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Leer es un placer solitario, 02/07/2012 (Argentina)
Por Rodrigo Fernández.
EL ASESINO QUE TENÍA MIEDO DE MORIR
Un asesino profesional, una trama desopilante y la intriga de no saber si se está ante una novela policial, un tratado sobre la hipocondría o la brillante idea de una escritor genial. Así se presenta «El asesino hipocondríaco», Plaza & Janés 2012.
Escribir una novela sobre un asesino profesional no es una idea novedosa, es más bien bastante básica. Pero si a eso le sumamos que el asesino en cuestión posee -ostenta sería la palabra correcta, ya el hombre enarbola todo el tiempo su estado de indefensión ante las injusticias del mundo-, un trastorno somatomorfo (DSM IV) que influye de manera negativa en el normal desempeño de su trabajo.
Y si a todo eso le seguimos sumando la obsesión hasta el más íntimo detalle por su víctima, estamos ante una de las novelas más interesantes en el primer semestre del año 2012.
«Tengo la absoluta certeza de que ni un día más tarde de hoy moriré» dice el enigmático señor Y, asesino profesional y obsesivo de su trabajo, quien debe acabar con la vida de Eduardo Blaisten. Para ello recurrirá a todos sus conocimientos jurídicos e históricos, además de una larga experiencia ejerciendo como asesino profesional. Pero todo se complica para el señor Y ya que es un «hombre carcomido por las enfermedades» e intuye que todo se debe a que «la fatalidad se ha cebado en mí desde siempre con una crueldad inusitada».
«Soy un hombre de moral kantiana y me pagaron por adelantado» se repite, mientras camina detrás de Blaisten y su amante urdiendo tretas para matarlo y que el peso de la justicia no caiga sobre él. El señor Y se considera «un alma sensible» y reconoce a otras personas que son como él: «el infortunio se ha cebado en unos pocos desde el principio de los tiempos». Así desfilan las descripciones de las vidas de Poe, Tolstoi, Voltaire, Proust, Kant, y la de Joseph Merrick, el llamado hombre elefante. Una galería de hombres ilustres entre los que gusta ubicarse.
Su trabajo lo obsesiona a tal punto que el proceso de seguimiento de Blaisten le ha llevado más tiempo de lo necesario y sólo queda un día de vida. Ahora debe acabar con la vida de su víctima lo antes posible y sin dejar rastros. Pero el señor Y no mata por placer sino por trabajo.
Con «El asesino hipocondríaco», su primera novela, Juan Jacinto Muñoz-Rengel consigue un superar con creces el género policial, la novela negra o la comedia trágica. Una trama sin fisuras, minuciosa, escrita con un especial sentido de lo literario y una propuesta inteligente para quien siempre espera la sorpresa y la originalidad.
Inmerso en una trama desopilante e inteligente, el lector pasa rápidamente las páginas para encontrarse con que lo bueno dura poco y la vida del señor Y se aleja mientras repite aquello de «los designios del señor Infortunio son inescrutables».
Revista Ojosdepapel.com, Mayo 2012
Por José Cruz Cabrerizo.
Piense por un momento en la paradoja que encierra este título: El asesino hipocondríaco. Define a alguien que vive con el único interés de preservar su vida y que además vive en un sinvivir por que se siente “con la muerte en los talones”, pero que no tiene empacho en quitarle la vida a los demás.
El asesino hipocondríaco es una novela paradójica (en su acepción de “idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas”), como su título. Primero por su estructura. El sicario protagonista, a quien conoceremos como señor Y. hasta bien avanzado el libro, narra sus andanzas en primera persona al tiempo que desgrana sus dolencias doblemente ficticias comparándolas con las que sufrieron conocidos escritores y filósofos. Despliega entonces su profusa artillería, y a base de erudición doméstica aventa los detalles más de andar por casa que lucieron esos hipocondríacos famosos. Desde Poe a Swift, desde Kant a Descartes, sustancioso anecdotario. Y luego, porque pocas pueden jactarse de ser el punto de aplicación de tantos vectores con direcciones tan dispares y con módulos (o longitudes) tan disímiles: una novela hilarante que no olvida compadecerse de sus criaturas.
Partiendo del guiño irónico al género negro, como este, no deja de lado cierto contenido social. Pero en concreto aquí la crítica sutil y muy soterrada apunta hacia el universo médico en su conjunto. Página 54: “En consecuencia, según la estadística, tendríamos que pensar que un médico es 9.000 veces más peligroso que un arma de fuego, una conclusión probablemente exagerada”. Página 186: “Los enfermos sanan, mueren o siguen como están sin que la medicina haga nada por ellos. Por lo tanto, de la ciencia médica hay que fiarse poco más o menos lo mismo que de las estadísticas”. Quien así se expresa es el propio señor Y. Opinión fundamentada la suya, pues además de haber recorrido todas y cada una de las estaciones de penitencia que le impone su enfermedad, y cualquier hospital y centro asistencial del Madrid que habita, posee una base documental compuesta por 1.137.057 fichas que a su muerte legará al cartero de su barrio en la zona X.
La novela arranca carcajadas, lo que ya sabemos que está mal visto a la hora de considerar el rigor de una obra literaria. Pero para desgracia de criticones, hay ejemplos suficientes de que en ningún momento se ha descuidado mínimamente la coherencia interna. Por ejemplo, ese señor Y. que se lamenta de no haber pisado la escuela, extrae todas sus disertaciones de esa abultada cantidad de fichas. Abarcando materias médicas, jurídicas, e históricas, le sirven para autodiagnosticarse y tratarse; para armar un vademécum de dolencias; para exonerarse penalmente del crimen que trata de cometer contra Eduardo Blaisten (su objetivo), a través de los resquicios jurídicos de los que él extrae disparatados atenuantes; para armar una “enciclopedia” de escritores y filósofos de todos los tiempos que tuvieron como denominador común el ser hipocondríacos, y que como vimos irán desfilando uno a uno entrelazados con esas dolencias elevadas al rango de rarezas.
Pero no podemos abandonarnos al simplismo que se deriva del mero matiz esperpéntico de un ineficaz asesino estrábico, “espíritu sensible y atormentado, encerrado en un cuerpo de pesadilla”, que pretende comprar el arma homicida (una aguja de hacer punto) en una mercería y sale de ella espantado, y con un episodio de dolores en el fémur. La desternillante figura contrahecha del señor Y. afortunadamente no cierra sus poros a la transpiración de punzadas dolorosas: una vida salpicada de natural e inevitable incomprensión, de exclusión y soledad extrema… Hay fuerzas gravitatorias en los alrededores de la narración que nos atraen hacia el personaje.
El señor Y., un asesino de moral kantiana como le gusta definirse, hace un año y dos meses que ha recibido junto con el dinero, el encargo de liquidar a Eduardo Blaisten, y en esas anda desde entonces.
De Blaisten, argentino como el señor Y., y sicólogo de profesión nos extraña su puntualidad, fija como una coordenada cartesiana; nos irrita su pulcritud, su refinamiento, su asentada seguridad, su posición, y lo bien que le va con su amante… ¿Hay algo por lo que no merezca morir? Pero se trata de vigas maestras que en realidad solo apuntalan los agujeros de su vida, y al final también tenemos que pasarle el brazo por el hombro.
