecho tan grave como el que propones–, habría personas que utilizarían su nuevo cuerpo para robar, matar, violar y engañar, y quienes, al contrario, y por más que les costase, lo dedicarían a salvar, ayudar, entender y proteger. ¿Es necesario el caos para revelar nuestra naturaleza? ¿O más bien es una circunstancia que nos deforma? ¿Qué te interesa explorar al trazar esa línea moral entre el bien y el mal?
Dentro de los límites que impone la ficción, sí pretendía ser bastante exhaustivo en el espectro de posibilidades que ofreciera la historia. Me parecía que había mucho interés narrativo en la mayoría de las opciones y no quería dejar grandes huecos sin ser tratados. En efecto, en la novela hay personajes que ya estaban en el lado del bien o del mal antes incluso de comenzar siquiera la cadena de acontecimientos. Y luego, como sería de esperar en un contexto así, un grueso de la población habrá de decidir por qué lado inclinarse en estas situaciones extremas.
Pero quizá lo que más me interesaba de todo es justo eso: no es tan fácil determinar si son las circunstancias las que revelan nuestra verdadera naturaleza o las que la deforman. ¿Una persona que se ha comportado de un modo íntegro durante 40 años, que incluso ha hecho bien a los demás una y otra vez, deja de ser alguien bueno porque en un momento fatal actúe como un cobarde? Y alguien que antes fuese un desastre, egoísta, deshonesto, haragán, ¿se convertiría de manera automática en una buena persona por un solo acto heroico? ¿Cuántos actos heroicos harían falta para redimir a un canalla? Creo que todos podemos cambiar en direcciones inesperadas si el estado de las cosas se transforma lo suficiente. Habrá quien se aburra ante la rutina y se crezca en la adversidad, gente hecha para grandes acontecimientos; habrá buenas personas que no estén a la altura de las circunstancias; habrá predadores que solo estén esperando una ocasión aún peor. Y creo que somos todo eso en su conjunto, aunque la mayoría de las veces nuestras vidas no nos den oportunidad de descubrir todos nuestros rostros.
Dice Byung-Chul Han, flamante premio Princesa de Asturias, que la vida reducida a proceso biológico se ha absolutizado, y que hay una sacralización de la supervivencia que nos anestesia frente al hecho mismo de vivir. Y lo cierto es que para sobrevivir, al menos como lo hemos entendido hasta ahora, necesitamos un cuerpo. Cuerpo que enseñamos constantemente en redes sociales y sobre el que, en buena medida, construimos nuestra credibilidad pública, cuerpo que tatuamos, perforamos, musculamos, engalanamos y a la vez sometemos a todo tipo de excesos –léase alcohol, drogas o agentes químicos presentes en la alimentación industrial–. Con todo, jamás hasta la fecha habíamos alcanzado una mayor esperanza de vida como especie. ¿Puede desligarse lo que somos del cuerpo, mero envoltorio de carne y hueso? ¿Es deseable? ¿O hay una relación indisoluble entre nuestra identidad y el frío, el calor, el dolor y el placer asociados al cuerpo?
Si Byung-Chul Han tuviera razón, y lo único que nos anestesiara ante la propia vida fuese nuestro instinto de supervivencia, parece que nos estamos encaminando hacia un futuro donde esto puede verse agravado. Creo que hay muchos otros grandes factores que nos anestesian, un hedonismo mal entendido, el hiperconsumismo, la infantilización cultural, el antiintelectualismo, o los poderes económicos que nos convierten en meros números. Y, no obstante, en el futuro al que me refiero todo esto también tendría cabida.
Desde hace un tiempo, se debate cada vez más sobre la posibilidad de volcar conciencias en la nube, copiar y reproducir conciencias a las que den vida los algoritmos, tanto en los ámbitos académicos como desde la ficción. Y no me refiero solo a algunos capítulos de Black mirror, también pienso en películas como Ghost in the Shell, o en series como Pantheon, dedicada por entero a las inteligencias subidas. De todo esto quería hablar en la novela, aunque me apoyara en una premisa que me permitía hacerlo sin necesidad de ninguna tecnología. Para mí, nosotros también somos cuerpo. Lo que intento mostrar con las distintas líneas de la trama es que en gran medida somos lo que sentimos, somos el estado de ánimo que produce nuestro cuerpo, nuestros procesos digestivos, somos nuestras limitaciones y nuestra enfermedad, y también somos las circunstancias en las que nos incardina ese cuerpo, nuestro entorno, nuestra casa, nuestra familia, nuestra ciudad y nuestros vínculos. Es cierto que en una realidad virtual sin el lastre de lo físico, sin la enfermedad ni la amenaza de la muerte, donde incluso nuestros estímulos y capacidad de placer se viesen amplificados, quizá podríamos ser felices. Pero, y aquí me gustaría poner el foco, ¿a cambio de qué? ¿A qué renunciamos? Sin entrar a desentrañar si esa conciencia volcada sigue o no siendo la nuestra, ¿de verdad hemos reflexionado sobre los riesgos y consecuencias de renunciar a la mitad de lo que somos?
He aquí otro de los pilares de la novela: el vínculo. Nuestra capacidad para forjarlo y mantenerlo. Hasta dónde y qué somos capaces realmente de hacer por un hijo, una madre, un hermano. Pero también por una amiga, por alguien a quien hemos conocido después y con quien hemos compartido camino. ‘La transmigración’ pone a prueba los vínculos en circunstancias extremas: cuando los cuerpos cambian, las relaciones se desdibujan o se reconfiguran. Toca mojarse: ¿trasciende el auténtico vínculo la identidad corporal?
Mi postura es que sí. En el caso de que nos viéramos arrojados dentro de otro cuerpo, nuestro instinto de supervivencia primaría y nos empujaría a salvarlo, por más extrañeza que nos produjera, si con ello nos salvamos a nosotros. Y si supiéramos que nuestro hijo o hija está dentro de un señor de 70 años, ¿no haríamos lo que fuese para ponerlo a salvo, por protegerlo de todas las penalidades y peligros que está sufriendo? En este nuevo escenario, como en la vida real, tendríamos una jerarquía respecto a nuestros vínculos. Pero en lo esencial creo que nada habría cambiado. Eso sí, yo pongo kilómetros de por medio entre unas transmigraciones y otras.
Y ya que hablamos de identidad, el papel omnímodo de la tecnología en el siglo XXI no solo invade lo que hasta ahora pensábamos que éramos como especie, sino que nos fuerza a adaptar esa imagen estática de nosotros mismos al último grito del estado de la técnica –ayer los móviles e internet, hoy la inteligencia artificial– en una carrera que parece no tener fin. En el caso de que esta óptica transhumanista donde somos mitad carne, mitad máquina termine materializándose –si es que no lo ha hecho ya–… ¿estamos preparados para un paradigma en el que la identidad podrá transmitirse, y quizás modificarse, con la rapidez de un paquete de datos? ¿O debemos plantarnos en la defensa de lo analógico y la lentitud como emblema de cuanto somos?
No estamos preparados. No estamos preparados, así en general, para nada de esto. El ser humano siempre ha contado con cientos de años para adaptarse a cualquier cambio; antes de la historia escrita, el mundo cambiaba menos en mil años que hoy en un día. Y, aun así, nunca hemos dejado de equivocarnos. La historia de la Humanidad es una historia del error. Ahora, la velocidad de los avances tecnológicos y científicos no nos permite ninguna capacidad de reacción. Todavía nos estamos recuperando del cambio que supuso en el siglo XX pasar de matarnos con armas de fuego a la posibilidad de aniquilarnos apretando un botón. ¿Cómo vamos a adaptarnos a todo lo que viene? Ni la ética, ni las leyes, ni la cultura cambian tan rápido como avanza nuestra técnica. Y nadie va al volante. Solo el mercado, que es ciego. ¿Cómo vamos a estar preparados para el abanico de posibilidades que supone el dinero programable, el extractivismo de datos, el control de las sociedades vigiladas, la sustitución de puestos de trabajo, las crisis macroeconómicas que puedan provocar los sistemas autónomos de IA y las superinteligencias?
La lentitud sería nuestra defensa más sensata en estos momentos, y nadie parece dispuesto a apostar por ella. Cada vez se hace más difícil defender los espacios analógicos en según qué contextos. Pero ¿alguien se encuentra preparado para vivir en el metaverso sin saber cómo será despertar allí, cuál sería el shock de no tener cuerpo o el impacto de que todos los cuerpos cambien a voluntad? Demasiadas cosas nos atan aquí, y todo va más rápido de lo que queremos creer. ¿Alguna vez nos hemos preguntado qué podrían hacer con nosotros si pudieran copiarnos, si nada nos anclara a la vida ni a ningún lugar en el mundo?
Por su potencia como tesis de partida, por el esfuerzo que se nota que has hecho para escribirla, La transmigración parece una de esas obras que operan como punto de inflexión en la vida de un escritor. ¿Qué ha cambiado en tu visión personal del universo tras escribir La transmigración? ¿Marca esta novela el inicio de una nueva etapa en tu escritura?
En realidad, creo que muchas cosas habían cambiado ya antes de escribirla. Si esta novela la hubiese escrito cuando se me ocurrió la idea, habría sido otra. Pero he ido cumpliendo años, y por suerte eso ha jugado a favor de la obra. Mi visión del mundo no es la misma ahora que antes de ser padre o que antes de cumplir los 50. Se ha muerto gente a mi alrededor. Mucha, seres queridos, amigos cercanos de mi misma edad. También lo noto en el plano físico, mi relación con mi propio cuerpo no es la misma que hace 10 o 15 años, como no lo es mi percepción de la enfermedad. Pese a la hipótesis disparatada de partida, todo esto está muy presente en la novela, dándole un peso necesario.
Quizá también mi edad haya tenido que ver con la decisión de poner toda la carne en el asador, de poner al servicio de este libro todo lo que he aprendido estos años gracias a los libros anteriores y al ejercicio de la enseñanza de la escritura. Y, por supuesto, me he seguido transformando durante todo este proceso, en el que he habitado dentro de la historia con auténtica intensidad. Es muy difícil decir con tan poca perspectiva si este título significará de verdad una inflexión en el conjunto de lo que acabe escribiendo. Pero, desde luego, yo no lo he sentido como un libro más.
La Libélula, RADIO 3, RADIO NACIONAL DE ESPAÑA, 07/06/2025
El programa La Libélula de Radio 3, en Radio Nacional de España, entrevista a Juan Jacinto Muñoz-Rengel a propósito de la novela La transmigración. Todo el espacio del sábado estuvo dedicado al libro y su presentador, Juan Suárez, hizo también lecturas del libro.
Diarios de VOCENTO, Lorenzo Silva, 03/06/2025
En pellejo ajeno
En el célebre relato kafkiano el único que cambia de cuerpo, del suyo humano al de un monstruoso insecto, es el protagonista, Gregor Samsa, mientras que en la propuesta de Muñoz-Rengel la transmigración afecta a todos.
Por Lorenzo Silva.
¿Cómo serías si de pronto no estuvieras donde estás, sino en otra parte? ¿Qué harías, cómo reaccionarías, si en lugar de habitar el cuerpo que conoces, soportas o incluso padeces, se te despachara sin más trámite al interior de otro cuerpo, con sus particulares capacidades y discapacidades, diferentes de esas a las que estás acostumbrado? ¿Cómo te sentirías, por ejemplo, al verte en un cuerpo femenino siendo hombre, o en uno masculino siendo mujer? ¿Y en uno sano tras hacerte a la enfermedad, o en uno achacoso cuando gozabas de buena salud? ¿Cómo viviría un niño alojarse en un adulto, y viceversa? ¿Qué sería de nuestros afectos si el organismo de nuestros seres queridos lo ocuparan extraños, que llevaran su rostro pero ya no fueran ellos?
A todas estas preguntas y algunas más trata de responder a través de la ficción ‘La transmigración’, la más reciente novela del autor malagueño Juan Jacinto Muñoz-Rengel, una rara avis en nuestro panorama editorial, que parte de una premisa fantástica para indagar en los mecanismos más profundos de la realidad que habitamos y poner en cuestión algunas de las certidumbres que nos sirven para transitarla sin mayor preocupación. Damos por sentado que nuestro ser determina nuestro estar y que eso nos asigna una identidad más o menos firme, pero ¿qué pasaría si nos viéramos bruscamente despojados de esa certeza para cambiarla por el temor a acabar dentro de cualquier otro?
Así les sucede a los personajes de esta novela, que con su inteligente composición y su elegancia en el estilo se emparenta con ese inolvidable clásico de la literatura del siglo XX que es ‘La metamorfosis’ -o, en traducción más fiel, ‘La transformación’- de Franz Kafka. En el célebre relato kafkiano el único que cambia de cuerpo, del suyo humano al de un monstruoso insecto, es el protagonista, Gregor Samsa, mientras que en la propuesta de Muñoz-Rengel la transmigración afecta a todos. Se convierte así su narración en alegoría de un mundo en zozobra, donde todos vivimos sumidos en la confusión y la precariedad, apenas asidos a unas referencias cada vez más resbaladizas e inestables.
«Ahora no sirve de nada reconocer las caras», razona uno de los personajes, que ve cómo su marido se marcha y al cabo de varios días su cuerpo regresa con un desconocido dentro. En medio del caos, sugiere la novela, sólo nos sostienen la voluntad de seguir siendo en lo posible y la capacidad de adaptarnos a lo que no somos: la comprensión, siempre insuficiente, de lo que ocurre dentro de todos esos pellejos que no son el nuestro.
DIARIO DE SEVILLA, 03/06/2025
Juan Jacinto Muñoz-Rengel: “Todos tenemos la impresión de que la distopía ya está aquí”
Por Salvador Gutiérrez Solís.
El narrador malagueño Juan Jacinto Muñoz-Rengel (1974) publica La transmigración (AdN), una novela distópica sobre el colapso y la identidad, con la que se vale para radiografiar buena parte de los males de este tiempo.
Pregunta.–La transmigración es una novela sobre la identidad, en este tiempo que tiende a la hegemonía, también social…
Respuesta.–Es cierto que en un mundo cada vez más complejo podemos tener la sensación de estar diluyéndonos. Cada día es más difícil preservar y construir una identidad propia cuando se reciben tantos estímulos, cuando nos acosa la sobreinformación. En realidad, el problema de la identidad siempre ha sido conflictivo. Por cuanto tiene de ilusión, por su dependencia de los recuerdos, por lo difícil que nos resulta mantener estables nuestros estados mentales y de ánimo a lo largo de un solo día, y porque en este mundo de espejismos ya nos comportábamos de forma diferente según nuestros distintos contextos. Cómo no va a ser más complicado ahora, que tenemos distintos perfiles en distintas redes sociales, que hemos de convivir con bots y cuentas falsas, con deepfakes y con una realidad mixta en la que cada vez se hace más difícil conservar los espacios analógicos. De todo esto quería hablar gracias a la hipótesis fantástica de la novela. El fenómeno inexplicable que ataca a la humanidad desde las primeras páginas, haciendo que todos empecemos a cambiar de cuerpo de manera caprichosa, me permitía abordar el problema de la identidad desde muchos ángulos. La identidad respecto a un nombre, a una cara, a un cuerpo, respecto a nuestros vínculos y nuestras circunstancias. También me permitía hablar sobre nuestras identidades fragmentadas, sobre la confusión, sobre la inestabilidad, sobre la sensación de que podemos perderlo todo en un instante. Incluso, sobre las identidades de género, porque todas ellas, binarias y no binarias, se ven desde otra perspectiva cuando los personajes pueden acabar dentro del cuerpo que le depare la suerte, sea cual sea su sexo, edad o procedencia.