Género negro sin negro, un asesino de corazón blando y moral férrea que cree sus días contados, un Eduardo Blaisten que recibe las misteriosas cartas vacías que el señor Y. le envía para desequilibrarlo sicológicamente, y que luego encaja una puñalada trapera cuando descubre quién encargó su asesinato, una forma circular…
Es cierto que mi forma es algo extraña,
Pero culparme por ello es culpar a Dios;
Si yo pudiera crearme a mí mismo de nuevo
Me haría de modo que te gustase a ti.
El señor Y. transcribe este poema de Joseph Carey Merrick, o sea, El Hombre Elefante, en el capítulo que le dedica a las malformaciones de aquel y a sus propias deformidades. Llama a Merrick “hermano de penalidades”. Merrick podría hacer lo que quisiera, pero si yo fuera Dios, dejaría al señor Y. como está.
El Carnaval de Wolfville, 15/04/2012
Por más que en la portada del último libro de Muñoz-Rengel aparezca el epígrafe de «Novela», yo tengo mis dudas. ¿Es una recopilación de ensayos sobre eminentes enfermos de la historia con un fictício hilo argumental? ¿Quizás es una sucesión de relatos cortos que, eso sí, tienen como protagonista al mismo asesino a sueldo en busca y captura de la misma víctima? Y por cierto, ¿qué género le ponemos al argumento que nos presenta? ¿»Noir» de enfermedades? ¿»Chascarrillo» médico? ¿Tragedia surrealista? Yo lo que en realidad creo, tras este trabajoso -y altamente absurdo- recuento, es que El asesino hipocondríaco es todo eso y mucho más. Es divertida hasta decir basta y esta bien escrita (también hasta decir basta), pero a pesar de ser un espectácular catálogo de enfermedades, también es un tónico para el alma. Es un verdadero tratado sobre como dar en la diana de la excelencia casi en cada maldito párrafo y además es un batiburrillo que abarca más cosas de las que realmente parece a primera vista. Así que sí, también es una novela.
La historia viene a contar las aventuras, y sobre todo desventuras, del señor Y. (qué «kafkiano», como quien dice), un profesional del asesinato, un hombre que tiene una misión: acabar con la vida del señor Blaisten. Y ese es el único hilo narrativo de toda la obra. Sin embargo, durante todo el vodevil de encuentros y desencuentros, conocemos al dedillo los delirios y jocosas obsesiones del protagonista, al cual aprendemos a queder practicamente desde la primera línea. No ya por esas fichas que parece que guarda sobre las enfermedades de laureados escritores y pensadores que en el mundo han sido, sino también por su sempiterna mala suerte. Otra enfermedad que podríamos achacarle -como si no se inventara él solito las suficientes- sería el «Síndrome del Correcaminos»: Esa especie de maravillosa alegría que le lleva a meter la pata y salir escaldado de mil y un periplos, pero que en ningun momento le hacen cejar en su misión, casi sagrada. Porque estamos ante un hombre, como él mismo se autodenomina con regularidad, «de moral kantiana»; la cual le hace sacar fuerzas de flaqueza y realizar todo tipo de disparatados subterfugios (disfraces de pena, allanamientos de morada…) en pos de un grial que parece cada vez más lejano.
No quiero contar mucho más porque la novela es un disfrute continuo y es mejor saborearla sin haber catado demasiado de la misma (tan solo decir que hacía siglos que no me reía a carcajadas con un libro, quizás desde La Conjura de los Necios). Por eso mejor dedicarme a glosar la obra de Rengel, uno de los mejores representantes del clasicismo moderno en nuestra lengua. ¿Que a qué me refiero con eso de clasicismo moderno? Pues basicamente a la gozosa circunstancia que supone encontrar un autor que tiene todos los mimbres que hicieron grandes a los clásicos de todas las épocas -siempre le he notado un regustillo a Borges que dudo que niegue- pero con un lavado de cara y un jugueteo literario que convierte sus relatos en rabiosa y absorvente actualidad. Descubrí a Rengel siguiendo su estupenda labor de antologuista y presentador de Perturbaciones, una excelente recopilación de fantasías pergeñadas por lo más granado de los actuales actores patrios y me hice admirador irreductible al leer sus dos primeros libros de cuentos:
88 Mill Lane, que para mi es uno de esos libros que gente como Maupassant, Poe o Carrere hubieran disfrutado como enanos, y De mecánica y alquimia, que es un recorrido apasionante por el mundo de los relojes, las fantasías arábigas, las vidas artificiales, los engranajes y, en definitiva, todos los temas que interesan. Esperemos que Rengel continúe con esta línea ascendente y nos regale pronto otra novela tan absorbente y adictiva como ésta.
Abandomoviez: portal nº1 de cine de terror, Abril 2012
Por Javier Bocadulce.
Tenemos constancia de que Y. o M.Y.-como también es mencionado en alguna ocasión- es un asesino, porque él mismo nos lo confiesa en las primeras líneas de la novela, constituida en una especie de diario personal; eso sí, un tanto especial, por las múltiples interrupciones intercaladas en el relato del devenir de su pecaminosa tarea. Y no nos cuesta ningún trabajo empatizar o apiadarnos del personaje protagonista, merced a la semblanza patética que él mismo refiere acerca de sus múltiples dolencias, reales u obsesivas, que le conducen, según precisa, a contar los escasos – tal vez, sólo uno – días que aún le restan de vida.
Se nota en Rengel que, aun siendo ésta su primera novela, no adolece de tablas para hacer muchos armarios, y de buena calidad. Le avalan los muchos y premiados relatos que jalonan una previa y brillante trayectoria. A las pocas páginas, «El asesino hipocondriaco» te ha enredado sin remisión. Se produce una hábil mezcolanza de la compulsión y la hipocondría del «asesino» protagonista – una minuciosa y enfermiza retahíla de padecimientos en consonancia con sus perversiones – con las manías y obsesiones que adornan la personalidad de la víctima a la que persigue, y de cuyos peculiares hábitos, meticulosos y absurdos, Y. no es más que una sombra, pues ha de darle muerte antes de morir él mismo. Porque Y., antes que asesino, es un tipo de moral kantiana: no se irá de este mundo sin mantenerse fiel a su último compromiso, el de obedecer al encargo de un homicidio del modo más profesional posible.
El protagonista obedece, en resumen, a ese prototipo amable por contraste, que todos podemos asimilar, de personaje melindroso, quejoso de una excelente mala salud; algo que le lleva a equipararse- en la ristra de anécdotas que Rengel va intercalando-, en una especie de «canonización admirativa», con los pensadores, literatos y filósofos más carismáticos de la historia; y que, curiosamente, perseguidos por la misma mala fortuna de Y., padecieron en sus vidas un comportamiento igualmente maniático, enfermizo, compulsivo e hipocondriaco. Una manera diferente y festiva que, con mucho gracejo y humor, pretende homenajear a esos grandes hombres cuyo talento ocupó un puesto tan elevado como sus sufrimientos psicosomáticos: Descartes, Diderot, Molière, Sartre, Maupassant, Tolstoi, Los hermanos Goncourt, Poe…
De esta forma, el asesino se consolida como un individuo inoperante, atenazado en la ejecución de su objetivo por situaciones irreales y absurdas, que sólo tienen vida aparente en su mente. Y no teme a la muerte, como no la temía Marcel Proust. Temía dejar su obra inconclusa; porque, al fin y al cabo, lo que nos trata de transmitir «El asesino hipocondriaco» es la sensación de pánico de todo hombre a no entender su presencia en el mundo; a que su estancia vital se reduzca a un mero paso, a ser una simple piedra en el camino. No se trata ni de saber por qué estamos aquí, sino de establecer el «para qué», no marcharse de este mundo sin haber justificado nuestra presencia en él.
Estamos ante una novela excepcional, hilarante, surrealista, un verdadero apéndice de greguería, talentosa, diferente e inclasificable. Un primer paso de Rengel en la larga distancia, dado con firmeza desequilibrante, afirmado sobre un ritmo que llama continuamente a seguirlo, y caracterizado por una brevedad y economía de gestos que recuerdan al cáustico y aparentemente simple, de ese maestro de lo absurdo, conciso e irreal, que es Tomeo. Una novela de gran intuición filosófica. Una novela necesaria. Y Rengel, un autor, desde ya mismo, que habrá que considerar como algo más que una promesa.
Sigueleyendo, 05/04/2012
LA MUERTE Y EL IBUPROFENO
Por Jordi Corominas.
Siempre los lunes. Nueve de febrero de 2009. Tengo un trabajo de mierda que alterno con la inminente aparición de Matar en Barcelona. Mi curro es de frenopático y consiste en calificar películas junto a personas más que variopintas. Me sacan de quicio, y por eso he aprendido a cerrar los ojos y desconectar mientras visualizamos perlas del celuloide, joyas fétidas, carnaza. Amo llegar cinco minutos tarde para ahorrarme saludos hipócritas. No llevo reloj. Metro Diagonal y pateo veloz. Rutinas y dinámicas que se rompen esa mañana por culpa de una ambulancia y el típico gentío curioso que se aglomera a la altura de Santaló con Travessera de Gràcia. No han tapado el cuerpo. Hay sangre por la acera. Mana de la cabeza de un empresario que acaba de ser asesinado por un sicario. Nuevos tiempos para el crimen, que siempre simboliza la lógica de una época.
Horas más tarde salgo mareado y en la esquina del homicidio hay una pelea. La relaciono con lo acaecido y me equivoco de pleno. Son dos rufianes que han intentado robar el bolso a una rubia motorizada. Una cámara de TV3 alucina. Tengo hambre.
Tres años más tarde es cinco de marzo de 2012 y atiendo mi turno en el embarque de un avión del puente aéreo. Es horrible repetir la cantinela de Vueling, la única compañía que gustaría a Don Draper por su lobotomía con la música de Nouvelle Vague que uno identifica con las siglas del Imperio Piqué, y no hablo del novio de Shakira. La cosa va más de reverencias patéticas. Me siento y abro El asesino hipocondríaco de Juan Jacinto Muñoz-Rengel. Varias personas de confianza me lo han recomendado y llega en el momento idóneo. He superado la ronquera de mi garganta y una farmacéutica de Melilla afincada en Lavapiés me ha reconocido y por familiaridad se ha erigido en mi personal coach de pastillas, sprays y fliumiciles.
Vivo obsesionado con mi garganta. La gasto en clases, recitales y radios una media de quince horas a la semana, y además me encanta charlar, quizá porque transcurro parte del día solo en casa, lo que me sirve para probar mis cuerdas vocales y calibrar su estado. Jengibre con miel y limón. Hierbas medicinales. Sobres. Hace más de cuatro años que el termómetro no registra treinta y siete grados en mi cuerpo. Eres un mal enfermo, tu hiperactividad te impide aceptar que a veces la maquinaria pide reposo. Sí, es cierto.
Me gusta el mundo de la crónica negra, y sé muy bien que es quimérico imaginar a un personaje como el protagonista de la novela de Rengel en el ambiente. Pienso en House y las enfermedades raras que no aparecen ni en la enciclopedia británica. El hombre es un culto paranoico que equipara sus supuestos males con los de filósofos y literatos de la mejor calaña. Kant y su paseo metrónomo apuntan a una obsesión que se adapta a las mil maravillas a toda la labor que un buen killer debe realizar antes de asestar el golpe de gracia.
Me queda más de un día de vida, aunque quizá cruce la calle y un coche me atropelle. También cabe la opción de sufrir un infarto en una performance o fallecer de muerte natural por capricho de lo de muere joven y deja un bonito cadáver. No. El asesino hipocondríaco siempre nota el aliento de la señora de la guadaña, portera de sus neuronas, diosa de sus delirios e indudable fuente de beneficios pecuniarios. Para ganarlos el narrador- que al practicar tan noble arte sobrevive, lo que constituye otra estupenda burla- deberá matar a un compatriota argentino llamado Eduardo Blastein. Y no es blast the past ni nada que se le asemeje. Es refinado, cagón y el vecino que desdeñaríamos por su petulancia de gourmet y tener una amante de rompe y rasga que luce por garitos de postín.
La mayoría de crímenes son por amor o dinero. Los de salud no están contabilizados. No te cargas a nadie por estar enfermo, o sí, porque todo encargo del género tiene un innegable punto de desequilibrio, pero si este corresponde al asesino ja podem tancar la paradeta. M.Y. nació en Rosario, a lo Messi, y desde su más tierna infancia acudió con regularidad al matasanos, y mientras escribo se enciende una lucecita y constato que el sicario lucha por fundirse con el galeno. Taxonomiza hábitos, memoriza taras y las aplica con meticulosidad a su oficio. Detectar, diagnosticar y solucionar. Unos cobran por extirpar dolencias. Los otros por cancelar suspiros. El cliente siempre tiene razón y el cheque es de papel.
El mismo título de la novela dispara al humor. El protagonista se duerme cada dos por tres y sólo ingresó en prisión al asesinar por inercia a una vieja en el metro de Madrid. Es alérgico a todo y se identifica con el hombre elefante. Se olvida sus propias preguntas y rehace trayectos físicos y mentales. Blastein se histeriza, su novia pierde los estribos y la amenaza de la muerte flota por doquier más ridícula que nunca, dejando en pañales a los que la intuyen en el horizonte. El mismo narrador, y aquí Rengel da en el clavo, usa un tono que en ocasiones recuerda a las esmeradas descripciones de Bret Easton Ellis en American Psycho.
Toda obra literaria es susceptible de un mensaje oculto. La paranoia vertebra El asesino hipocondríaco, y al jugar con las dos caras de la moneda, el candidato al delito y su presa, la traspasa al cuerpo social, afectado e infectado por una paranoia que nos corroe y viene impuesta desde arriba. La inseguridad es control, el control es providencia de calma y bocas calladas. Chitón. Aclarar la impostura abre la puerta a otra realidad que está a nuestro alcance si cortamos las ramas que oscurecen y deforman la auténtica visión. Mientras tanto puede que tú seas otro/a asesino/a hipocondríaco, y hasta en la machaconería de lo masculino y lo femenino acrecientan el trastorno.
Las Musas, 05/04/2012
Maldición de Ondina, Síndrome de Moebius, estrabismo acentuado con hipermetropía, Afasia de Wernicke, Síndrome de Proteus, embarazo imaginario, Síndrome del Acento Extranjero, Síndrome del Espasmo Profesional… Todo esto y alguna enfermedad, síndrome o maldición divina más conforman el inventario personal de enfermedades de Y., un asesino a sueldo al que le persigue la mala suerte desde que nació y que no puede dar un paso sin sentir en su nuca el frío aliento de la muerte.