P.–La distopía es un género muy actual, que seduce al lector, ¿por qué a veces cuesta trabajo diferenciarla de la realidad?
R.–Porque cada vez todo va más rápido. En solo una década, ahora acumulamos más cambios globales drásticos que antes a lo largo de miles de años. Por eso, de repente, tenemos la impresión de que la distopía ya está aquí. De que estamos viviendo a los pies del futuro. Los avances tecnológicos van a tal velocidad que la sensación es la de estar dentro de las típicas historias anticipativas de la ciencia ficción. Mi novela, en cambio, no explora la vía de los progresos científicos. Sino que se adentra en otro de los miedos característicos de nuestro tiempo, la posibilidad del colapso. La literatura nos prepara para el amor, para la violencia, para la pérdida. Y en estos momentos, sentimos una urgente necesidad de prepararnos para los escenarios apocalípticos. Esto es debido a que las opciones para llevarnos a nosotros mismos a la extinción han aumentado mucho en los últimos años, ahora ya no solo puede hacerlo una pandemia o un meteorito, ahora creamos armas biológicas en laboratorios, disponemos de un vasto arsenal nuclear, cambiamos el clima, los alimentos, nos autoenvenenamos, tenemos una economía global compleja y conectada, inventamos herramientas tecnológicas con capacidad para destruirnos sin tener ningún plan para contener su impacto. Y estas amenazas reales explican el auge del género apocalíptico.
P.–Colapso y moral, esa encrucijada, que nos puede conducir a borrar todas las fronteras.
R.–Así es. Otro de los grandes temas que pretendía abordar con La transmigración era la cuestión de los límites. Quería hablar de la verdadera naturaleza de las personas cuando son llevadas al límite. De los límites de la moral, pero también de la cordura. De los límites de nuestros vínculos, de la familia y la amistad. De la conciencia como límite irreductible y del instinto de supervivencia. ¿Haríamos todo lo posible por salvar nuestra vida si lo que tuviéramos que salvar fuese el cuerpo de otro? Todo lo que tiene que ver con quiénes somos y cuándo dejamos de ser nosotros me parece importante para dilucidar los límites de la moral o de la empatía. Por eso en esta novela coral he querido plantear tantas situaciones distintas a partir de las diferentes líneas de acción de los personajes. No es tan fácil determinar nuestra auténtica naturaleza. ¿Alguien que se ha comportado con honestidad durante cuarenta años deja de ser alguien bueno porque en un momento crucial actúa como un cobarde? ¿Un hombre cuestionable se convertiría en una buena persona por un solo acto heroico? ¿Cuántos actos heroicos son necesarios para salvar a un asesino?
P.–Una novela coral y global, ¿por necesidad de explicar el mundo de hoy?
R.–Sí, justo para eso. Pese a la excusa fantástica de este libro, creo que en un plano metafórico no deja de hablar en ningún momento de la actualidad, de todo lo que nos está pasando. La confusión y la inestabilidad que todos nosotros sentimos ante el mundo actual, ante las teorías conspiranoicas y sus contrateorías, ante los cambios oficiales de opinión, ante la desinformación digital y algorítmica, ante la manipulación financiera, son las mismas que experimentan todos mis personajes cuando son arrancados de su vida y aparecen en otro cuerpo. Esa justa sensación de no saber dónde están, quiénes son, de poder perderlo todo en un instante, su casa, sus seres queridos, de que el mundo se hunde bajo sus pies y de vivir dominados por la sensación de irrealidad. Aunque eludamos responsabilidades, como sociedad hemos elegido sumirnos en este caos, donde todo cambia y es volátil. Tenemos más medios que nunca, pero nos sentimos aturdidos, divididos entre dos realidades, la física y la virtual, hemos perdido el control de nuestra imagen pública y digital, no somos dueños de nuestros datos, y nuestras identidades se multiplican y desvanecen.
* Esta entrevista ha sido publicada en:
· DIARIO DE SEVILLA, 03/06/2025
· EUROPA SUR, 03/06/2025
· EL DÍA DE CÓRDOBA, 03/06/2025
· GRANADA HOY, 03/06/2025
· DIARIO DE CÁDIZ, 03/06/2025
· MÁLAGA HOY, 04/06/2025
· HUELVA INFORMACIÓN, 04/06/2025
· EL ALMERÍA, 04/06/2025
· DIARIO DE JEREZ, 04/06/2025
Informativos Andalucía, RADIO NACIONAL DE ESPAÑA, 02/06/2025
El filósofo y escritor malagueño Juan Jacinto Muñoz-Rengel vuelve a Málaga para presentar su última novela, ‘La transmigración’, en la que vuelve a jugar con lo fantástico y plantea una distopía que nos invita a reflexionar sobre la identidad. Y aprovechando la vuelta a su ciudad natal, entrevistamos a Muñoz-Rengel en los estudios de RNE.
Revista QUIMERA, junio 2025
Entrevista a Juan Jacinto Muñoz-Rengel
«La transmigración refleja el estrés de nuestra realidad movediza cuando la tecnología ha dejado de estar».
Por Lorenzo Luengo.
Nuestro arraigo al cuerpo con el que nacemos, el que rodea a un “yo” que inicialmente ignora su singularidad, el que sirve de testigo a las aventuras y desventuras de una conciencia muchas veces temeraria —y el que recibe, dicho sea de paso, los golpes que nos señalan de por vida—, es algo tan consustancial a nuestra experiencia que, inevitablemente, cualquier pregunta que nos formulemos acerca de quiénes seríamos si no fuéramos quienes somos terminará perdiéndose en un laberinto de inquietantes abstracciones. En La transmigración (AdN), Juan Jacinto Muñoz-Rengel (1974) ha querido seguir ese laberinto y, valiéndose de una doble mirada (la del escritor y la del filósofo de formación), ha conseguido llegar hasta sus rincones más oscuros. ¿Le seguimos?
Para empezar, una curiosidad de escritor: la idea, Juan Jacinto.
La idea me vino después de terminar El sueño del otro, que quizá de todos mis libros es el que más entronca con este. Se me ocurrió en ese periodo de orfandad que sucede a la conclusión de una novela, pero enseguida me di cuenta de que tenían demasiado en común —una premisa fantástica con un tratamiento hiperrealista llevada hasta sus últimas consecuencias— y puse entre ellas otros libros de distancia, me gusta explorar cosas nuevas y no repetirme. Y creo que ese tiempo ha jugado muy a favor de La transmigración, porque según he ido cumpliendo años mi diálogo con el cuerpo se ha intensificado, de hecho, ha cambiado y se ha llenado de nuevas connotaciones. La identidad, el yo o el problema mente-cuerpo siempre han estado entre mis temas, pero ahora esa consubstancialidad, nuestra dependencia del cuerpo, su condición sintiente y sus limitaciones me preocupan de otra manera, más honda. Y también ahora me ha sido más fácil enfrentarme a las dificultades técnicas que entrañaba la propia idea, las perspectivas en contrapunto, la estructura coral, una modulación de los tonos que permita reconocer y distinguir a los protagonistas, sin apenas nombrarlos y a pesar de que cambian de cuerpo. Por suerte, además, la novela me subyugó y su escritura ha sido como un largo arrebato compulsivo.
Entiendo ese vínculo porque tus novelas y relatos, por más que muestren una versatilidad de tonos y géneros, siempre han tenido como nexo común la ruptura del velo de la realidad. Sin embargo aquí elevas la apuesta y creas una intriga filosófica, a partir de un suceso fantástico que aparece para situar las piezas en el tablero y enseguida desvanecerse. Por momentos una dimensión inquietante se deja ver, tras el vuelo de los escarabajos y los dolores de cabeza, o en ese capítulo en el que encierras una antología de malas elecciones (lo que llamamos Historia) cuyo recuento termina con una sentencia fatal: «Elegimos el caos». Pero evitas aclarar el origen y el sentido de ese fenómeno que baraja conciencias y cuerpos a su antojo. Me gustaría saber si alguna vez, ya no como el escritor en su mesa sino tú solo ante tu idea, te has preguntado qué es.
Dentro de la novela es un fenómeno inexplicable. Sucede sin más, como si procediera de otro plano de la realidad, más allá del alcance de nuestra razón o nuestra ciencia. Sin embargo, para mí, y espero que también lo sientan así muchos lectores, funciona como una metáfora de lo que nos está sucediendo. Como sociedad, de alguna manera hemos elegido sumirnos en este caos. Vivimos en un mundo donde todo cambia y todo es volátil, tenemos más medios que nunca, pero gracias a la sobreinformación nos mantienen desinformados. Nadie entiende lo que ocurre. Nos encontramos divididos entre dos realidades, la física y la virtual, y nuestras identidades están cada vez más fragmentadas. Hemos perdido el control de nuestra imagen pública y digital, no somos dueños de nuestros datos, adolescentes y adultos zozobramos en las redes sociales y en el manejo de nuestros distintos perfiles. No sabemos quiénes somos ni en un lado ni en el otro, si ya era difícil desenvolverse aquí, allí aún es más complicado distinguir lo ilusorio entre tantos avatares, perfiles falsos e imagen manipulada. Por eso me resultaba tan sugerente este fenómeno fantástico: todo lo que damos por seguro podría esfumarse en un instante, también nuestra identidad, nuestras casas, nuestras familias, el mundo conocido. Mis personajes viven esta misma situación. Están atrapados en otros cuerpos, lugares y circunstancias, han dejado de saber quiénes son, y se sienten dominados por la sensación de irrealidad. En la novela, se podría interpretar como un castigo por nuestros excesos. En nuestra realidad, hablamos de dualismo digital, de posverdad, de guerra cognitiva, algoritmización, tecnooligarquía, turbocapitalismo, extractivismo de datos, deepfakes, negacionismo, trumpismo, mundo líquido. Esto quizá era lo que más me interesaba: reflejar el estrés de nuestra realidad movediza y nuestras identidades líquidas, pero a través de una historia en la que la tecnología ha dejado de estar.
De hecho es interesante la manera en que abordas la identidad (con un momento especialmente divertido cuando una jovencita, despertada en el cuerpo de un hombre, descubre lo complicado que puede llegar a ser lanzar un chorro de orina contra un inodoro), pero también la capacidad de adaptación incluso a un evento sin precedentes como este. Te diría que la novela va mucho más allá de cuestionar dónde termina el yo y empieza todo lo demás.
La hipótesis de partida me permitía deshojar muchos aspectos de la identidad, la identidad respecto a un nombre, a una cara, a un cuerpo, con sus virtudes o sus dolencias, respecto al entorno y el conjunto de nuestras circunstancias. Pero, en realidad, también pretendía hablar de los límites. De la verdadera naturaleza de las personas cuando son llevadas al límite. De los límites de la moral, pero también de la cordura. Del origen y el alcance de los prejuicios. De en qué punto dejamos de ser nosotros y empezamos a ser otros. De la conciencia como yo irreductible y del instinto de supervivencia: ¿también harías todo lo posible por salvar tu vida si lo que tuvieras que salvar fuese el cuerpo de otro? Probablemente sí, si tú estuvieras dentro. De los límites de nuestros vínculos, de la familia y la amistad. Y, por otra parte, también quería hablar de esos otros lugares donde no parece haber límite, de la continuidad entre uno mismo y los otros, de la idea del bien común, de la solidaridad y la empatía.
En tus libros por lo general has adoptado el lenguaje de géneros muy dispares y a partir de ahí has delimitado el territorio del que extraer definiciones tipológicas. Aquí, sin embargo, una vez apuntalada la premisa fantástica, pasas de puntillas por las zonas límite que los separan, traicionando deliberadamente cualquier idea que nos queramos hacer de que estamos ante una novela de género.
Es cierto que en ocasiones anteriores he jugado con los géneros, incluso he tratado de combinar un buen número de ellos al mismo tiempo. El gran imaginador, dada la ilimitada capacidad fabuladora de su protagonista, era un compendio de todos los géneros. Con La capacidad de amar del señor Königsberg intenté escribir un libro que fuese mutando de género según se leía, transformándose una y otra vez. No obstante, no era esa mi intención en este caso. En esta última novela he pretendido mantener el equilibrio de un tono común, más o menos sobrio, a pesar del cambio de perspectiva que supone que el narrador se acerque a uno u otro protagonista. Un tono neutro, desnudo, que mostrara la realidad en toda su crudeza. Sin guiños directos a otros géneros, sin intertextualidad ni artificios visibles. Si bien es cierto que hubo un momento en el proceso de escritura en el que sentí que necesitaba del humor para no hacer tan asfixiante el conjunto, y opté por introducirlo tan solo en una de las tramas, la de Marta, la joven influencer, a quien son las circunstancias las que la colocan en ciertos aprietos. Por otro lado, desde el principio supe que una premisa como esta, conducida desde la verosimilitud, acabaría dando lugar a repercusiones terroríficas. Y al llegar a la tercera parte decidí que debía mostrar que no todo el mundo estaría llevando igual esta crisis. Y pensé que si me acercaba a una de esas personas que estuviera viviéndolo con horror —por otra parte, una persona muy común, una mujer sola con sus hijos, nada enrevesado— durante un solo capítulo, eso no tendría por qué afectar al tono general de la novela, que de por sí tiende a ser oscuro. Espero haber logrado que estos contrastes se integren en el resto de la novela con naturalidad y no lleguen a desequilibrar la percepción global.
Te aseguro que sí. Esas oscilaciones en las que los géneros asoman por un breve instante para disolverse enseguida le otorgan al libro su propia identidad, una identidad agradablemente ingrávida, quizá por ese deseo tuyo de no darle demasiado peso a las características más señaladas que definen un rasgo tipológico. Pero detrás de todo ello se escucha una nota más grave, una especie de acorde moral, que se sostiene a lo largo del relato de un modo mucho más continuado. Como ejemplo de ese acorde me limitaré a mencionar un programa de televisión —perfectamente reconocible, por cierto— en el que queda de manifiesto que el intercambio no ha servido precisamente de aprendizaje, y, de hecho, el cuerpo recién adquirido es visto por sus nuevos usuarios casi como otro bien de consumo.