Convencido de que cada día será el último de su vida, Y. encara su último encargo: acabar con la vida de Eduardo Blaisten, un empresario cuyo asesinato le encargaron con un sobre repleto de dinero. Nadie desperdiciaría el que cree su último día de vida en cumplir con un compromiso profesional. Pero Y. no puede obviar sus obligaciones para con sus clientes porque, como él se encarga de repetir constantemente, es un hombre “de moral kantiana”. Mientras Y. intenta una y otra vez asesinar a su víctima, realiza un repaso sobre los enfermos ilustres de la historia. Voltaire, Proust, Kant, Tolstoi, Poe Descartes, Byron… Todos ellos aquejados de los síndromes más estrafalarios pero sin llegar a su categoría de “milagro médico”.
El asesino hipocondríaco de Juan Jacinto Muñoz-Rengel es una novela de una originalidad magnífica que rezuma sentido del humor. El personaje principal, el enfermo Y., es una reinterpretación divertidísima del antihéroe, con todos los ticks de un Woody Allen y con la aparente sangre fría de León, el Profesional. No os la perdáis, en serio, y ahora que llega Sant Jordi regaládsela a ese amigo que siempre se queja de dolores imaginarios.
El mar de tinta, 03/04/2012
Por José Camilo Vázquez.
Plaza & Janés inaugura el año con la primera novela del joven escritor Juan Jacinto Muñoz-Rengel. Historia, genio y enfermedad se entrelazan en la tragicómica figura de un asesino a sueldo marcado por la desgracia.
El asesino hipocondríaco viene avalado por la corta aunque fructífera experiencia como narrador de su autor. De ella dan cuenta numerosos premios literarios, tanto nacionales como internacionales, así como el éxito de sus volúmenes recopilatorios “De mecánica y alquimia” y “88 Mill Lane”.
Con esta, su primera novela, Muñoz-Rengel revalida su papel como una de las plumas de mayor proyección dentro del panorama literario de nuestro país. Y lo hace sin traicionar sus influencias borgianas. Gracias a ellas y a su propio saber hacer consigue que lo verosímil, lo irreal y lo fantástico se desdibujen para enseñar y conmover. Casi sin aspavientos logra que este oscuro asesino profesional entre por derecho propio en el panteón de los personajes memorables.
Un hombre de moral kantiana
El señor Y ha recibido un encargo: debe eliminar al señor X, alias de Eduardo Blaisten, empleando para ello el método que considere más oportuno. Esta tarea sería sencilla para un matarife de su experiencia si no fuera porque sólo le queda un día de vida, a lo sumo dos. Asediado como se encuentra por algunas de las dolencias más extrañas conocidas por el saber médico (y otras todavía por clasificar), el señor Y deberá impartir su última ración de muerte mientras procura darle esquinazo a la suya propia. Y el tiempo, como siempre, juega en su contra.
El mal de Ondina, la afasia de Wernicke, el síndrome de Proteus o el síndrome del espasmo profesional (entre otros) se interpondrán en su camino. Este goteo de achaques, tan inofensivos como inoportunos, acabarán convirtiendo el intento de asesinato del señor Blaisten en una pesadilla recurrente. Asistiremos a una persecución abonada a la mala suerte, un proceso tan penoso e insoportable como para invitar a nuestro protagonista al abandono después de cada nuevo fracaso. Sólo el hecho de haber cobrado el trabajo por adelantado, unido a una visión kantiana del deber, mantendrán al renqueante señor Y con el arma dispuesta para ese golpe final que nunca llega.
La ilustre sociedad de los enfermos imaginarios
El señor Y no está solo en su empresa. A pesar de su aspecto deforme, su nula vida social o sus maneras torpes e incomprensibles, cuenta entre sus afines con un plantel de excepción. Entre conato y conato de homicidio, a través de breves biografías, sabremos de ellos y del infortunio que los une en secreto. Surgirán así las identificaciones con personajes de la talla de Proust, Tolstói, Descartes, Lord Byron o Immanuel Kant, figuras que encarnan un genio fatídico, de alguna forma inseparable de la enfermedad. Condenados al sufrimiento como pago por su extrema sensibilidad cada uno de ellos irá legando al señor Y su correspondiente lacra.
Al abrigo de estas vidas paralelas, tejidas entre abandonos parentales, achaques de escasa letalidad, la indiferencia ciudadana y el inevitable maltrato por parte de los doctores, vive el señor Y. Sufre sin saberlo de la enfermedad de la imaginación. Y encabezando el delirante circo de los genios hipocondríacos intentará sobrellevar su obsesivo temor a la muerte, así como su férrea incapacidad para acabar con Eduardo Blaisten. Engalanados con crespones amarillos, bajo la imponente presencia del Hombre Elefante, los orgullosos antepasados de este linaje morboso nos invitarán a descubrir el ambivalente juego entre la muerte y la esperanza, donde sobrevivir es perder.
Tragicomedia urbana
Siempre a rebufo de un Blaisten encantado de conocerse, encontramos a ese Coyote con guadaña que es el señor Y. Sus persecuciones a través de las calles de Madrid no pueden sino recordar a la caza del Correcaminos, evocadas sobre todo en aquellos capítulos en los que, entre tecnicismos jurídicos y médicos, parece vislumbrarse la estratagema letal que una vez más acabará fallando. Porque la mala fortuna siempre está ahí para regatearle el éxito al señorI Y, quién sabe si para mantenerle con vida, luchando. En ese sentido, nos trae a la memoria al mejor Wenceslao Fernández Flórez con la historia de aquel hombre que quería hacer el mal y jamás lo consiguió, el malvado Carabel. Y en las observaciones extrañadas y cuasi-mecanicistas del asesino hipocondríaco encontraremos, además, un filón de ocurrencias y malentendidos al estilo de las ofrecidas por el extraterrestre Gurb en la obra de Eduardo Mendoza.
El asesino hipocondríaco se mueve con acierto entre varios géneros. Lanza guiños a la novela negra sin pretender llegar a serlo, y hace del continuo fracaso de su protagonista casi un esperpento. Su tono sutilmente mordaz consigue mantener siempre el equilibrio, jugando a partes iguales con el horror, el patetismo y un fino humor negro. Éste no se limita a aderezar las peripecias del asesino, sino que las desborda para hacer velada sorna de los recursos retóricos del autor y la estructura de la narración.
Los capítulos de la obra (por lo general breves) son pequeñas historias en sí mismas, y dan fe de la soltura con la que Muñoz-Rengel se desenvuelve en el ámbito del cuento y del relato breve. Pero a medida que avanza la lectura, lo que en principio pudieran parecer islotes inconexos, incursiones patobiográficas, se articulan elegantemente en un todo coherente y consiguen dibujar los matices de dos personajes que resultan ser mucho más que víctima y verdugo.
El puñal del filósofo
Aunque nos pueda confundir su inquietante portada, “El asesino hipocondríaco” no es tanto una novela sobre la muerte o la enfermedad como un homenaje sentido hacia el mundo de las letras. No sorprende que Juan Jacinto Muñoz-Rengel (Málaga, 1974) se presente como doctorado en filosofía, además de escritor de relato corto, locutor radiofónico y profesor de escritura creativa. Los fantasmas que acompañan al señor Y en su periplo homicida son principalmente literatos: poetas, dramaturgos, narradores, así como varios filósofos. Son todos ellos espíritus sensibles, conocedores de la principal tragedia que acosa a la vida: su ausencia de sentido. Y no pudiendo quedar ciegos, enloquecen como los profetas de la antigüedad. Plasman su descubrimiento en tinta, y también en sangre, quejumbre, esputo, sanguijuela y orinal. El señor Y será el heraldo de ese viejo lamento.
Frente a él se pasea el vitalismo de Eduardo Blaisten, querido y despreocupado, como esa niña bonita de las ciencias del espíritu que es hoy la psicología. Con su melena aleonada, su atenuado acento argentino y su pulcra puntualidad el mundo entero queda a sus pies. Pero su seguridad en sí mismo se demostrará frágil al verse amenazada por el lamento de las letras viejas. La muerte estará ahí para tender esos puentes, para iniciar el abordaje de la filosofía y la literatura contra el buque de la psicología. Veremos surgir la complicidad en el temor compartido, y también en el escarnio de esos torpes técnicos que se hacen llamar doctores. La psicología volverá de nuevo al redil, la muerte al miedo. Y se refrendará lo que afirma el propio autor, que si la literatura es el síntoma, la enfermedad ha de ser la imaginación.
CHARLETRAS, 26/03/2012
INOLVIDABLE Y.
Por Daniel Corpas.
El señor Y. ha recibido un encargo acorde a su condición de asesino a sueldo: matar a Eduardo Blastein. Tiene 24 horas para cumplir su misión antes de sucumbir a un cúmulo de exóticas enfermedades que devoran (o eso cree él) su organismo. Eso sí, bajo ningún concepto está dispuesto a dejar el trabajo inconcluso: ha cobrado por anticipado, y, además de profesional, es un hombre de moral kantiana. Y para colmo de nacionalidad argentina.
El primer capítulo es un ejemplo perfecto de cómo plantear una historia con rapidez y contundencia. Se trata de un arranque trepidante, que augura un tempo muy cinematográfico, atrapando al lector con la combinación de tres elementos narrativos que en principio remiten al género negro o de intriga: un protagonista claramente perfilado, un objetivo externo nítido y una cuenta atrás temporal.
Pero a medida que uno va pasando las páginas comprueba, primero con extrañeza, luego con una grata sorpresa, que este libro en realidad va de otra cosa. Aunque los capítulos siguen siendo cortos, el ritmo del relato de algún modo se ralentiza; los intentos de Y. por liquidar a su target fracasan una y otra vez, y se va revelando una estructura más amplia, construida con inteligencia: la acción se alterna con breves fragmentos biográficos, rayanos en la anécdota, protagonizados por ilustres personajes como Poe, Descartes, Voltaire, Tolstoi o el propio Kant, que además de figuras de las letras y el pensamiento fueron también egregios hipocondríacos.
Esta suerte de bestiario patológico, rebosante de humor negro, termina por conformar un hilo narrativo secundario que se entrelaza con las tribulaciones de Y. en su caza al hombre; una persecución que se demora de forma incomprensible por culpa de las mil dolencias del perseguidor, y en la que básicamente no ocurre nada relevante hasta que un potente giro de trama catapulta la historia en otra dirección.
Porque El asesino hipocondríaco no es un libro de trama sino de voz y personaje. El mismo título proporciona la clave. Las novelas policíacas suelen portar títulos más temáticos o simbólicos. Aquí se avisa desde la misma portada (mención especial al diseño de la cubierta) que el eje de la obra es el señor Y., una criatura verdaderamente insólita, un pudoroso y atormentado sicario que acaba haciéndose entrañable por su sensibilidad, por ese halo de perdedor maldito que le acompaña, porque no es más que un lobo solitario y torpe que en el fondo ansía parecerse a su presa, Blastein, un tipo exitoso, sofisticado, con una bella amante y firmes lazos familiares (aunque después se comprueba que no es oro todo lo que reluce).
Y sobre todo, lo que conmueve es que, pese a ser un catálogo andante de males que amargan cada minuto de su existencia, Y. lucha por vivir aunque sólo sea un día más. El asesino, paradójicamente, acaba ganándonos por su profunda humanidad.
En el plano estilístico, la prosa es fluida, elegante, precisa, vehicular: propulsa el relato sin llamar la atención sobre sí misma. Por otra parte, la profusión de tecnicismos médicos y detalles históricos denota una extensa labor de documentación e investigación (¿alguien había oído hablar de la Afasia de Wernicke?).
Estamos, en definitiva, ante una original novela que logra que su personaje se haga persona. Una persona que perdura en el recuerdo y a la que nos alegramos de haber conocido.
Revista de Letras, 26/03/02012
Por Luis García.
El enigmático asesino hipocondríaco que responde a las iniciales de M.Y. en la última novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel, El asesino hipocondríaco, es un hombre al que le persigue la mala suerte desde que era niño, o para ser más precisos, es el paradigma de la “ley de Murphy”. Como él mismo dice en alguna ocasión a lo largo de la historia que nos narra, “si escojo entre dos direcciones, la otra siempre será la acertada, si salgo con paraguas lo pasearé todo el día sin darle uso, si levanto una mano para reclamar, lo mas probable será que sufra una luxación de clavícula”. Cualquier parecido con el arquetipo de un asesino psicópata al uso es pura coincidencia, de ahí sus múltiples errores. Y si a tanta mala suerte se le une una hipocondría exasperante que raya lo patológico… (no para de tomarse la temperatura a todas horas, la tensión arterial…). Por eso, cuando se encamina a cumplir un trabajo, su último encargo a decir de él, “solo me queda un día de vida, afirma”, aunque lleva haciendo tal afirmación desde hace varios años, le sale mal, como los anteriores. Ya se sabe, “la ley de Murphy”. Y es que la historia esta llena de hipocondríacos como muy bien sabe M.Y., Kant, Poe…. Pero hipocondríacos y asesinos profesionales no debe haber muchos. Él es uno de ellos, aunque sus múltiples dolencias no le faciliten el trabajo. Pero algún día lo habrá de conseguir y podrá cumplir el encargo de matar al señor Blaisten aunque solo le quede un día de vida. A medio camino entre la novela negra y la novela de humor, Juan Jacinto Muñoz-Rengel consigue con El asesino hipocondríaco posiblemente lo más difícil, apuntarse a un género literario inclasificable que iniciara Rafael Reig con Sangre a borbotones y Guapa de cara. Un tipo de literatura desenfadado pero no por ello exento de calidad literaria.
Culturalia, 21/03/2012
Por Robert Martínez Colomé.
¿Es posible ganarse las simpatías del lector con un protagonista que ejerce de asesino a sueldo? Probablemente Juan Jacinto Muñoz-Rengel (Málaga, 1974) se planteó este reto antes de escribir los esbozos de su primera novela, una pregunta a la que respondió afirmativamente cuando eligió al señor Y. como personaje principal de El asesino hipocondríaco, una novela de marcado tono humorístico a pesar de su dramático planteamiento inicial: el protagonista –un profesional de moral kantiana aquejado de innumerables males, reales o imaginarios– es contratado para asesinar al señor Eduardo Blaisten, un argentino que vive en el barrio de Salamanca de Madrid.