El problema que arrastramos desde nuestros inicios, en especial las sociedades occidentales, es la forma que tenemos de relacionarnos con el entorno, con el planeta, y eso incluye nuestra relación con el propio cuerpo. Por esta razón en la novela aparece una cita del Génesis en la que se nos insta a subyugar la tierra y señorear en los peces, las aves y las bestias. Estamos acostumbrados desde siempre a explotar y usar todo como mercancía. Y, en una sociedad que cada vez aprecia menos el esfuerzo intelectual o los asuntos del espíritu, no es de extrañar que el valor de las cosas se mida por cuánto placer son capaces de producir a nuestro cuerpo, que los cuerpos ajenos se cosifiquen y utilicen también como parte de este mercadeo, y que el cuerpo propio se juzgue según su capacidad de mejorar o empeorar nuestra posición en este contexto. Cuando en La transmigración el fenómeno del intercambio comienza a extenderse, era de esperar que una mayoría de los afectados lo primero que hiciera fuese comparar su nuevo cuerpo con el anterior, en términos de forma física, gordura, atractivo, además de cuestiones de género o raza. Pero las posibilidades que más me interesaban no eran estas. A nivel narrativo, me importaba mucho más contar cómo los cuerpos de las mujeres, históricamente usados y maltratados, en una situación como esta dependerían una vez más de quién los encarnase y de las circunstancias a las que se viesen arrojados. Cómo los cuerpos de los niños, los más frágiles, estarían a merced del azar y del capricho de quienes los poseyesen. Y también cómo las mentes de los niños sufrirían aún más, al perder la protección de sus hogares. Ni uno solo de todos estos escenarios que se exploran en la novela deja de tener una correspondencia real. Todos ellos son analogías de injusticias y abusos que se dan cada día en nuestro mundo. Con la premisa fantástica tan solo los miramos con nuevos ojos, desde una perspectiva distinta a aquella en la que solemos esta instalados, que no es poco.
Teniendo en cuenta las sombras por las que el libro nos lleva a transitar, mi pregunta es si en tu opinión el libro se despide con un cierre optimista. Por muchas razones, yo pondría en duda cualquier atisbo de optimismo, aunque la apariencia es la de un final esperanzador.
Este fue siempre uno de mis grandes quebraderos de cabeza. El desenlace y su equilibrio con el resto de la lógica de la novela. No podía ser optimista porque esto es un desastre, quiero decir, la humanidad es un desastre, y lo que se está tratando de representar a un nivel simbólico es el colapso de la civilización en sus peores momentos. Y sin civilización, o lo que es lo mismo, sin leyes, sin garantías, sin recursos, sin todo el legado cultural que nos ampara, acumulado durante siglos, habría demasiados individuos egoístas y demasiada maldad campando por el mundo. Además de los problemas de hambruna y de la imposibilidad de atender las necesidades médicas —y la enfermedad es otro de los ejes de la novela— de todos esos cuerpos cuyos diagnósticos sus nuevos dueños desconocen. Sin embargo, sí me parecía que había lugar para un destello de esperanza. Dentro de este panorama desolador, creo que aún se puede creer en las personas. En la bondad intrínseca de un porcentaje considerable de personas. Y, aunque ante el aumento del peligro y las amenazas constantes, esa bondad quedase larvada, habría personas concretas capaces aún de una conducta heroica, capaces de ponerse en riesgo, de sacar lo mejor de sí y de tirar de otros. Quiero pensar que en un mundo arrasado, bajo el tsunami de violencia, injusticia y crímenes, aún sobreviviría la capacidad de empatía, el instinto de colaboración y de ayudar al prójimo. Ese punto de luz sí se lo podía dar al lector.
Se cierra el libro como relato y se abre a muchas otras cosas: entre ellas, la cuestión, siempre irritante pero ineludible, de las premisas satisfechas o insatisfechas.
Toda respuesta a ese interrogante ha de ser, claro, subjetiva. A lo largo de los años he tratado de abordar libros muy distintos, algunos de ellos tenían un propósito más lúdico, y me fueron más fáciles de escribir, a otros los movía una voluntad transgresora o de experimentación, y alguno, por su ambición, tardó más de una década en adquirir su forma final. Pero mi pretensión con este último era la de enfrentarme al libro más completo que estuviera a mi alcance. Después de todo este recorrido, y de media vida dedicada también al estudio y a la enseñanza de los entresijos de la escritura, me propuse planear una novela que aunara todo eso. Un libro que se mantuviese fiel a mi gusto por lo insólito, a lo que siempre me ha interesado y a mi convicción de que mediante la distorsión fantástica se puede cuestionar con rigor la realidad; pero que, al mismo tiempo, recogiese quién soy ahora como persona, en este punto de la vida, mis experiencias, los cambios de mi sensibilidad o la transformación de mis preocupaciones. No me resultaría tan difícil analizar desde un punto de vista formal y técnico el resultado, valorar la potencia de la idea, la fuerza, la consistencia o la carnalidad de los personajes, la fluidez o la armonía de la historia. No obstante, me costaría mucho determinar si lo he conseguido. Si he logrado o no mi objetivo. Honestamente, no lo sé. En cambio, sí puedo decir una cosa: si alguien me preguntara por qué libro preferiría que empezase a leerme, le diría que por este.
EL CULTURAL, 02/06/2025
Los mejores libros para buscar en la Feria del Libro de Madrid
El Cultural selecciona 40 de las mejores novedades que lucirán sobre los estantes de las 365 casetas dispuestas en el Paseo de Coches del Retiro hasta el 15 de junio.
Como si de un espléndido bazar se tratara, en la Feria del Libro de Madrid paseantes y letraheridos van a encontrar, hasta el 15 de junio, miles de seductores títulos rebosantes de aventuras, poesía, pasado y porvenir. El Cultural selecciona cuarenta de las mejores novedades.
La transmigración
Juan Jacinto Muñoz-Rengel
AdN. 20,95 €
«Aún no había empezado. Habíamos acumulado toda la luz y también toda la desesperanza». Así comienza la última novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel, un relato distópico sobre una civilización que colapsa y en la que las conciencias comienzan a cambiar de cuerpo.
Diario SUR (Crónica), 31/05/2025
Muñoz-Rengel: «No podemos superar la adicción a los móviles; estamos ya colapsados»
El escritor y filósofo malagueño presenta su nueva novela sobre identidad, ‘La transmigración’, en el Aula de Cultura de SUR
Por Víctor Rojas.
Y, de repente, estás en otro cuerpo. Quizá en el de una persona enferma. O puede que en el de un niño. Una reflexión sobre la identidad que Juan Jacinto Muñoz-Rengel invita a hacer de la mano de su nueva novela: ‘La transmigración’. Considerado como el trabajo más ambicioso de su carrera, esta obra coral también sirve para pensar sobre situaciones actuales como la pandemia, el apagón y las redes sociales. «Con este libro he tratado de poner toda la carne en el asador en el sentido técnico y en cuanto a implicación», aseguró el escritor y filósofo malagueño en el Aula de Cultura de SUR, que cuenta con el patrocinio de Fundación Unicaja y Cervezas Victoria, durante su conversación con el redactor jefe de este periódico, Alberto Gómez.
Muñoz-Rengel afirmó durante la presentación de su novela que los seres humanos tienen que enfrentarse a un mundo complejo que no acaban de comprender. «Nos tenemos que mostrar de una manera en el entorno laboral, de otra en el social… Eso es lo complejo», apuntó el malagueño, quien señaló la dificultad para mantener los estados de ánimo a lo largo de un día. Una situación que, según el filósofo, se refleja en las redes sociales, donde se observa esta fragmentación de la identidad, sobre todo, entre las generaciones digitales. «Los ves y están tan perdidos como en el patio del instituto. No saben cómo se tienen que mostrar», reflexionó.
El autor aseguró que ahora, debido a las redes sociales, hay que mostrarse de «muchas más maneras». «Cuesta comprendernos a nosotros mismos. Todo está hecho para provocar adicción a los móviles y, al mismo tiempo, estamos ya colapsados», indicó Muñoz-Rengel, quien puso sobre la mesa que ya no sabemos cuántas caras tenemos ni con qué perfiles estamos hablando en una era digital en la que abundan los ‘bots’ y perfiles falsos.
La novela incluye grandes temas para la reflexión del lector, pero no se olvida del sentido del humor. «Me di cuenta de que era demasiado dura», cuenta el autor, quien decidió incluir un personaje como «válvula de escape» para mandar un mensaje positivo. «Hay personajes que siguen haciendo el bien y que priman su capacidad de empatía aunque sea en otros cuerpos», aclara el filósofo malagueño. Otra particularidad de ‘La transmigración’ es un protagonista cambiante sin ni siquiera un nombre fijo. «Ese era el mayor reto de esta novela a nivel formal», explicó Muñoz-Rengel. El escritor aseguró que, para que el lector no se perdiera en la lectura, se otorgó a este personaje de una mirada especial y única del mundo, así como de una personalidad marcada para que pudiera ser identificable aunque cambiara de cuerpo.

Miguel Gil, director de Relaciones de la Fundación Unicaja; Muñoz-Rengel, escritor y filósofo malagueño, y Alberto Gómez, redactor jefe de SUR. / Migue Fernández.
‘La transmigración’ habla sobre temas que preocupan a las grandes religiones, pero no se representa ni la inmortalidad ni aparecen dioses. «No hay dioses, que cada uno piense si hay un castigo por lo que estamos haciendo», dijo.
Muñoz-Rengel también reflexionó sobre el sistema actual. «Ni el hombre más rico del mundo puede cambiar el sistema», afirmó. El escritor puso el foco sobre las grandes fortunas que controlan el mundo. Unas personas que, según su criterio, sólo buscan el beneficio económico. Ahora, a través de la inteligencia artificial. «Si no hay nadie al mando, puede venir cualquier cosa. Somos muy dependientes de la energía, de lo digital», opinó el malagueño.
Muñoz-Rengel achacó parte de este problema a la educación y formación, con situaciones como quitar la filosofía en bachillerato. «Lo han enseñado todo mal. Hay que hacer un trabajo desde las bases y enseñar a leer, a escribir, a pensar, hay que recuperar las humanidades para crear a seres humanos pensantes», reflexionó el malagueño durante la presentación de su nueva novela, ‘La transmigración’, en el Aula de Cultura de SUR. Un ciclo que sirvió para que el filósofo volviera a su tierra, aunque sólo fuera por unas horas.
Presentación en Málaga, 30/05/2025
El autor conversa con el periodista Alberto Gómez a propósito de La transmigración en el Aula de Cultura de SUR.
EFE, 31/05/25
Muñoz-Rengel: «Es cuestión de tiempo que la IA acabe escribiendo novelas vendibles»
Por José Luis Picón.
El escritor Juan Jacinto Muñoz-Rengel, que después de haber visto su obra traducida a una decena de idiomas acaba de publicar su último libro, ‘La transmigración’, está convencido de que «es cuestión de tiempo» que la inteligencia artificial (IA) «acabe escribiendo novelas vendibles y con calidad literaria».
«Está al nivel de los mayores inventos de la humanidad o más. Se habla del fuego, la rueda o la imprenta, pero la IA implica cambios en todos los niveles de la sociedad y la civilización humana», afirma Muñoz-Rengel en una entrevista con EFE.
Cuando le dicen que la IA «escribe muy mal» o que «nunca podrá escribir como nosotros», replica que «solo es cuestión de tiempo, y ahora el tiempo es lo de menos, porque va rapidísimo».
«Al principio, ya lo hace, empezará haciendo textos dignos», y después «llegará por la fuerza, por inundación, como la calculadora hace cosas que nosotros no podemos hacer».
Eso implicará «crisis laborales a nivel mundial, que se acabarán superando, pero también cambios en la medicina y en toda la industria del entretenimiento», porque es «un invento superior a todo lo habido hasta ahora, con el añadido de que el avance es exponencial, y no se sabe qué ocurrirá en diez años».
Una anomalía inexplicable
En ‘La transmigración’ presenta un futuro distópico en el que las almas se transfieren de cuerpo en cuerpo sin control, y al respecto Muñoz-Rengel apunta que siempre le ha gustado «juguetear con el género fantástico y otros afines», pero en esta novela da «un salto a una anomalía del todo fantástica e inexplicable».
«En esta novela hay un fenómeno fantástico que ataca a la humanidad y es inexplicable, pero todo lo demás que ocurre es hiperrealista, para que el lector empatice con los personajes y se pregunte qué haría él si estuviera ahí».
Uno de los grandes temas del libro es la identidad personal, algo que siempre le ha «interesado mucho», como «la mente, la conciencia y el yo».
«La identidad siempre ha sido problemática, y tiene bastante de ilusión. Depende de nuestra memoria, de nuestro contexto cultural y de nuestra capacidad de autoengaño. Uno se pasa media vida preguntándose quién es», afirma el escritor, que añade que ahora las redes sociales «y todo lo digital aportan más confusión».
«Estamos perdiendo el control sobre nuestros datos en general y sobre nuestra imagen en particular, y por tanto nuestra identidad está cada vez más fragmentada».
La enfermedad
Otro tema de fondo de la novela es la enfermedad. «Hay un hecho trascendental y casi incomprensible para todos nosotros, que es que mi cuerpo está enfermo y voy a morir».
«Me falla un órgano y, de repente, no voy a estar aquí. Es incomprensible porque, en el fondo, nos sentimos entes superiores a la realidad física y, en cierto sentido, inmortales».
A Muñoz-Rengel le interesa «la literatura que es capaz de esconder en la entrelínea todo el pensamiento más profundo y, en primer plano, contar una historia que interese y enganche, y que se pueda leer sin entrar en lo profundo».
«La buena literatura escoge bien las escenas, y eso hace que el lector, sin querer, sienta el cosquilleo y el vértigo de esos grandes temas».
Apuesta por cuidar el lenguaje y el estilo y corrige «obsesivamente» cada párrafo. «Intento afinar hasta donde me llegan las fuerzas y, además, creo que la literatura, para no ser plana, debe introducir capas donde no haya un conflicto, sino muchos, varias temporalidades y recuerdos cercanos y lejanos de los protagonistas».
Adaptación a la pantalla
Cuando escribía ‘La transmigración’ no se planteó que pudiera adaptarse a la pantalla, pero en los pocos días que lleva en las librerías «es el comentario más repetido, que merece una serie».
«Hasta me extraña, porque no me lo planteaba así. Veo que los niveles profundos no son tan fácilmente adaptables a la pantalla, pero al final la suerte de un libro depende de su vida, que es azarosa, y de a qué manos llegue».
De cara al futuro, asegura que siempre le interesa «cambiar mucho de un libro a otro». «Eso ha hecho que haya podido afrontar nuevos retos y no aburrirme, aunque cuando uno mira los libros atrás, ve un parentesco entre ellos».
Muñoz-Rengel avanza que ya está escribiendo su nueva novela, «cuyo tratamiento tiene que ver mucho con esta, con un narrador bastante neutro, pero en cuanto a temática será completamente distinta», porque irá «al mundo de los cuentos tradicionales europeos».
Infobae, 30/05/25
Muñoz-Rengel: «Es cuestión de tiempo que la IA acabe escribiendo novelas vendibles»
Por José Luis Picón.
El escritor Juan Jacinto Muñoz-Rengel, que después de haber visto su obra traducida a una decena de idiomas acaba de publicar su último libro, ‘La transmigración’, está convencido de que «es cuestión de tiempo» que la inteligencia artificial (IA) «acabe escribiendo novelas vendibles y con calidad literaria».
«Está al nivel de los mayores inventos de la humanidad o más. Se habla del fuego, la rueda o la imprenta, pero la IA implica cambios en todos los niveles de la sociedad y la civilización humana», afirma Muñoz-Rengel (Málaga, 1974) en una entrevista con EFE.
Cuando le dicen que la IA escribe muy mal o que nunca podrá escribir como nosotros, replica que «solo es cuestión de tiempo, y ahora el tiempo es lo de menos, porque va rapidísimo».
«Al principio, ya lo hace, empezará haciendo textos dignos», y después «llegará por la fuerza, por inundación, como la calculadora hace cosas que nosotros no podemos hacer».
Eso implicará «crisis laborales a nivel mundial, que se acabarán superando, pero también cambios en la medicina y en toda la industria del entretenimiento», porque es «un invento superior a todo lo habido hasta ahora, con el añadido de que el avance es exponencial, y no se sabe qué ocurrirá en diez años».
En ‘La transmigración’ presenta un futuro distópico en el que las almas se transfieren de cuerpo en cuerpo sin control, y al respecto Muñoz-Rengel apunta que siempre le ha gustado «juguetear con el género fantástico y otros afines», pero en esta novela da «un salto a una anomalía del todo fantástica e inexplicable».
«En esta novela hay un fenómeno fantástico que ataca a la humanidad y es inexplicable, pero todo lo demás que ocurre es hiperrealista, para que el lector empatice con los personajes y se pregunte qué haría él si estuviera ahí».
Uno de los grandes temas del libro es la identidad personal, algo que siempre le ha interesado mucho, como «la mente, la conciencia y el yo».
«La identidad siempre ha sido problemática, y tiene bastante de ilusión. Depende de nuestra memoria, de nuestro contexto cultural y de nuestra capacidad de autoengaño. Uno se pasa media vida preguntándose quién es», afirma el escritor, que añade que ahora las redes sociales «y todo lo digital aportan más confusión».
«Estamos perdiendo el control sobre nuestros datos en general y sobre nuestra imagen en particular, y por tanto nuestra identidad está cada vez más fragmentada».
Otro tema de fondo de la novela es la enfermedad. «Hay un hecho trascendental y casi incomprensible para todos nosotros, que es que mi cuerpo está enfermo y voy a morir».
«Me falla un órgano y, de repente, no voy a estar aquí. Es incomprensible porque, en el fondo, nos sentimos entes superiores a la realidad física y, en cierto sentido, inmortales».
A Muñoz-Rengel le interesa «la literatura que es capaz de esconder en la entrelínea todo el pensamiento más profundo y, en primer plano, contar una historia que interese y enganche, y que se pueda leer sin entrar en lo profundo».
«La buena literatura escoge bien las escenas, y eso hace que el lector, sin querer, sienta el cosquilleo y el vértigo de esos grandes temas».
Apuesta por cuidar el lenguaje y el estilo y corrige obsesivamente cada párrafo. «Intento afinar hasta donde me llegan las fuerzas y, además, creo que la literatura, para no ser plana, debe introducir capas donde no haya un conflicto, sino muchos, varias temporalidades y recuerdos cercanos y lejanos de los protagonistas».
Cuando escribía ‘La transmigración’ no se planteó que pudiera adaptarse a la pantalla, pero en los pocos días que lleva en las librerías «es el comentario más repetido, que merece una serie».
«Hasta me extraña, porque no me lo planteaba así. Veo que los niveles profundos no son tan fácilmente adaptables a la pantalla, pero al final la suerte de un libro depende de su vida, que es azarosa, y de a qué manos llegue».
De cara al futuro, asegura que siempre le interesa «cambiar mucho de un libro a otro». «Eso ha hecho que haya podido afrontar nuevos retos y no aburrirme, aunque cuando uno mira los libros atrás, ve un parentesco entre ellos».
Muñoz-Rengel avanza que ya está escribiendo su nueva novela, «cuyo tratamiento tiene que ver mucho con esta, con un narrador bastante neutro, pero en cuanto a temática será completamente distinta», porque irá «al mundo de los cuentos tradicionales europeos».
Noviembre Nocturno, 29/05/25
La transmigración en el pódcast Noviembre Nocturno
Esta noche tenemos el privilegio de estrenar un inquietante capítulo introductorio a la último novela del maestro Juan Jacinto Muñoz Rengel, La Transmigración, publicada por AdN. De hecho, ¡nos ha prestado su voz y pensamientos para algunas de las reflexiones finales!
«Si apareciéramos en un cuerpo ajeno ¿intentaríamos volver a casa, quizá a kilómetros de distancia, donde nadie nos reconocerá? ¿O buscaríamos esa otra vivienda que abre el juego de llaves de nuestro abrigo? ¿Quién nos esperará allí dentro? El abismo apenas comienza a adivinarse. Porque cuando te despojan de tu cuerpo, no solo te roban la identidad, también te arrancan tu vida, te separan de los tuyos y de todo lo que importa. ¿Dónde están tus hijos? ¿De quiénes son los niños que vagan perdidos por las calles? ¿De verdad son niños?»
No se lo pierdan amigossss…
Suplemento Abril, EL PERIÓDICO, 29/05/25
El fin del mundo
En ‘La transmigración’ Juan Jacinto Muñoz-Rengel nos obliga a pensar qué haríamos en una situación de colapso
Por Laura Barrachina.
En 1963, Skeeter Davis cantaba que había llegado el fin del mundo porque su amado le había dicho que no la quería. Un año antes, la «crisis de los misiles» había hecho temer una guerra nuclear, pero ya se sabe que el desamor es peor que una bomba de fusión. El amor y su desaparición suelen ser temas frecuentes en la música, pero el fin del mundo es un género bastante trabajado también desde que los humanos nos hemos empeñado en acelerar ese proceso mediante guerras, una industrial salvaje y despiadada y el desarrollo de una tecnología inhumana. Hace 25 años Radiohead cantaba sobre ello en Idioteque, que empezaba preguntando: ¿quién está en el búnker?
Aunque yo espero que tenga razón Sabina y el fin del mundo nos pille bailando, lo más normal es que suceda mientras estamos en el metro, un atasco, el trabajo, en sitios donde más tiempo pasamos los de la ciudad. Eso les pasa a los protagonistas de La transmigración, la nueva novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel, que de pronto sienten un terrible dolor de cabeza, se desmayan y cuando despiertan están en otro cuerpo y hasta en otro continente. Este proceso conlleva el colapso de la civilización porque nadie sabe a qué trabajo acudir ni cómo hablar en otro idioma o cómo curar una enfermedad que de pronto padece.
La novela parte de esta premisa para hablar primero de la identidad, sobre quiénes somos si permanece nuestra esencia en otro cuerpo, pero nadie sabe realmente quiénes somos ni puede fiarse de nuestra apariencia. El escritor malagueño reflexiona sobre este asunto desde que publicó en 2013 El sueño del otro, pero ahora añade la maternidad y la paternidad a sus obsesiones y se pregunta cuánto haríamos por proteger y recuperar a nuestros hijos, porque ellos también desaparecen aunque sus cuerpos permanezcan iguales.
La transmigración se puede leer como un thriller, con la intriga de querer saber si se revertirá la situación de los protagonistas, ese viejo doctor con párkinson que ahora vive en el cuerpo de un hombre sano y fornido o la mujer que ahora vive en el cuerpo del doctor, el hombre que se encuentra en el cuerpo de una mujer deseada, con toda la reflexión en torno al género y a la carne que esto conlleva; sin embargo, hay capas filosóficas más profundas como el título ya avisa a los lectores de Platón, que reflexionó sobre la transmigración de las almas.
Muñoz-Rengel, que estudió filosofía y es el director de la Escuela de Imaginadores de Madrid, también es uno de los grandes exponentes del fantástico en español, género siempre extraordinariamente rico para reflexionar sobre las angustias individuales y colectivas, pero especialmente en esta época de pandemias, apagones y amenazante violencia.
En La transmigración, también nos obliga a pensar qué haríamos nosotros en una situación de colapso así, qué valores desecharíamos, a quién dejaríamos atrás, por quién arriesgaríamos la vida, de quién nos acordaríamos. La última en aportar una canción al género apocalipiticoamoroso ha sido Miley Cyrus. En End of the world le da la vuelta y le pide a la otra persona que hagan todo eso que se supone que haríamos si acabara el mundo, pero sabiendo que no lo hará. Es la mejor forma de vivir.
Diario SUR, 27/05/25
Juan Jacinto Muñoz-Rengel presenta su nueva novela en el Aula de Cultura de SUR
El escritor malagueño se cita con sus lectores en el salón de actos de Unicaja
Por Alberto Gómez.
¿Y si empezáramos a migrar de un cuerpo a otro, si amaneciéramos en una piel ajena? Con esta premisa, en un mundo colapsado, Juan Jacinto Muñoz-Rengel reflexiona acerca de la identidad en su nueva novela, ‘La transmigración’, el trabajo más ambicioso de su carrera, una obra coral y envolvente que demuestra el buen estado de forma del autor malagueño. La presenta este viernes en el Aula de Cultura de SUR, donde también firmará ejemplares en el salón de actos de Unicaja en la plaza de la Marina.
–La pandemia, el apagón… No sé si me atrevería a calificar esta novela como distópica.
–El futuro ya está aquí, si es a lo que te refieres. Nunca en toda la historia de la humanidad las cosas han cambiado tan rápido, y en las últimas décadas hemos sentido esta aceleración aún más si cabe que en el siglo pasado. En un mundo global, con una tecnología que avanza a mayor velocidad que nuestra capacidad de adaptación, que podría destruirnos de un plumazo y de muchas maneras distintas, podemos suponer que estas crisis que mencionas serán cada vez más habituales. Por eso tenemos esta sensación de estar pisando el futuro. En cuanto a los géneros literarios, creo que para que mi novela se pudiera considerar una distopía tendría que hablar más de otros posibles sistemas sociales. Y de lo que habla es de la disolución de nuestra sociedad, esto la emparenta más con el género apocalíptico. El fin del mundo, una idea con la que últimamente sentimos que debemos ir familiarizándonos.
–Sin duda. No es que antes tuviéramos muy claro quiénes éramos ni nada de eso. La identidad personal y nuestra relación con el mundo siempre han sido aspectos conflictivos. De niños no parábamos de hacer preguntas para determinar quiénes somos, de adolescentes andábamos perdidos tratando de dar ese salto, y de adultos todavía seguimos mostrándonos distintos según el entorno en el que nos encontremos, dentro de un mundo lleno de ilusiones y de impostura, donde nada es lo que parece. Lo que ocurre es que ahora también tenemos que lidiar con diferentes perfiles en un sinfín de redes sociales, en algunos casos desde que amanece hasta volver a entrar en la cama. Y en redes donde proliferan los perfiles falsos y los bots, en un horizonte en el que los deepfakes y los avatares a medida no harán sino multiplicarse, hasta ser indistinguibles de la realidad. Si Calderón de la Barca levantara cabeza, no daría crédito.
–Abrías ‘Una historia de la mentira’ con una cita de Feuerbach que dice que la simulación es la esencia del mundo actual.
–Y esa sigue siendo la dirección que hemos tomado. Siempre hemos estado instalados en la simulación. No por voluntad propia, más bien porque nuestras capacidades cognitivas son limitadas y no estamos capacitados para percibir la realidad en sí. Pero si el mundo era complejo antes, con todas sus capas, sus trampas y espejismos, imagínate ahora que nos hemos especializado en crear mundos virtuales hiperrealistas, que no son sino nuevas capas fantasmáticas sobre este mundo. No solucionamos el hambre, ni la crisis energética, ni la desigualdad, ni por el momento las grandes enfermedades, pero mientras las cosas empeoran nosotros nos perfeccionamos en la técnica de crear una cada vez más sofisticada maraña de simulaciones. De todo eso quería hablar en esta novela. Pero lo hago a partir de una hipótesis fantástica que me permite abordarlo renunciando a la vez a toda tecnología. Me interesaba reflexionar desde un punto de vista metafórico, así evitaba explicaciones y el lector podía elegir hacia dónde dirigir el mensaje según sus propias inquietudes.
–En plena era de la información, ¿estamos más confundidos que nunca?
–Por supuesto. La sobreinformación viene acompañada de desinformación. Y a gran escala, porque en realidad hay muchos intereses y grandes poderes fácticos que tienen por objetivo manipular a la sociedad. Y lo están consiguiendo. Cuando publiqué ‘Una historia de la mentira’ y me preguntabais por esto, yo os decía que el último bastión erais vosotros, el último dique de contención erais los medios de comunicación, quienes teníais que frenar la avalancha y aportar garantías de autenticidad. Pero también estáis fallando. Los medios no estáis cumpliendo vuestro papel, muchos intentan aliviar su propia crisis de financiación plegándose a unos u otros intereses. Y los ciudadanos tampoco estamos exentos de culpa. La única forma de combatir la desinformación sería con una sociedad formada, con aparato crítico. Pero nos dejamos llevar de la mano hacia el abismo. Aceptar, aceptar. Mientras desmantelan la filosofía y las humanidades en la educación, nosotros seguimos clicando en aceptar todas las condiciones.
–Si me preguntas a mí, creo que no. Pero lo que sucede en ‘La transmigración’ es otra cosa. Lo que sucede en la novela es un fenómeno fantástico inexplicable, por el cual cada uno de nosotros comienza, azarosamente, a mudar su mente de cuerpo. Esto va contra todas las leyes de la lógica y de la ciencia, claro. ¿Cómo se explica que mi mente pueda hallarse en otro cerebro, cuando a su vez ella es un conjunto de redes neuronales? Sin embargo, a nivel narrativo esta excusa era maravillosa. Me permitía hablar sobre nuestras identidades fragmentadas, sobre todo lo que nos está pasando, sobre la confusión, sobre la inestabilidad, sobre la sensación de que podemos perderlo todo en un instante, nuestra casa, nuestro entorno y nuestros vínculos. Esto es lo que experimentan todos mis personajes cuando son arrancados de su vida y aparecen en otro cuerpo, la misma confusión y ansiedad que en la actualidad estamos sintiendo de modo latente todos nosotros. Y, además, desde este punto de partida podía desarrollar muchas líneas argumentales independientes con interés en sí mismas.
«Los medios no estáis cumpliendo vuestro papel, muchos intentan aliviar su propia crisis de financiación plegándose a unos u otros intereses»
–Utilizas a menudo, durante el libro, el concepto de alma, históricamente ligado a la religión. ¿Cómo la definirías?
–A pesar de que utilice la palabra alma, porque como decía en la novela se concede a las mentes cierta emancipación debido a la premisa fantástica que desencadena todo, mi planteamiento es más abierto y entronca con un concepto que siempre ha estado presente en la historia de la filosofía. Y no me refiero solo a la noción de alma, tan central, por ejemplo, en Platón, sino incluso a su propia teoría de la transmigración de las almas. En este libro, en cambio, siempre se trata de poner el foco en que nosotros somos una mente enraizada en un cuerpo. También somos cuerpo, un cuerpo sintiente, que nos permite los estímulos y las emociones, pero al mismo tiempo determina nuestras circunstancias concretas. ¿Quiénes somos si cambiamos todas nuestras circunstancias? No somos, desde luego, conciencia pura. Y por aquí va otro de los debates de nuestra actualidad y el desarrollo tecnológico.