Muñoz-Rengel construye su novela alrededor de un personaje cuanto menos pintoresco: el señor Y. no solo es un profesional del asesinato, también padece de hipocondría, una enfermedad psicológica que le sugestiona de tal forma que cualquier mal le afecta profundamente, una cualidad que le emparenta con algunos de los más famosos escritores de todos los tiempos –personas perseguidas por su mala suerte, igual que él–, y es aquí cuando el autor se revela también como un fantástico erudito literario, un escritor que hace que su protagonista padezca los mismos males que sufrieron siglos atrás nombres tan conocidos como Edgar Allan Poe, Immanuel Kant, los hermanos Goncourt, René Descartes, Lord Byron, Molière, León Tolstói…
El asesino hipocondríaco es una novela de difícil definición: si bien la trama principal podría entroncarla con la novela policíaca, Muñoz-Rengel tan solo utiliza las características de ese tipo de obras para desarrollar una historia en la que el humor –como no podía ser de otra manera, tratándose de un autor que ha hecho de él una de sus principales señas de identidad– y la pasión por la literatura (y por sus autores más hipocondríacos) se revelan auténticos protagonistas del libro. Así, el autor nos hará sonreír al mismo tiempo que nos instruirá sobre la historia de la literatura gracias a las anécdotas que protagonizaron célebres escritores, como cuál fue el germen de Frankenstein de Mary Shelley, qué nombre se esconde detrás de El Hombre Elefante o cómo perdió Voltaire sus dientes, además de explicar cómo murieron esos intelectuales, aquejados en vida del mismo mal que el señor Y.: la hipocondría.
El protagonista, con una torpeza que recuerda al Coyote intentando atrapar al Correcaminos, logra arrancar las carcajadas del lector sin que esta sea su pretensión real: sus intentos por lograr su cometido de forma exitosa harán que se produzcan situaciones inverosímiles de las que la víctima escapará sin apenas esfuerzo.
Con todo, el infatigable señor Y. es todo un profesional del asesinato, un trabajador tenaz que, por principios, se muestra incapaz de abandonar su tarea a medias, y por ello, a pesar de vivir atormentado por infinidad de enfermedades –desde la maldición de Ondina al síndrome de Proteos, desde el síndrome del acento extranjero al síndrome del espasmo profesional, entre otras–, utilizará todos esos males en su beneficio para burlar la justicia: quizás los microsueños que padece le eximirían de su responsabilidad en el asesinato, o mejor una alteración psíquico-perceptiva transitoria sería una buena excusa ante el juez, incluso podría alegar que mató en legítima defensa, cualquier modo es bueno si así consigue asesinar al señor Eduardo Blaisten.
¿Será capaz el protagonista de lograr su objetivo? Para conocer la respuesta deberán leer El asesino hipocondríaco, una divertida historia, elaborada con mucha ironía y algo de humor negro, sobre un asesino a sueldo algo inepto en su trabajo, un hombre solitario que ha hecho suyas las enfermedades imaginarias que afectaron a los grandes nombres de la literatura mundial.
RitmosXXI, Marzo 2012
Por Laura Terciado.
Si ya de por sí se nos antoja complejo el oficio del asesino a sueldo, nadie habría imaginado lo difícil que le resultaría este trabajo a aquel que está al borde de su propia muerte. Jacinto Muñoz-Rengel nos presenta en su obra al señor Y, un milagro médico que, pese a sus múltiples enfermedades y achaques, está decidido a cumplir su encargo pendiente a pesar de ser el último día de su vida: matar a Eduardo Blaisten. Y es que el señor Y es un hombre de moral kantiana.
El asesino hipocondríaco nos lleva a ver el mundo desde la perspectiva de un hombre enfermo, que lleva muriendo desde que tiene memoria. Todos los días son el último y es difícil vivir con la rutina a la que obligan a seguir las enfermedades, sobre todo cuando se ha de adaptar esa vida al trabajo y en mayor grado cuando el oficio es el de matar. ¿Cómo podemos aniquilar a nuestro objetivo cuando en ocasiones no se puede percibir el mundo que nos rodea? ¿Cómo se persigue a una víctima cuando nos asaltan los micro sueños? ¿Es posible engañar a alguien cuando ni siquiera podemos hablar nuestro propio idioma?
Este libro es una verdadera obra de documentación que ofrece a quien lo lee infinidad de datos que probablemente pocos conozcan, no solo acerca de las enfermedades físicas, psíquicas e imaginarias que posee el señor Y., sino sobre las que en su día sufrieron (o creyeron sufrir) los grandes de la poesía, la literatura y la filosofía como Poe, Molière, Voltaire o Descartes. Esos ilustres pensadores hipocondriacos cuyas historias vamos descubriendo intercaladas con la gran hazaña que le supone al protagonista eliminar al escurridizo Blaisten, lo que harán de la lectura un ejercicio casi irresistible.
El amor por la literatura es el hilo conductor de esta historia llena de intriga, ansiedad, obsesión, humor y, por supuesto, muerte; la historia de un hombre atormentado por todas las enfermedades raras como el síndrome de Proteo, la maldición de Ondina, el síndrome del acento extranjero…
La Tormenta en el Vaso, 19/03/2012
Por Cristina Davó Rubí.
Divertidísima, original, atrevida y además de todo instructiva. Así es la primera y esperada novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel (Málaga, 1974). A pesar de su juventud, el malagueño cuenta ya con una dilatada carrera como profesor, columnista, crítico y autor de relato corto. Doctorado en filosofía, fundó en 1998 la revista Estigma, ha colaborado en publicaciones como Anthropos, Clarín, Ínsula o el diario El País. En la actualidad es profesor de los Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja de Madrid y dirige un par de programas literarios en Radio Nacional de España. Compagina todo ello con su labor como escritor, con la publicación de 88 Mill Lane (2006) y De mecánica y alquimia (2009), Premio Ignotus al mejor libro de cuentos del año y finalista del Premio Setenil. Además de haber editado Perturbaciones y Ficción Sur, y haber sido incluido él mismo en numerosas antologías, como Cuento vivo de Andalucía (2006) o Atmósferas (2009). Para sorprendernos ahora con El asesino hipocondríaco (2012), un extraordinario ejercicio literario, en el que se mezcla el humor con una concienzuda documentación.
El argumento se basa en la tarea que tiene que acometer el señor Y., contratado para liquidar a Eduardo Blaisten. Lo que ocurre es que el asesino a sueldo se muestra desde el principio un tipo peculiar, compendio de una serie de enfermedades, reales o imaginarias, que lo llevan a creer que cada día es el último de su vida. Por ende, este acopio de dolencias le impide continuamente realizar su encargo. De manera que la narración se convierte en una sucesión de intentos fallidos del escrupuloso asesino hipocondríaco. Hasta aquí, la excusa para la trama narrativa. Sin embargo, el acierto de Rengel consiste en el entramado que teje, capítulo a capítulo, a modo de analogía con escritores y pensadores famosos aquejados de los mismos males que nuestro personaje. Una verdadera galería de enfermos ilustres con los que el protagonista se identifica. Kant, Poe, Voltaire, Proust, Byron, Tolstói y muchos otros, como un selecto club de malditos a los que la mala fortuna y la enfermedad han asediado siempre. Sin que estas digresiones menoscaben para nada el desarrollo del argumento.