–En una sociedad con tanto ego inflamado, ¿son más peligrosos los dioses creados por las religiones o los hombres que se creen dioses?
–Me temo que todo está más ligado de lo que parece. Los dioses de las religiones son un reflejo de nuestra humanidad, una extrapolación de todas nuestras virtudes y también nuestros defectos: dioses egomaniacos, autocomplacientes, narcisistas, que necesitan un constante reconocimiento. Si hubiera algo más allá de nuestra comprensión, desde luego no tendría ni el más remoto parecido con las burdas hipérboles que hemos creado. ¿Y qué son algunos de los líderes que ahora dominan el escenario mundial sino otra caricaturesca representación de nuestros deseos y debilidades? Los dioses y las ideologías siempre han sido herramientas, que han servido para dar más poder a estos hombres que tienen como fin doblegarnos a todos los demás.
–En tu novela hay ecos de series como ‘The leftovers’, ‘Walking dead’ o ‘Black mirror’ pero también de libros como ‘Ensayo sobre la ceguera’ o ‘La carretera’.
–Si he logrado evocar solo una parte de las referencias que mencionas, ya me puedo ir a dormir tranquilo. Hay algo en la prosa de Cormac McCarthy que me interesaba mucho para esta novela, su desnudez, su efectividad, pero también su naturaleza descarnada que le permitía describir como nadie las situaciones más crudas. Quería arañar algo de la mirada realista de McCarthy para contar las historias de esta novela. También hay mucho de ‘Ensayo sobre la ceguera’ de Saramago, porque se usa un fenómeno de partida inexplicable con propósitos filosóficos; pero de esa influencia me di cuenta mucho más tarde, cuando ya estaba muy avanzada la escritura. Las series que nombras también deben de estar ahí, lo está seguro ‘The leftovers’. Desde el mismo momento que la vi, noté enseguida que conectaba con todos los motivos que han movido casi todos mis libros. Me alegro de haber tenido una oportunidad de acercarme aún más a sus planteamientos. De ella me fascinó sobre todo la forma profunda, realista y casi natural de relacionarse con lo imposible.
«Cuando vivimos eventos que nos sacan de nuestras rutinas, como la pandemia o el apagón, vemos en qué nos hemos convertido, qué estamos haciendo con nuestra vida apilando un día tras otro»
–Parece que cualquier acontecimiento excepcional nos hace darnos cuenta, aunque sea por un momento, de que vivimos como autómatas, sin más tiempo que para trabajar y atender logísticas familiares. ¿Es posible frenar esa rueda de hámster? ¿Solo funcionamos estando ocupados?
–Es posible frenarla, pero que lo consigamos una vez no garantiza que no volvamos a entrar en la rueda antes de que nos demos cuenta. Como cualquiera habrá notado, esa batalla personal diaria que todos mantenemos por obtener un estado de ánimo concreto no tiene como mayor dificultad lograr por un instante la paz deseada, el equilibrio, la motivación, la alegría, la ausencia de culpa o la felicidad. Lo verdaderamente difícil es conservar ese estado. A lo largo de un solo día, nuestra mente, nuestro ánimo, cambia una docena de veces debido al cansancio, a los picos de glucosa, a la ausencia o no de siesta, a los ritmos circadianos, a las circunstancias y las personas que nos vamos encontrando. De modo que, cuando por fin conseguimos instalarnos en el estado mental que queremos durante dos o tres días seguidos, ¿qué nos garantiza que no lo perderemos durante el resto de la semana? Hay que hacer un verdadero esfuerzo, muy disciplinado, para controlar el decurso caprichoso de nuestras vidas. Creo que nos faltan lecturas. Cuando vivimos el confinamiento, o más recientemente con el apagón, un evento externo nos sacó de nuestras rutinas. Ahí es cuando vemos en qué nos hemos convertido, qué estamos haciendo con nuestra vida apilando un día tras otro. Pero la lucidez enseguida se desvanece. En ‘La transmigración’ quise que el incidente externo que recolocara a los personajes fuese tan drástico que los pusiera del todo fuera de sus vidas. Me pareció que era la única manera de que también el lector sintiese esta descolocación en la piel propia.
–El cambio de género hace tiempo que es posible. ¿A qué achacas la resistencia de los sectores más conservadores?
–Un conservador, por definición, quiere conservar el estado de las cosas. Esto ha sido así desde el principio de los tiempos. Algunas personas se sienten seguras manteniendo todo como está, les mueve una predisposición a preservar las prácticas y las tradiciones, mientras que otras se sienten inclinadas al progreso. Conservadores y progresistas. Lo que ocurre es que el conservador, para que nada cambie, tampoco quiere que lo hagan los demás. De ahí el miedo a lo que otros hagan con sus cuerpos o con sus propias decisiones. También yo a veces me lo pregunto. ¿Tienen miedo a la supervivencia de la especie? Probablemente no. Si les preocuparan nuestros índices de natalidad bastaría con controlar los precios de la vivienda. Tampoco les preocupa su integridad física, se trata más bien de la decadencia de sus tradiciones. Cuando me planteé una novela como esta, desde el primer momento tuve claro que debía explorar todas las posibilidades que nos lleven a ponernos en la piel del otro. Hombres en cuerpos de mujer, hombres en cuerpos de ancianas, mujeres en cuerpos de niño. Hombres blancos dentro de cuerpos de otras razas. Las posibilidades eran inagotables. Como mi epidemia también es pandémica y puedes verte trasladado a otra parte del mundo, los aspectos relacionados con la migración y los sesgos xenófobos también eran un pilar importante. Incluso, en un momento dado de la trama, planteo la posibilidad de que una persona trans vuelva a verse ubicada en otro nuevo cuerpo. Desde esta perspectiva, todas las preguntas que se hace el lector tienen otro punto de vista y están más libres de prejuicios.
«El conservador, para que nada cambie, tampoco quiere que lo hagan los demás. De ahí el miedo a lo que otros hagan con sus cuerpos»
–La inteligencia artificial abrirá escenarios que ni siquiera imaginamos. Ya hay voces clonadas, avatares que mantienen conversaciones… ¿Le preocupa?
–Hablábamos de lo fake y del baile de máscaras en el que estamos convirtiendo el mundo. Todos estos avances vendrán acompañados de innumerables ventajas y un número análogo de oportunidades para el fraude. Desde contar con traducciones simultáneas en nuestras videoconferencias, sin que podamos distinguir ni el cambio de voz ni el falso movimiento de labios, hasta todo tipo de suplantaciones de identidad. Pero también hablábamos del debate sobre si somos conciencia pura al margen de nuestro cuerpo. El cristianismo ha alimentado la creencia en un alma inmortal, incorpórea al menos hasta el día de la resurrección de la carne. Y ahora cada vez estamos más cerca de la posibilidad de hacer un volcado de nuestras inteligencias a un entorno digital. Si hacemos una copia de nuestra conciencia y la subimos a un servidor y un algoritmo le da vida, ¿seremos nosotros? Este conjunto de todos nuestros recuerdos y sensaciones, de nuestra forma de pensar, de nuestros heurísticos, nuestros gustos y manías, de nuestra completa personalidad, ¿tendrá algo que ver con la conciencia desde la que ahora mismo estamos pensando? ¿O solo será una réplica? No obstante, hay algo que me preocupa aún más. Podríamos ser inmortales, sí, estar libres de cargas y enfermedades, pero, sin cuerpo, y por lo tanto sin hogar, sin circunstancias físicas, sin estímulos naturales, sin ni siquiera un anclaje al mundo que impida a otros duplicarnos o borrarnos a su antojo, ¿hasta dónde estamos dispuestos a renunciar?
–¿Es posible acompañar la revolución tecnológica, a la velocidad que avanza, de una base ética?
–Es lo que intentamos, pero en términos de velocidad estamos condenados al fracaso. Como decía al principio, nuestra capacidad de avance científico es exponencial. Y en los años venideros esto se va a sentir más que nunca. No estamos preparados para el cambio. La humanidad antes contaba con miles de años para adaptarse a cualquier cambio por pequeño que fuese. En estos momentos, las transformaciones tecnológicas y sociales tienen un impacto mundial y, en términos históricos, ese impacto es inmediato. La cultura nunca se podrá transformar a la velocidad de los progresos técnicos. Contamos con instituciones que velan por la ética y la sostenibilidad de la ciencia, pero ni tienen poder ni tampoco velocidad de reacción. Es más, ni siquiera nos dará tiempo a legislar con ciertas garantías. Ya está pasando, sin ir más lejos, con la propiedad intelectual. El gran problema es que la ética e incluso las leyes están fuera de esta fórmula, porque lo único que rige todo este movimiento no es ni siquiera la ciencia, sino el capital. Y el capital es ciego.
Suplemento Libros, La Opinión, 25/05/25
Muñoz-Rengel ilustra el colapso de la civilización
Por Francisco Recio.
Vuelve uno de los grandes maestros de la literatura fantástica en España, Juan Jacinto Muñoz-Rengel, algo que ha supuesto esfuerzo y talento pues el universo literario español siempre ha minusvalorado este género literario de lo fantástico, que no debe asociarse con la ciencia ficción, ni con el thriller futurista. Muñoz-Rengel publica ‘La transmigración’, una distopía de gran alcance donde a partir de un hecho insólito y sorpresivo: las mentes de las personas empiezan a mudarse a otros cuerpos en una operación de alcance mundial donde todas las personas de todos los países están implicadas, se genera una situación de caos que amenaza con el colapso y el fin de orden establecido.
Muñoz-Rengel es un buen conocedor del alma humana, de sus miedos, sabe que los hombres siempre han tenido temor al futuro. Los relatos apocalípticos, las grandes profecías sobre el fin del mundo siempre se han aprovechado de este miedo y han sabido sacar partido y control.
En un mundo como el actual ya tensado por conflictos y por avances tecnológicos que pueden servir para avanzar o lo contrario, según las manos que los utilicen, Muñoz-Rengel plantea un escenario donde la fragilidad de las personas y sus miedos harán posible que todo ese mundo actual que creemos seguro y estable, pueda derrumbarse y de ahí arrastrar a todos al colapso y acabe reinando el desastre universal.
‘La transmigración’ comienza con el doctor Fernando Garrigues, un médico jubilado que aparece dentro del cuerpo del empleado de un matadero; a su vez la especie de influencer Andrea Lledó ve trasladada su mente, aún joven, al cuerpo algo envejecido del doctor Garrigues; y la joven Marta, una dinámica estudiante española en Londres transmigra su mente al cuerpo de un japonés. A partir de ahí la transmigración se convierte en un fenómeno universal que abarca a todos los países .
Muñoz-Rengel no es el maestro de la literatura fantástica por casualidad. Sus logros devienen de sus planteamientos narrativos que encierran un importante fondo filosófico. Detrás de esa descripción caótica del mundo, el escritor nos invita a reflexionar sobre el comportamiento aberrante de muchos seres humano y el peligro que esto conlleva para la supervivencia del planeta.
Con una prosa erudita, pero cruda, como corresponde a la naturaleza del relato, Muñoz-Rengel explora en ‘La transmigración’ la cuestión de la identidad, el cuerpo, del alma, y los límites de la conciencia en un mundo donde nada es estable. Lo hace con maestría soberana pues Muñoz-Rengel lleva años enfrascado en la singular aventura literaria de indagar en asuntos profundos de nuestra existencia a través de lo fantástico.
‘La transmigración’ la publica la editorial AdN, y siguiendo a su criterio, subrayamos que el escritor se sumerge en su obra más ambiciosa, una novela coral, que se despliega por países de todos los confines para contarnos el colapso de la civilización. Las ciudades caerán una tras otra y los protagonistas del relato habrán de poner a prueba sus certezas y los límites de su moral.
El Norte de Castilla, 24/05/25
¿Es el cuerpo parte de tu identidad?
‘La transmigración’ parte de una premisa de ciencia ficción para hurgar en la fragilidad de lo que somos y creemos ser
Por Víctor M. Vela.
Algo extraño ocurre (no sabemos muy bien el porqué), pero hay personas que, de repente, se encuentran atrapadas en un cuerpo que no es el suyo. Chavales obsesionados con el gimnasio que ahora pesan 130 kilos, tipos que se han maltratado en noches de drogas y alcohol y ahora son la pura estampa de la salud, bebés en un cuerpo adulto que no saben cómo manejar, madres en una criaturita de cinco años que deben cuidar a sus hijos en una carcasa con 90. El mundo que presenta ‘La transmigración’ está al borde del caos y Muñoz-Rengel propone seguir a un puñado de personajes para ver cómo afrontan esta situación que coloca a la sociedad en un abismo que parece insalvable. Porque si nadie es quien parece ser, ¿cómo sabemos a quién tenemos delante? ¿Seguiremos queriendo a nuestros seres queridos si tienen otra cara, otro cuerpo, otro olor? ¿Qué hacer cuando la cara de quien creíamos conocer tan bien ya no es «garantía alguna de la identidad»?(145). Tenemos a Andrea, una mujer golpeada por la vida, maltratada por su ex, que se ha metido en la piel de Fernando un oncólogo a punto de jubilarse. Ese médico tiene Parkinson, así que Andrea se encuentra de pronto en un cuerpo envejecido que no le responde. Fernando está a su vez en el cuerpo de un tipo de 38 años que trabaja en un matadero (el médico es ahora matarife) y ha dado siempre problemas en el pueblo en el que vive. Tenemos a un pedófilo que, de pronto, ve en su nuevo cuerpo una oportunidad para acercarse a niños indefensos. A una influencer que vendió su cuerpo (el anterior) por un puñado de likes y ahora debe lidiar con una imagen que no es la suya… y a miles de kilómetros de distancia. Son los principales personajes de una novela que comienza de forma farragosa (cuesta entrar), termina de forma líquida (lo importante no es el final), pero que se disfruta con unos cruces de cuerpos que, en varios tramos, regala auténticos relatos de terror (esa madre que ve cómo, uno por uno, pierde a todos su hijos), pero también estampas emocionantes (como esa otra madre que puede abrazar la nueva cáscara de su hijo, después de abandonar su anterior cuerpo en coma). ‘La transmigración’ es una novela que explota estas situaciones límite para cuestionarse a fondo qué entendemos por identidad personal. ¿Qué hace que seamos lo que somos: nuestro pensamiento o nuestra imagen? ¿Hasta qué punto el cuerpo que tenemos condiciona lo que somos? ¿Cómo nos adaptamos a la vejez, cómo lidiamos con un cuerpo que no nos responde ante lo que nos gustaría hacer? ¿Cómo el cuerpo influye en la impresión que los otros tienen de nosotros, en las reacciones que despertamos en los demás? Estas preguntas están en una novela que además habla de la fragilidad de nuestro físico, de cómo el cuerpo se nos agota, cómo pueden causarnos dolor o nosotros provocarlo. Cómo el uso del cuerpo propio y el ajeno puede ser herramienta para el abuso. «No somos más que almas errantes, puntos de conciencia a la deriva», dice un personaje en la página 39. «Siempre he pensado que las noches de insomnio nos igualan a todos, que en una cama rodeada de oscuridad (…) somos una y la misma persona desnuda frente al universo», se dice en la 51. Pero, según avanzamos en la novela, nos daremos cuenta de que lo que somos (o lo que creemos ser) no es solo fruto de nuestro cerebro, nuestro intelecto (el alma, el espíritu, como lo queramos llamar). El cuerpo también nos define. Como somos influye en lo que somos. «No somos más que el cuerpo y la suma de circunstancias que el azar nos tenía reservados», podemos leer en la 266. Pero, sobre todo, esta es una novela que habla de la fragilidad de nuestras vidas. Cómo una desgracia, un volantazo inesperado, un soplo ligero del azar nos puede cambiar para siempre. «Todo en nuestra vida es inestable, no solo ahora [en este mundo de almas cambiadas], también antes. Nuestras dudas no son nuevas, quiénes somos, qué buscamos, adónde nos dirigimos, qué nos hace ser lo que somos, incluso nuestros estados de ánimo y nuestros objetivos cotidianos van variando una y otra vez a lo largo del día. Nada es estable y por eso necesitamos un propósito que perdure». La novela regala muchas páginas de placer desasosegante.
COPE, 21/05/25
La transmigración en La Tarde en Cope Málaga.
La Orilla de las Letras, 19/05/2025
Por Cristina Monteoliva.
Los acontecimientos de los últimos años, tanto a nivel planetario como solo dentro del territorio español, nos lo están dejando muy difícil a los escritores de fantasía y ciencia ficción a la hora de imaginar futuros apocalípticos. Por suerte, aunque la realidad se esfuerce por superar a la ficción, todavía quedan resquicios por los que colar una buena trama. Hoy os voy a hablar del porvenir distópico que nos presenta Juan Jacinto Muñoz-Rengel en su magnífica y original obra La transmigración.
Tras un desvanecimiento, el jubilado Doctor Fernando Garrigues aparece dentro del cuerpo del empleado de un matadero; la autónoma Andrea Lledó, en el envejecido y enfermo cuerpo de Garrigues; y la joven Marta, estudiante española en Londres, en el de un japonés, a miles de kilómetros de distancia de todo lugar conocido. Pronto los tres se dan cuenta de que todas las almas están mudando de cuerpo, un problema menor teniendo en cuenta todo lo que ello conlleva. ¿Conseguirán sobrevivir en un mundo en el que reina el caos?
¿Cuál es el comienzo en una distopía: el hecho fantástico o de ciencia ficción que hace que el orden mundial cambie y acabe reinando el desastre, o los antecedentes que lo precedieron? En La transmigración el encargado de ponernos en antecedentes y de contarnos que pasó tanto durante el suceso fantástico como después es un narrador omnisciente, sabio y un tanto aleccionador que, curiosamente, se dirige de tú a tú en los capítulos dedicados a Andrea. Este ser superior sabe de buena tinta que el ser humano ha traspasado los límites de su soberbia, lo que no solo ha puesto en peligro al planeta, sino a sí mismo. ¿Justifica así el evento extraordinario que le sucede a los humanos? Puede ser. ¿Quiere decir que todos en el planeta lo merezcan? No lo creo. Tampoco él pues, aunque esta es una novela coral en la que veremos un buen número de casos de transmigraciones de almas, este ser se centra en tres personas fundamentalmente buenas: Fernando, Andrea y Marta.
¿Quiénes son nuestros tres protagonistas antes del fin del mundo conocido? El doctor Garrigues era un hombre que batallaba con un cuerpo enfermo en el hospital; Andrea, una mujer solitaria a la que su terrible ex marido le había quitado tanto la custodia como el cariño de su único hijo; y Marta, una muchacha más preocupada por vivir un presente de apariencias que por pensar en el futuro.
¿Y quiénes son después? Sin entrar en detalles, pues me gustaría que leyerais este libro con un poco de sorpresa, tres pobres criaturas que luchan por encontrar un nuevo orden lo más pacífico posible.
Los que hayáis leído antes a Muñoz-Rengel ya sabréis que sus obras siempre encierran algo de comprometido, algo de filosófico, algo que hace que te acabes planteando el sentido de tu propia existencia. En una novela como esta, cada página nos invita a reflexionar sobre lo que es ser humano y lo que estamos haciendo con nuestra especie y el planeta. Los temas sobre los que el narrador pone el foco son diversos, a cada cuál más interesante y preocupante. Algunos de ellos son: las macrogranjas y el maltrato animal, símbolos de esa supuesta superioridad del hombre sobre las demás especies; el maltrato psicológico, tan dañino como sibilino en algunos casos; la inteligencia artificial y cómo dejamos que controle nuestras vidas actualmente y, por supuesto, el problema de la identidad.
Con respecto a la identidad de cada uno, algunas preguntas son totalmente inevitables (y resueltas en esta novela). Por ejemplo, si tu alma pudiera mudar de cuerpo, ¿conseguirías adaptarte al que te tocara en la lotería del destino? ¿Intentarás volver a tu antiguo cuerpo? ¿Qué pasaría con todos esos depravados que pueblan La Tierra? ¿Y los niños: quién cuidaría de ellos?
La transmigración, es para mí, en definitiva, la mejor obra hasta la fecha de Juan Jacinto Muñoz-Rengel, ya no solo por lo magistral de su prosa, sino por su ternura, su crudeza y su carga filosófica y ética. No estamos ante una distopía más: la de esta novela es sin duda inolvidable. Es por ello que creo que deberías hacerte con un ejemplar en cuanto tengas la oportunidad. ¿O es que crees que ya estás preparado para el fin del mundo?
Librario íntimo, 18/05/2025
Por Rubén Castillo Gallego.
José Saramago planteaba, en su libro Ensayo sobre la ceguera, una situación realmente espeluznante: la de invitarnos a reflexionar sobre qué ocurriría si todos los humanos, de súbito, perdiéramos la visión; y cómo afectaría eso a nuestro día a día. Pero el malagueño Juan Jacinto Muñoz-Rengel, viejo amigo de este blog y constructor de ficciones asombrosas, acaba de superar en su última novela esa angustia, para enfrentarnos a un horror más paralizante: imaginar que todo nuestro interior (llámenlo mente, alma, espíritu, conciencia, identidad o como deseen) pueda encontrarse, de pronto, en otro cuerpo. Es decir, que siendo un profesor murciano de literatura a punto de jubilarte (ejem) te desmayes y, al abrir los ojos, descubras que estás dentro de un ama de casa griega. No conoces a tu marido, no sabes hablar su idioma, ignoras el nombre de tus hijos. ¿Imaginan el desconcierto, la zozobra, el pánico, la desesperación? Pues ahora imaginen que esa transmigración empieza a convertirse en la norma y que toda la ciudad se llena de adultos que se comportan como niños, de mujeres que descubren con horror que tienen pene, de chicos saludables que ahora habitan en cuerpos con párkinson o de médicos cuyas mentes ahora están aprisionadas en el cuerpecillo de un bebé. Calibren (si pueden) el desbarajuste. El mundo entero se tambalea. Nadie puede saber quién es la persona que tiene al lado. Nadie puede confiar en nadie (la adolescente hermosa que te sonríe puede ser un asesino en serie). Nadie puede desnudar sus emociones (el chico que desea besar a una muchacha no sabe si dentro de ella hay un minero de Oklahoma).
Esa pesadilla ecuménica es la columna vertebral de La transmigración, un libro de sofocante perfección argumental y de brillante resolución literaria que nos lanza preguntas y nos provoca temblores: ¿cómo sería el mundo… así? ¿De qué tenebrosos colores se teñiría la convivencia entre las personas supervivientes? ¿Reinaría tal vez el caos (“Ahora todos los delitos son posibles. No quedan huellas ni indicios, no hay a quien culpar, no existe la identidad”, p.171)? ¿Triunfaría la sensatez y serviría para reordenar el futuro? Y, sobre todo, ¿cómo te comportarías tú en ese marasmo agónico? ¿Te adaptarías u optarías por el suicidio?
De Juan Jacinto Muñoz-Rengel siempre espero grandes libros (los anteriores son espléndidos), pero esta vez ha conseguido cuajar un volumen que va más allá: es auténticamente antológico.
CANAL SUR RADIO, 13/05/25
La transmigración en La tarde de Canal Sur Radio con Mariló Maldonado.
ZENDA (entrevista), 11/05/2025
Juan Jacinto Muñoz Rengel: “Nuestra identidad es cada vez más confusa y fragmentada”
Por Miguel Ángel Santamarina.
¿Por qué nos generan tanto interés las distopías? ¿Por qué nos atrae tanto el colapso? Esta idea de final nos ha perseguido desde que salimos de la caverna, quizá por nuestra necesidad de encontrar un sentido a nuestra existencia. Desconocemos nuestro principio y pensamos que la única forma de desvelar el gran misterio es inmolarnos. Desde la irrupción de la IA, la ciencia ficción se ha vuelto demasiado realista; ya no hay hipótesis futurista que podemos tildar de descabellada. Pero en la literatura todavía hay margen para la sorpresa. Juan Jacinto Muñoz Rengel acaba de publicar La transmigración (AdN editorial), donde a partir de un arranque fantástico —las mentes empiezan a cambiar de cuerpos— nos muestra un mundo en el cual nuestra identidad escapa a nuestro control a pasos agigantados. Es este un relato con muchas aristas, que trata muchos temas; una historia sobre uno de nuestros mayores miedos: la fragilidad humana.
Hablamos con Juan Jacinto Muñoz Rengel sobre la posibilidad de que nos colonice la IA, acerca de la inercia del capitalismo y del peligro de creernos dioses.
*****
—Leo en su libro: “El futuro galopa por el universo como una sudorosa bestia sin patas”. ¿Nos hemos acostumbrado a asociar el futuro con algo negativo, amenazante?
—En los últimos tiempos, sí. La humanidad siempre ha tenido miedo al futuro. Siempre ha habido un relato apocalíptico, sobre todo cuando había un cambio cronológico, de siglo, de milenio. El miedo se ha utilizado continuamente como recurso para tener a la gente bajo control. Lo que ocurre ahora es que todo va mucho más rápido y nuestra capacidad de reacción es mucho menor. Acabar con el mundo hace mil o dos mil años era muy difícil, pero ahora hay muchas formas de lograrlo. Desde la propia sociedad estamos generando constantemente nuevos peligros.
—Sin hacer espóiler, su novela trata sobre una migración de almas de unos cuerpos a otros. En los tiempos del Instagram, ¿qué es más importante, el cuerpo o la mente?
«La dualidad mente y cuerpo se ha visto remplazada por la dualidad digital y analógico, entre lo virtual y lo físico»
—Justo por ahí va la novela. La idea de partida puede parecer fantástica, y de hecho lo es, pero no es gratuita, porque esta premisa me permitía ese debate. Nuestra identidad cada vez es más confusa y fragmentada. La dualidad mente y cuerpo se ha visto remplazada por la dualidad entre lo digital y lo analógico, entre lo virtual y lo físico. A mí me apetecía escribir de todo esto porque la identidad siempre ha sido uno de mis intereses, y quería hablar también del cuerpo, pero sobre todo quería indagar en cuestiones como “quién soy”, “qué es real y qué es ilusión”. Esas preguntas hoy se muestran de forma exponencial, porque tenemos una estimulación constante de identidades cuasiexistentes, que existen de alguna manera, pero que no lo tienen por qué hacer de manera física: una imagen manipulada, una realidad aumentada… Además, cuando queremos proyectarnos, nos vemos de forma distinta; no nos mostramos igual en X que en Instagram. Esto se ve muy claro en los adolescentes, que a pesar de formar parte de una generación digital, no saben cómo mostrarse en las redes sociales; están muy perdidos. Yo quería hablar de todo esto, pero sin tecnología. Y eso me lo permite esta hipótesis inicial: el cambio de cuerpos.
—He dicho “mente” y quizás debería ser “alma”, un concepto más espiritual, próximo a la religión. Son términos que usamos como intercambiables, y no sé cuál es el más correcto en su novela.
—Me he movido de una forma flexible en el libro a la hora de utilizar estos conceptos. La analogía que planteo en la novela tiene que ver con eso, con un espíritu más allá de una mera conciencia. Esto a niveles científicos no hay manera de mantenerlo, pero nos permite preguntarnos qué somos. No quería llegar al paradigma de alma desde un punto de vista estrictamente cristiano, buscaba un concepto más abierto que puede compartir un budista o un ateo.
—Sigo con las redes sociales: ¿la digitalización extrema de nuestra identidad puede estar provocando que perdamos el control sobre ella?
—Claro. En el momento en el que le das a “aceptar” en todas esas aplicaciones de redes sociales para poder hacer uso de ellas, ya has perdido el control. Vivimos en un mundo en el que hasta hace dos días era un delito gravísimo abrir la correspondencia de una persona o pinchar un teléfono; sin embargo, ahora estamos observados en cada correo electrónico, en cada mensaje de WhatsApp. Esa es la primera pérdida de control. La segunda se produce porque no sabemos cómo mostrarnos en este mundo nuevo, más artificial que el antiguo. En las reuniones de trabajo y sociales ya había cierta artificialidad a la hora de comportarte, pero en las redes sociales esta situación es extrema. En la novela he querido mostrar muchas posibilidades con esos cambios de cuerpos: de mujer a hombre, de viejo a joven… Mi intención era que el lector reflexionara; ese debe ser el objetivo de la literatura contemporánea.
—Hemos hablado de la parte negativa de la transmigración, pero también tiene una positiva. Cambiar de cuerpo es una de las mayores aspiraciones del hombre: empezar de nuevo con otra identidad, con otra vida. Su novela cumple los sueños de muchos.
«La tecnología avanza tan rápido que es imposible acompañarla con una ética»
—Sí. Lo que ocurre es que pasa lo mismo que con muchas de nuestras fantasías: suenan mucho mejor en nuestra cabeza. Cuando es una ficción, a todos nos parece maravilloso cambiar de vida. El propio Borges decía que a él le hubiera gustado ser un guerrero vikingo. Mi intención con este libro era plantear una metáfora en la cual todo lo que damos por seguro se puede caer de un momento a otro. Es algo que ya hemos visto con la pandemia, con la Guerra de Ucrania y ahora con el apagón. Desde el covid hemos dejado de ser escépticos y nos creemos más estos peligros. La tecnología avanza tan rápido que es imposible acompañarla con una ética.
—Le ha quedado una novela muy borgiana.
—Me satisface que se pueda ver eso. Cuando empecé a escribir era puramente borgiano. Con el paso del tiempo, me he ido alejando de esa gran sombra, pero sí que me gusta que haya un fondo conceptual que se pueda identificar. El legado de Borges hay que ir modulándolo porque él dejó tantas semillas en sus relatos, tan concentradas, que dan lugar a muchísimas historias.