Hay que elogiarle a Muñoz-Rengel, aparte de lo dicho, su hábil manejo de la palabra y su atinada manera de dejar aquí y allá cabos que el lector podrá ir atando fácilmente para encontrar un sentido a la historia. Si bien se podría decir que la acción no es trepidante ni intrigante, por consabida ya a lo largo de la lectura, sí sabe el autor mantener el pulso, con un lenguaje mezcla de sencillez y tecnicismos, prosa fluida y una gran dosis de ironía. Y culminar, asimismo, con un final abierto, en estructura circular, que reafirma la espiral en que se encuentra metido el desdichado M.Y. Una creación insólita y magistral este argentino de moral kantiana, un ser paradójico y delirante que representa en grado máximo al hipocondríaco, inspirador de compasión por mucho que fríamente pueda parecer incluso repulsivo. Como contrapunto, su objetivo, el señor Blaisten, tan seguro de sí mismo, de tan exultante salud, con una amante. Todo lo que Y. no tiene. Porque lo que él tiene es soledad, nulas relaciones sociales como buen asesino profesional, por eso se inventa amigos, muy sofisticados, por cierto. Quizá habría que reflexionar también sobre el mundo de las apariencias; que el lector decida. En cualquier caso, una novela entretenida, diferente, con un falso trasfondo de género negro, que más allá de la propia historia y de desvelarnos curiosas anécdotas sobre grandes literatos y pensadores, puede ponernos sobre aviso de los males de la soledad, de la excesiva sensibilidad y de hasta qué punto es posible distorsionar la realidad y lastrar nuestra vida hasta que nos llegue la hora. Porque eso sí, todos morimos al fin.
Librería Cervantes (blog La librería de Javier), 17/03/2012
Por Javier Rodríguez.
Atravesamos tiempos difíciles. No exactamente los de Dickens, pero con serios problemas sociales y de toda índole. Nuestra esperanza, como cualquier aspectoen estos tiempos, está bajo mínimos. Bueno, excepto la literatura que, sin saber ni cómo, mantiene unos niveles de creatividad y calidad insuperables. Y precisamente como paliativo a estos duros años de penurias, una entretenida novela puede hacer milagros. Y si encima es divertida, miel sobre hojuelas. Pero, si además de todo ello, está bien escrita, para ya de contar. Todos estos ingredientes los atesora, y en gran medida, la primera novela de este genial escritor que es Juan Jacinto Muñoz-Rengel.
Un desgraciado matón por encargo ha de poner punto final a la vida de Eduardo Blaisten. La cosa no sería sino una nimiedad si no fuera porque este desecho de persona colecciona fobias y cualquier tipo de enfermedad posible. Real, aunque, más bien, imaginaria. Y lo que parte como un sencillo asesinato, se vuelve tarea casi imposible ante las desgracias infinitas que acontecen a nuestro protagonista. Un protagonista que se escuda en las dolencias que, asimismo, han asolado la vida de innumerables filósofos y escritores de todos los tiempos. Pero él es un kantiano convencido y va a llevar a cabo el encargo que le han hecho. Y no sin razón, ya que le han pagado de antemano. Y eso es sagrado.
Juan Jacinto Muñoz-Rengel ha conseguido hacer algo inimaginable en nuestros días. Dar forma y sentido a una deconstrucción de un género tan encorsetado como es la novela negra clásica. Y lo ha hecho partiendo de argumentos sencillos y, sin embargo, claramente eficaces. La filosofía y el humor. Por la novela de este ¿joven? escritor pasan una buena caterva de escritores y filósofos sabiamente abocetados a través de sus manías y enfermedades. Jonathan Swift, Marcel Proust, Edgar A. Poe, Tolstoi, los hermanos Goncourt, Kant o Descartes son algunos de los aludidos por el escritor y recordados por el desgraciado protagonista de nuestra novela. Pero, ante todos ellos, está el célebre Joseph Merrick, conocido mundialmente por el alias de “El hombre elefante”, llevado sabiamente a la pantalla por Mel Brocks (aunque figure como productor y aparezca la película firmada por Davis Linch). Un despliegue estilístico y lección de medicina y filosofía que dejaría en pañales a bastantes catedráticos de ambas ramas.
Pero, ante todo ese despliegue de fuegos artificiales de altura, el verdadero peso de la novela recae en la gran sabiduría del autor para administrarnos gotas de increíble humor grotesco cada dos por tres. Y sin empalagar el texto, tarea difícil. El protagonista, ese desastroso hombre de inicial Y, pasará por todas las veleidades posibles -y que no pienso destrozar con su enumeración- y nos hará recordar películas cómicas inolvidables. En el texto se rinde un sentido homenaje a “El guateque”, “La pantera rosa” y “Mi tío”, por sólo reseñar algunas, pero también a Harold Lloyd y ciertos personajes de dibujos animados tales como Silvestre (persiguiendo a todas horas a Piolín) y el Coyote (siempre tras el rastro del correcaminos). “Y” encarna la totalidad de las desventuras y desgracias que le pueden acontecer a una persona, pero elevado a mil. Y, por ese destino de personaje maldito, de dechado de penalidades sin remedio, se nos hace entrañable, muy nuestro. Lo cual le convierte en nuestro héroe sin lugar a ninguna duda. Y por ende, ese acabado de obra, perfecto, que cierra el texto y que nos recuerda a ese agujero que se cerraba como punto final en los cortos de nuestros dibujos animados de la infancia, nos deja una nostalgia final de obra imperecedera. “El asesino hipocondríaco” es una novela única, bella, tierna, extraña, pero perfectamente delineada y con una construcción estilística de primer orden.Muy alto ha dejado e listón Juan Jacinto Muñoz-Rengel para abordar su segunda obra. Aunque, con el bagaje literario que corre por sus venas, no dudo que nos sorprenda muy gratamente en breve. Debo de resaltar y aplaudo la labor que ha emprendido la editorial Plaza & Janés de apoyo a los escritores españoles y cuyos últimos títulos publicados son de gran calidad y aceptación por parte de crítica y público en general.
JUAN JACINTO MUÑOZ RENGEL (Málaga, 1974) cursó el doctorado en Filosofía y ha ejercido la docencia tanto en España como en el Reino Unido. Ha colaborado en publicaciones como Anthropos, Ínsula, Clarín o el diario El País. En los últimos años su trayectoria como autor de relato corto ha sido avalada por más de cincuenta premios nacionales e internacionales, y ha sido transcrito al Braille y traducido al inglés y al ruso. En la actualidad, dirige el programa Literatura en Breve (RNE 5), conduce la sección de relato de El Ojo Crítico (Radio Nacional de España) y es profesor en la escuela de escritura Fuentetaja de Madrid. Es autor de los libros de relatos De mecánica y alquimia (Salto de Página, 2009), Premio Ignotus al mejor libro de cuentos del año y finalista del Premio Setenil, y 88 Mill Lane (Alhulia, 2006); ha coordinado y prologado las antologías de narrativa breve Perturbaciones (Salto de Página, 2009) y Ficción Sur (Traspiés, 2008); y ha sido incluido en las dos antologías de referencia de su generación, Pequeñas Resistencias (Páginas de Espuma, 2010) y Siglo XXI (Menoscuarto, 2010). Con su primera novela, El asesino hipocondríaco, quedó finalista del premio Clarín, con un jurado compuesto por José Saramago, Juan Cruz, Pablo de Santis y Rosa Montero, que recomendó vivamente su publicación.
“El asesino hipocondríaco” es una novela única y perfecta, intrigante y deliciosa, fresca aunque trabajada al máximo y con la que pasaremos uno de los ratos más divertidos de los últimos títulos literarios (que falta nos hace).
Diario de Jerez, 09/03/2012
Por Ramón Clavijo Provencio.