—La transmigración podría ser un capítulo de la nueva temporada de Black Mirror.
—Es algo que veo mucho en la escuela: hay muchos escritores que nunca habrían hecho ciencia ficción, y en realidad no la están haciendo, están haciendo realismo. Ese realismo es ahora literatura de anticipación, porque estamos instalados en el futuro. Lo que supo ver muy bien Black Mirror en su momento, y luego han imitado otras series y también el cine, es que ya se podía hacer ficción casi realista instalada en el futuro inmediato. Hoy somos muchos los escritores que, desde el realismo, nos encontramos en la misma sala que los autores del género fantástico y de ciencia ficción.
—Miguel Garrido de Vega cita en la reseña que escribió de su libro en Zenda a Saramago. Coincido en las referencias a Ensayo de la ceguera y a La carretera, de Cormac McCarthy, pero cuando empecé a leer su novela, a mí la ficción que vino a la cabeza fue The Leftovers. En esa serie, al igual que pasa en su novela, un hecho disruptivo, totalmente irreal, nos lleva a un discurso existencial que no conseguimos con otro tipo de ficciones.
«Lo original es que esos muertos vivientes son la excusa para ver relaciones humanas y comprobar cómo actúan las personas cuando las llevan al límite»
—Me encantó The Leftovers y, efectivamente, tiene un nexo común con mi novela: la premisa fantástica es inexplicable. Eso también ocurre con Ensayo de la ceguera, de Saramago. Ni mi novela ni The Leftovers buscan la explicación de ese hecho fantástico, porque lo importante es lo que va a generar. En el sentido reflexivo, a partir de ahí se producen un montón de preguntas interesantes desde una posición privilegiada, porque no se parece a nada de lo que conocemos. A mí me interesaba que el desarrollo de la serie luego fuera realista; eso es algo que yo había intentado antes en una novela anterior, El sueño del otro. Este planteamiento también ha funcionado en The Walking Dead: la novedad no son los zombis —que ya ha habido un montón—, lo original es que esos muertos vivientes son la excusa para ver relaciones humanas y comprobar cómo actúan las personas cuando las llevan al límite. Hay un momento en el que el personaje bueno no es tan bueno y el malo puede que no sea tan malo, o sí y se vuelve malísimo. También es muy interesante observar cómo se forman los grupos en estos escenarios apocalípticos. Y todo ello desde el realismo, porque la única premisa extraordinaria es la presencia de los zombis, que son el motor y el revulsivo de la historia. El resto es hiperrealista. Eso mismo ocurre en The Leftovers.
—En su novela, y en esas ficciones que hemos mencionado, al espectador, al lector, le queda un sentimiento de manipulación.
—Vuelvo a la frase con la que iniciabas la entrevista: “Ese algo que llega y galopa hacia ti”. No se sabe si ese algo es un castigo divino, una fuerza oculta, el planeta rebelándose contra nosotros o si en el fondo son esos grandes intereses ocultos que tienen que ver con las multinacionales y lo político. Incluso hay algo que no es divino ni es humano; me refiero a las fuerzas que hemos creado. No hay un solo hombre en la tierra, ni siquiera Donald Trump, que pueda parar ciertas sinergias. El capitalismo lleva su propia inercia independientemente de nosotros. Es un sistema fabricado por nosotros, pero tendría que extinguirse toda la humanidad para que eso desapareciera. Esas fuerzas incontrolables que hemos creado son extrahumanas y están fuera de nuestro control individual. En mi novela los personajes se enfrentan a unas nuevas normas que no han puesto ellos.
—Este pasaje de la obra me resulta esclarecedor: “Habíamos recibido un don. Un punto de luz y de gracia que nos hacía diferentes a las otras especies. Nos había sido concedida la responsabilidad de cuidar de las demás criaturas. Pero en su lugar inventamos unos dioses crueles”. ¿Es ese el gran problema de la humanidad: creernos dioses?
«Están los dioses que crearon las diferentes religiones y están los dioses actuales, grandes entes abstractos creados por nosotros»
—Sí. Y dioses en el sentido más amplio. Están los dioses que crearon las diferentes religiones y están los dioses actuales, grandes entes abstractos creados por nosotros, con más poder y que imitan todos nuestros defectos. Esa ambición y esa prepotencia humana están llevando al planeta hacia ese destino incierto. Por eso en la trama una de las líneas está ambientada en un matadero. Las macrogranjas y los animales aparecen por ese motivo. Ahora nos quejamos, pero estas son las consecuencias de las cosas que hemos hecho.
—Además de escritor, también es profesor. Háblenos de la Escuela de Imaginadores.
—Esta era una idea que yo tuve durante mucho tiempo. La escritura siempre estuvo ahí, incluso cuando fui profesor de filosofía; en esa época tenía ya varias novelas escritas en el cajón. Y fue entonces cuando empecé a dar talleres y surgió la idea de crear algo propio. Mi propósito era llenar un vacío que yo veía. Muchos de esos cursos estaban creados para atraer alumnos que al poco tiempo se marchaban; mi intención era dar un hogar a toda esa gente que quería seguir creciendo con su formación literaria y su escritura. En España no hay esa tradición de los cursos de escritura creativa de los Estados Unidos. En mi caso, me inspiré en los talleres de autor de Argentina. Hay gente que lleva ya quince años conmigo. Estas personas tienen libros publicados, pero seguimos juntos porque continuamos aprendiendo. Hemos formado una pequeña familia con una dinámica de grupo que funciona y con muy buen rollo.
—Una duda que me corroe por dentro: ¿ha sentido en alguna ocasión la tentación de robarle la idea de un relato a alguno de sus alumnos?
—Eso es algo que ya me han preguntado alguna vez (risas). Hay muchas ideas que me deslumbran de alumnos y compañeros, pero como siempre tengo cola de proyectos propios, no me lo puedo plantear. Lo que hago es plantearles cosas para evolucionar esa idea, pero siempre dándoles a ellos la libertad de elección. El problema es que, como tengo tantas ideas, al final nunca estoy trabajando en el libro que me gustaría.
—Terminamos con una reflexión. ¿Cree que esa transmigración que propones en tu novela puede llegar a darse con la inteligencia artificial? ¿Puede la IA colonizar nuestros cuerpos?
—Creo que con la IA se abren muchas posibilidades. Una de ellas es que, efectivamente, nos colonice como si se tratara de una invasión alienígena; que nos supere, consiga entrar en nuestras mentes y las utilice de servidor. Esa idea es más radical. Hay otros escenarios moderados que ya se están produciendo. Por ejemplo, el volcado de conciencias a un disco duro con ayuda de la IA. Ya hay sitios donde puedes hablar supuestamente con personajes históricos reproducidos con inteligencia artificial. ¿Y qué va a ocurrir cuando la IA procese todos esos vídeos que publicamos sobre nosotros? Cada vez va a poder imitarnos mucho más y mejor. Ese es un gran debate. Hay copias de nosotros que se están usando para acompañar el duelo. Esto es algo que está ocurriendo ya en Japón. Otra posibilidad es reproducir cuerpos artificiales sin nuestros lastres y que haya trasvases de nuestros cerebros a esos cuerpos perfectos. Todas esas hipótesis guardan relación con la idea de cambiar de cuerpo. Estoy convencido de que va a haber seres humanos que se van a enfrentar a estas situaciones.
La Opinión, 09/05/2025
«Me molestan los autores que sitúan sus reflexiones en primer plano»
El escritor malagueño Juan Jacinto Muñoz-Rengel lleva años enfrascado en una singular aventura literaria: indagar en asuntos profundos de nuestra existencia a través del fantástico y siguiendo formatos asequibles. En ‘La transmigración’ (AdN) viste de thriller una fabulación en torno a la dualidad del cuerpo y el alma, nuestra identidad real, quiénes somos de verdad, partiendo de una pregunta: ¿Y si las almas empezaran a migrar de un cuerpo a otro, si un día apareciéramos en un cuerpo ajeno?
Por Víctor Aguilar.
Leo: «Desde que te abandonó tu cuerpo, no solo perdiste el control de todo lo que hasta entonces era tu vida, tus seres queridos, tu identidad, sus espacios, tu trabajo, tus objetos personajes; ni siquiera has sido dueña de tu intimidad, de tu descanso o tus pensamientos». Suena a miedo de los que hacen reflexionar y pergeñar una historia. ¿Cuál es la chispa que encendió ‘La transmigración’?
¿Por qué dice que ésta es su novela más ambiciosa?
Por la forma en la que la he escrito. He tratado de dejarme la piel en ella, volcarme del todo. No sé si se deberá a alguna crisis de madurez, probablemente. Pero cuando comencé a planearla decidí que era el momento de apostarlo todo y poner al servicio de la historia, ya de por sí compleja por su estructura coral y su tratamiento hiperrealista, todo lo que había aprendido en estas décadas de escritura y también de enseñanza del oficio de la escritura. He intentado escribir la mejor novela a mi alcance. Y no solo a nivel formal, calibrando el ritmo, la arquitectura, la construcción de los personajes y sus voces, sopesando la manera de dar forma a los diálogos, sino también en el plano emocional. He vivido en el interior de esta novela durante más de dos años, logrando más que nunca antes fundir vida y ficción.
Con el auge de la IA me parecía pertinente reflexionar sobre cuánto de nosotros es solo inteligencia reproducible en algoritmos y cuánto es carne
Bajo la forma de un thriller y un ritmo rápido, en el fondo, no tan en el fondo, es un relato existencial. ¿Era ese uno de los retos, hacer llegar a todos los públicos una historia tan honda?
Para mí este siempre ha sido el reto. Me molestan esos autores que escriben todas sus grandes reflexiones, sus dudas y sus razonamientos en un primer plano. Como si escribir fuese tan fácil. Cuando uno pretende hacer ficción no se puede permitir plantar todo el andamiaje delante de la cara del lector, los recursos de la ficción son muy distintos a los del ensayo. No es tan sencillo. Hay que crear personajes vivos, involucrarlos en tramas y, cuando todo está en su sitio, dar lugar a una metáfora de situación que hable por sí sola. Pero el peso reflexivo está en la entrelínea, y no negro sobre blanco. Ese peso, al menos en la literatura contemporánea, debe recaer sobre el lector. Y si el lector no quiere hacer el esfuerzo de profundizar, siempre debería haber una historia que se sostenga, que esté viva, que tenga fuerza y avance hacia delante por sí misma.
La idea del otro es un o de los ejes de su literatura. Leo, de nuevo, en ‘La transmigración’: «Después de cenar, Marta va al baño (…) ¿Dónde habrá ido a parar su cadera? ¿Quién se habrá quedado con su pecho?». Y recuerdo aquel libro suyo ‘El sueño del otro’, en el que ensayaba ya algo de su nuevo libro. ¿Le obsesiona el otro?
En efecto, en ‘El sueño del otro’ ya estaba el germen de mucho de lo que ahora ha tomado forma en este libro. No solo los temas más filosóficos, sino también la manera de abordarlos desde una premisa fantástica y un enfoque realista. Y la propia idea de la transmigración de las mentes empezó a ocurrírseme entonces. Lo que ocurre es que en ese momento las dos novelas podrían haberse parecido demasiado, y yo siempre he preferido explorar nuevos caminos con cada libro. Ahora, creo que el paso del tiempo, la paternidad, la relación con mi cuerpo, con las muertes cercanas, con la enfermedad, ha beneficiado mucho a esta historia, que antes no habría podido ser la misma. Cuando eres joven crees que puedes escribirlo todo, pero con los años compruebas que no, y no me refiero solo al dominio de los aspectos técnicos: el espectro de personajes que alcanzas es mayor y la mirada de tus protagonistas va a ser inevitablemente distinta.
Quizás porque el cuerpo es tangible, físico, la filosofía y los intelectuales han dedicado muchas más reflexiones a la mente. ¿Reivindica ‘La transmigración’ que la dualidad cuerpo-mente es indisoluble, que el cuerpo es tan o más fundamental para nuestra identidad? O sea, ¿que lo importante no está sólo en el interior?
Claro, de verdad pienso que nosotros somos en gran parte nuestro cuerpo. No es que seamos conciencia pura, atada por azar a un lastre orgánico. Somos una entidad sintiente, y lo somos gracias al cuerpo que siente, que se cansa, que cambia de humor, que procesa peores o mejores digestiones, ¡nuestro propio cerebro es cuerpo! Ahora que se habla tanto de la posibilidad de clonar mentes mediante la IA, de volcar conciencias a la nube, me parecía muy pertinente reflexionar sobre cuánto de nosotros es solo inteligencia reproducible en algoritmos y cuánto es carne. En realidad, durante toda la novela utilizo la hipótesis fantástica para hablar todo lo que está ocurriendo en la actualidad. De la división entre el mundo físico y el digital, de la fragmentación de nuestras identidades, de la confusión y la desinformación, de lo dependientes que somos de la tecnología y de lo rápido que puede cambiar hoy todo en un instante.
En cierto modo, todos los escritores tenemos la obligación de ponernos constantemente en el lugar del otro
¿Será que quizás como el Charlie Mears de Kipling ha sido capaz de acceder a sus vidas pasadas mediante el sueño?
Ojalá, lo he intentado sin éxito. Pero sí es cierto que desde niño me he sentido fascinado por la posibilidad de ser otro, por el límite entre el yo y los demás. Creo que, en cierto modo, todos los escritores tenemos la obligación de ponernos constantemente en el lugar del otro. Piensa que un autor debe sostener en pie y con vida en todo momento a cada uno de los personajes de una novela, no cuenta con la ayuda de actores y actrices que puedan sumar su esfuerzo y experiencias. Y para poder ser todos, tienes que haber imaginado ser ellos en la cola del supermercado, en el bar, cuando mantienes una conversación con alguien que aparentemente no tiene nada en común contigo.
La metempsicosis/transmigración incluso fue aceptada por los científicos más creativos de hace siglos, como Thomas Huxley, quien incluso decía que «como la evolución la transmigración tiene sus raíces en el mundo de la realidad»; o, claro, el propio Pitágoras. ¿Ha investigado mucho sobre ello para el libro?
No demasiado, supongo que mi formación en filosofía pura hizo que todas estas teorías convivieran conmigo con naturalidad, desde la teoría de la transmigración de las almas de Platón a los conceptos pitagóricos, o el propio fundamento del brahmanismo. En cualquier caso, tampoco era necesaria la investigación. El fenómeno fantástico del que parte la novela no solo es caprichoso, es inexplicable. Lo importante no es por qué ocurre, lo importante es qué sucede y qué hacemos nosotros cuando ocurre, qué cara mostramos y a qué reflexiones llegamos a partir de este cambio.
Jenófanes: «Dice que al pasar él, en una ocasión, junto a un cachorro que estaba siendo maltratado, sintió compasión y dijo: cesa de apalearle, pues es el alma de un amigo la que reconoce al gritar». ¿Qué tiene este concepto o doctrina que está casi en el propio comienzo del ser humano, de sus preocupaciones?
Supongo que lo primero que nos preocupa desde que tenemos uso de razón es quiénes somos. Quién soy yo y quién es ese otro que no soy yo. Para tener evidencia de la existencia de los demás contamos con la empatía. Pero hay muchas otras preguntas que quedan sin contestar, quién era yo antes de ser yo, qué seré después de la muerte, ¿he sido otros más allá de este cuerpo en el que me encuentro? Y una de las posibles formas de responder a todas estas cuestiones es mediante la creencia en la reencarnación.
La pequeña esperanza dentro de la desolación que supone este libro es la fe en la bondad intrínseca de las personas
Dice Margaret Atwood que dentro de cada distopía hay una pequeña utopía. ¿Cuál es la de su libro?
La bondad intrínseca de algunas personas. La pequeña esperanza dentro de la desolación que supone este libro es la fe en esa bondad. Incluso en la peor de las circunstancias, puede haber espacio para la empatía y la solidaridad. Eso es lo que nos hace grandes, y a lo que me agarro en la novela.
Cuando dentro de 200 años lean los libros que se publicaron hoy, en 2025, nuestros sucesores (si es que existen) observarán que estábamos obsesionados con la idea del apocalipsis. Como hizo, de otra manera, en ‘La capacidad de amar del señor Königsberg’,’ La transmigración’ habla de muchos y pequeños apocalipsis íntimos dentro de uno mayor. ¿Qué le atrae del apocalipsis?
En todas las épocas de la historia de la humanidad ha habido todo tipo de teorías apocalípticas. Pero es razonable que ahora nuestras preocupaciones hayan aumentado hasta rayar la obsesión. Las posibilidades de llevarnos a nosotros mismos a la extinción en otros tiempos eran casi nulas, para algo así debíamos contar con la ayuda externa de una pandemia o un meteorito. Las grandes guerras cambiaron este equilibrio lentamente. Pero en el siglo XX la tecnología nos permitió, por primera vez, acabar con todo pulsando un botón…
¿Entonces?
Ahora, cada década todo cambia tanto como antes lo hacía en miles de años y luego en siglos. De la piedra al cuchillo, del cuchillo a la pólvora. Nos cuesta entender cuántos peligros nos acechan ahora al amparo del progreso. Este mundo global cada vez es más complejo, tiene más capas de realidad, más intereses cruzados y ocultos, más ciencia puntera y tecnología antes inimaginable, pero todo puede venirse abajo en un instante como un castillo de naipes. Es normal que quienes escribimos nos preocupemos por esta nueva situación de volatilidad, que tratemos de anticiparnos y de proyectar escenarios apocalípticos a destajo, quizá ayudando en algo a paliar el desastre o a prevenir sobre los riesgos. Aunque es casi imposible que la cultura cambie a la velocidad de los avances. Vamos a ciegas.
Hoy por Hoy, CADENA SER, 09/05/2025
Àngels Barceló y Antonio Martínez Asensio hablan de La transmigración en la sección de novedades del programa Hoy por Hoy de La SER.
elDiario.es, 05/05/2025
Muñoz Rengel, autor de literatura fantástica: “El apagón masivo nos insiste en la idea de que todo está en el aire”
El malagueño regresa a los anaqueles de novedades con ‘La transmigración’, una fantasía en torno a la posibilidad de que la mente humana cambie de cuerpo
Por Alejandro Luque.
Entre líderes inverosímiles, pandemias y apagones absolutos, la realidad se lo está poniendo últimamente difícil a los autores de literatura fantástica. Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974), uno de los máximos exponentes del género en España, se sonríe ante ese listón cada vez más elevado, pero le resta importancia. Recién publicada su última novela, ‘La transmigración’ (AdN), admite que cada vez tiene más la sensación de que, cuando hace ficción y fantástico, “en el fondo” hace realismo… Sin haberse movido del sitio. “Pero siempre he usado el recurso fantástico para hablar de la realidad. Yo no hago evasión. Uso la distorsión de los hechos, los tratamientos insólitos, para hablar de lo que somos desde otra perspectiva. Pero sí, hay una continuidad entre lo anómalo y lo que está sucediendo, y eso lo hace todo más interesante”, señala.
En esta nueva obra coral, una serie de personajes aparecen de improviso en un cuerpo ajeno. “La idea la tuve hace tiempo, un intercambio de mentes o de cuerpos como fenómeno instantáneo e inexplicable”, recuerda. “Sin embargo, estaba esperando el momento adecuado para escribirla, porque quería dejarme la piel en ella, darle un tratamiento técnico hiperrealista que nos acercara a esas personas y nos hiciera empatizar con ellas”.
“Quería hacerlo con todos los recursos necesarios, y que lo único extraño fuera eso, ese intercambio inopinado de los cuerpos”, prosigue Muñoz Rengel. “Que cualquier lector llegara a convencerse de que eso podría suceder, es decir, llevar la necesaria suspensión de la incredulidad un poco más lejos. Y que se preguntaran: ‘Si esto me sucediera a mí, ¿qué pasaría?’ Porque al principio de la novela, el personaje no sabe dónde están, en qué parte de la ciudad o en qué ciudad, y decide ir a la casa cuyas llaves tiene en el bolsillo del abrigo, al lugar donde lo pueden reconocer. Se trataba de tomárselo en serio desde el principio”.
Identidades fragmentadas
En este punto, el escritor cree conveniente hacer una distinción entre géneros: el fantástico no es la ciencia-ficción o la literatura de anticipación, que se inspira en avances tecnológicos para desarrollar sus ficciones, ya sea la computación cuántica, la medicina regenerativa o genética, la Inteligencia Artificial… “Esto es otra cosa. Aquí no se le da ninguna explicación al lector, como en la serie ‘The leftovers,’ en la que un 10 por ciento de la población mundial se esfuma de la noche a la mañana, o en el ‘Ensayo sobre la ceguera’ de Saramago. No nos apoyamos en lo tecnológico, nos movemos en otro terreno”.

El espacio en el que el novelista propone moverse pertenece a una realidad más cercana de lo que parece a primera vista. “Toda la novela va dirigida a la confusión que nos embarga, la perplejidad mundial de los cambios geopolíticos, el auge de los poderes económicos transnacionales, cómo a través de la sobreinformación estamos siendo presas de la desinformación, de los deepfake… Y la propia IA se va a poner también al servicio de esa manipulación. Esa permanente sensación de inestabilidad la agravó la pandemia, pero estos días el apagón masivo nos ha venido a insistir en la idea de que todo está en el aire. Que, de un día para otro, podríamos perder todo lo que tenemos, a las personas que queremos. Mis personajes, de hecho, son seres que ven desaparecer su entorno, lo que los mantenía vivos y con un sentido de la vida, su trabajo, su casa… Y lo primero que se plantean es lo que estamos viviendo ahora: quiénes somos, y si nuestro cuerpo es parte de nosotros”.
El tan traído y llevado concepto de identidad cobra en La transmigración un sentido nuevo. “Se puede hablar también de la fragmentación de nuestras identidades”, apunta el escritor. “Intentamos saber quiénes somos, poner unas frases, hacer de tu identidad algo más cómico, más gracioso… Es algo que se ve muy bien en las redes, donde tenemos nuestro avatar y, de una forma u otra, estamos probando cosas y a la sensación de ser vigilados, de que nos roban los datos. Al mismo tiempo, convivimos con un montón de espejismos, perfiles falsos, boots, imágenes fake. No solo estamos rodeados de las ilusiones que siempre hemos tenido en el mundo real, también en el virtual. Todo esto lo representa ese cruce de cuerpos de la novela, en el que ya no sabes quién eres ni quién es el otro. Pero todo se cuenta sin que la tecnología tenga nada que ver”.
Resistencia de la crítica
Autor del ensayo ‘Una historia de la mentira’ y de las novelas ‘La capacidad de amar del señor Königsberg’, ‘El gran imaginador’ (Premio del Festival Celsius a la Mejor Novela del año), ‘El sueño del otro’ y ‘El asesino hipocondríaco’, así como de los libros de narrativa breve ‘El libro de los pequeños milagros’, ‘De mecánica y alquimia’, ’88 Mill Lane’, Muñoz Rengel ha tenido que acertar mucho para hacerse un hueco en un mercado como el español, siempre reticente hacia la fantasía.
“Ha habido mucha resistencia, más por parte de la crítica que por los lectores, pero poco ha ido cambiando”, dice este andaluz cuya obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, finés, griego, rumano, ruso, árabe y turco. “El fantástico cotidiano que preconizaba Cortázar tiene ahora más aceptación, y un libro de este género, siendo literario, puede caber en cualquier catálogo. Creo que en eso ha ayudado mucho la irrupción de las series, que han venido a demostrar que se pueden construir historias desde un punto de vista muy serio sin dejar de moverse por todas las fronteras. Y también se ha visto que hay ficciones realistas que no van a ninguna parte”.
ZENDA (reseña), 02/05/2025
Por Miguel Garrido de Vega.
La fragilidad
Decía Novalis (1772-1801) que «solo hay un templo en el mundo, y es el cuerpo humano». No está mal como concepto, sobre todo si es usted afín al epicureísmo. Pero lo cierto es que la afirmación del poeta y filósofo alemán puede pecar de eso, de romántica, cuando se piensa en la realidad de los cuerpos. Porque hay cuerpos que duelen. Cuerpos ancianos y cuerpos pequeños. Hay cuerpos deformes, heridos y humillados. Cuerpos que mueren. No hay quien se libre de alguno —o varios— de ellos. ¿Somos, entonces, solo eso? ¿Un conjunto de órganos embutidos en un traje corpóreo? Y de existir el alma, la conciencia, el espíritu o como queramos llamarlo… ¿está atada indisolublemente a ese saco de carne y huesos?
Juan Jacinto Muñoz-Rengel (1974) extrae oro de nuestras cabezas en La transmigración (AdN, 2025), maravillosa y aterradora novela acerca de la eterna dualidad entre mente y cuerpo, que se devora con la fruición de un thriller, se paladea como las mejores preguntas filosóficas y se atesora en el recuerdo como lo que es: un ejercicio honesto de auténtica literatura.
«Con un estilo ágil y minucioso, que no renuncia a la riqueza léxica y al cuidado de los matices propios de un maestro, el autor se erige en arquitecto de una metáfora de situación exquisita»
¿De qué va? Imagine que se marea, se cae y pierde el conocimiento. Al despertar no lo hace en su propio cuerpo. Imagine el shock, la confusión, el terror puro que emana de no reconocer las manos artríticas que ahora tiran de unas mejillas arrugadas, que se mesan el pelo ralo o golpean esa tripa grotesca. Imagine contemplar a su antiguo yo desde otros ojos, miopes y con cataratas; no contemplar en absoluto, porque son los ojos de un ciego. Que hay pechos colgantes donde antes no había nada, o que de repente posee un falo flácido y molesto. Ahora imagine todo lo contrario: la aparición involuntaria en un cuerpo joven y vibrante, preparado para las acrobacias, el sexo, el trabajo duro, la violencia, el amor. Como llevamos carrerilla, imagine que ese nuevo cuerpo se encuentra en la otra punta del mundo; si antes se disponía usted a fregar los platos en la cocina de su piso de Lavapiés, ahora está tirado en una calle de Tokio y no entiende una palabra de lo que los demás —con el mismo rostro desencajado que usted, las mismas facciones y color de piel— le gritan. Vamos, no hemos llegado hasta aquí para detenernos: usted sigue en su sitio, pero es a su pareja o a su hijo —de cualquier edad— a quienes nota… ¿cambiados? Como si por dentro no fueran ellos mismos. Como si los habitase un extraño. Pues bien: Muñoz-Rengel ha imaginado todo esto y mucho más con una precisión escandalosa.
Los personajes —médicos, madres, influencers, científicos y matarifes, entre otros— tratan de adaptarse a una realidad global a la que parece imposible adaptarse. Habrá quien intente reunirse con los suyos a toda costa, quien sucumba al miedo, quien reaccione con rabia o aproveche la oportunidad para liberar sus más bajos instintos —el mal existe y siempre lo hará. Por eso mismo tampoco faltará quien elija luchar por seguir adelante, conservar cuanto había de bueno en lo viejo y redefinirse en este nuevo escenario mutante.
«La transmigración lo hace valiéndose de la brutalidad, la ternura, el humor, el miedo, la empatía o la confianza, y manteniendo una tensión que apenas dará respiro«
Con un estilo ágil y minucioso, que no renuncia a la riqueza léxica y al cuidado de los matices propios de un maestro, el autor se erige en arquitecto de una metáfora de situación exquisita: ¿somos cuerpo o somos mente? ¿Ambas cosas? ¿Qué queda de nosotros si una de las dos deja de casar con la otra? La paradoja de Teseo hecha página, y página apasionante, porque hace falta un dominio excelso de los recursos narrativos, es necesario haber vivido, amado, sentido y temido —esto último, sobre todo— para alumbrar una obra así.
Muñoz-Rengel nos ha acostumbrado a historias desbordantes de imaginación, y sigue avanzando a hombros de gigantes; las conexiones con José Saramago (1922-2010) —su brillantez discursiva y la excepcionalidad para enfrentar el hecho fantástico— son anchas y robustas, como deslumbrante resulta el uso del dificilísimo narrador cósmico de Jorge Luis Borges (1899-1986), que fluctúa como si nada entre segundas y terceras personas. Deudora de ficciones como La carretera (2006), de Cormac McCarthy (1933-2023) —¿cuánto durará la llama de la humanidad contra el frío de la destrucción?—, o el Apocalipsis (1978) de Stephen King (1947) —¿puede un grupo de elegidos surgir de las cenizas?—, esta aventura de reencarnaciones y moderna metempsicosis también bebe del pesimismo existencial de H. P. Lovecraft (1890-1937) —porque, ¿qué importamos nosotros ante la vastedad del cosmos?
«Nos impele a preguntarnos qué significa ser humano, desdibuja las líneas entre géneros, edades, clases y procedencias y se pregunta por la huella que dejamos»
No es fácil que un libro ponga a prueba nuestra relación con la vulnerabilidad —la propia y la ajena—, y que nos obligue a repensar el cuerpo de la mujer y el enfermo, el trato que damos a nuestros mayores y a nuestros niños, la crueldad infinita que exhibimos frente al resto de animales, o la incomprensión hacia quienes viven identidades distintas a las normativas. La transmigración lo hace valiéndose de la brutalidad, la ternura, el humor, el miedo, la empatía o la confianza, y manteniendo una tensión que apenas dará respiro.
En tiempos de prédica transhumanista, donde cada vez más piensan que pronto podremos descargar nuestra conciencia en servidores al más puro estilo Black Mirror, en un mundo fascinado por la aparente omnipotencia de la inteligencia artificial, y que coquetea con recuperar viejas leyes —la del talión o la del más fuerte— Muñoz-Rengel ha elegido hablarnos de la fragilidad. Nos impele a preguntarnos qué significa ser humano, desdibuja las líneas entre géneros, edades, clases y procedencias y se pregunta por la huella que dejamos. Como también —al margen de cuerpos y almas— deberíamos estar haciendo el resto.