Es éste uno de esos libros que comienzas su lectura interesado (o muy interesado) por la originalidad de la historia, pero a la vez temeroso de que finalmente nuestra atención se desmorone tras las primeras páginas. Pero a medida que avanzamos en la lectura, descubrimos que no sólo no estábamos equivocados en nuestro interés inicial, sino que el libro nos da más de lo que esperábamos. Una de sus grandes bazas es el humor y sin el cual el resultado sería muy distinto. Puede resultar chocante que una novela que trata de un asesino tenga como uno de sus sellos distintivos, lo que la singulariza, sea el sentido del humor. No pensemos sin embargo que ello rebaja la intensidad de la novela, su interés; es más, no andamos descaminados al pensar que el autor logra con su genial creación de este protagonista, este asesino, obsesionado con la enfermedad, uno de esos personajes que quedan, como aquel Ignatius J. Reilly de la Conjura de los necios, grabados en nuestro imaginario de lector.
Estado Crítico, 05/03/2012
LA ENFERMEDAD FANTÁSTICA
Por Luis Manuel Ruiz.
Un malentendido de rancio abolengo afirma que la literatura ha de nutrirse de la existencia y que el escritor debe atiborrarse de aventuras, borracheras, traumas personales y públicos y visitas a burdeles con el fin de retratar en sus libros el gran retablo del mundo. Esa variante del arte como glosa o fotocopia de lo que sucede fuera de él olvida un elemento esencial: el relato que se alimenta de la propia fantasía del autor, sea éste un árabe anónimo del siglo X después de Cristo o un argentino ciego del XX; más: olvida a esa larga legión de visionarios, ascetas, seres estrambóticos del espíritu y la sensibilidad que eligieron crear universos alternativos como antídotos a ese otro, el de toda la vida, que les negaba sus puertas. Las nebulosas realidades de Kafka, de Kubin, de Poe, de Ballard son y no son a la vez la nuestra; son tal vez la nuestra filtrada por una lente única, exclusiva, que ha distorsionado las formas, los pesos y los colores ofreciendo nuevos panoramas que no figuran en los atlas. El mundo común está tan visto, me temo, como los cronistas que dicen retratarlo: la única alternativa para la creatividad radicaría en buscar sus salidas traseras, que las hay, y en cantidad.
A dicha labor, entre otras, se ha dedicado desde hace un par de lustros Juan Jacinto Muñoz-Rengel (Málaga, 1974), apóstol de lo fantástico en un país reconocido por su aversión a los altos vuelos: los de las brujas, quiero decir. Autor de dos recopilaciones de relatos (88 Mill Lane, Alhulia, 2005 y De mecánica y alquimia, Salto de Página, 2009) donde lo prodigioso se alimentaba por igual de la erudición filosófica, el anecdotario y el viejo cuento de hadas, Rengel comenzó ofreciendo a sus lectores un ramillete de personajes, situaciones y encrucijadas que no resultaría extraño a los lectores de Borges, Calvino, Perucho y Olgoso. A esa memorable tradición, él quiso añadir dos rigores: el del humor y el del estilo. El segundo de ellos significaba una prosa cadenciosa, bien medida, de soportes académicos pero que sabía estallar en sus justos momentos en revelaciones inesperadas; el primero era y sigue siendo una de las señas de identidad de la obra de Rengel que también se repite en el libro que comentamos hoy: una mirada ácida, irónica, procaz incluso tanto hacia el mundo que nos rodea como a las gentes que lo habitan, que lo mismo puede dar pábulo a la compasión por nuestros semejantes que al deseo de que todo estalle de una buena y maldita vez para dejarnos en paz.
El asesino hipocondríaco es una novela sobre la literatura. Ya he mencionado que no pertenece el autor a esa secta según la cual sólo lo real está tolerado en la librería y no valen diálogos si no incluyen algún coño o colega que le dé color coloquial. Más bien al contrario, Rengel dedica su primera incursión en el género a esos egregios enfermos de ficción del pasado (Don Quijote, Emma Bovary, el barón de Münchhausen) para los que las crudezas de la materia nunca podrán competir con los exquisitos vuelos de la fantasía, sea ésta blanca o negra o de cualquier otro color. Digo lo del color porque la del Señor Y, protagonista del libro, es más bien oscura como la pez: aquejado de esa inveterada enfermedad de la imaginación que es la hipocondría, no cesa de ver amenazas para su vida, emboscadas, microbios, accidentes, trastornos, males, derrames y fracturas donde no los hay. Pero la principal afección del Señor Y es su pasión por los libros. En multitud de ellos ha leído que Descartes murió después de una pulmonía sueca (o quizá un envenenamiento por arsénico), que el padre de Tólstoi sucumbió a un ataque de apoplejía cuando el literato apenas había cumplido los diez años, que Nietzsche se volvió loco al conversar con un caballo y que Jonathan Swift acabó recluido en la jaula de grillos de su propio cráneo, sin hablar con nadie más que consigo mismo, tras encontrar seres imposibles rondando las patas de su escritorio. El Señor Y tiene una misión, que es matar a Eduardo Blastein, pero un obstáculo formidable se lo impide: el que forman, al acumularse, todos los males catalogados por la ciencia de la medicina y aun otros, muchos, que ni siquiera se atreve a atisbar. Siempre existe algo mayor que lo que hay: lo que no.
Como creador, Juan Jacinto Muñoz-Rengel está entero y total en este libro: está el humor del cacao, está el estilo impecable, la suave erudición, están el amor por la humanidad y el hartazgo del mundo que lo cobija. Una ocasión que no deberían desaprovechar quienes aún no se han asomado a su obra.
Abandonad toda esperanza, 01/03/2012
Por Fran J. Ortiz.
Conocía a Juan Jacinto Muñoz-Rengel tan solo de oídas, por algún que otro conocido común, y sabía de lo bien recibidos que habían sido sus relatos, sobre todo los recogidos en el libro De mecánica y alquimia (editado por Salto de Página en 2009). Pero hasta que ha caído en mis manos su primera novela, esta El asesino hipoconcríaco que ha editado Plaza & Janés, no había catado personalmente su literatura… que una vez leído el libro en apenas un par de días ya se me antoja personal y de gran interés. Y ya les aviso: vaya por delante que este título estará a buen seguro entre lo mejor de la producción patria del presente año.
Se ha dicho por ahí que El asesino hipocondríaco es una novela negra; aquellos insensatos que afirman semejante incongruencia enseguida se curan en salud argumentando que es una propuesta heterodoxa o una variación muy sui generis. Nada más lejos de la realidad: ni siquiera la consideraría una novela policíaca, y es que utilizar a un personaje que podría considerarse de los arquetípicos del thriller -como es el caso del asesino a sueldo-, y como ya advirtió el escritor y crítico Ricardo Bosque en su reseña del libro paraCalibre .38, no convierte automáticamente a la novela que lo acoge en uno.
Así, el presente libro es un relato con cierta intriga, sí, pero que en mi opinión se acerca más a la literatura de humor que al géneronoir. Un humor, eso sí, muy negro: no podía ser de otra manera si el protagonista es un asesino a sueldo indudablemente hipocondríaco al que ya desde la página de arranque, y siempre desde su particular visión -el relato está narrado en todo momento en primera persona-, apenas le queda un día de vida. El problema del señor Y., pues oculta su identidad tras esta enigmática inicial, es que es una persona de moral kantiana, y pese a su muy debilitada salud y a que ya nota el calor del aliento de la Muerte en su nuca, no puede dejar de cumplir el último encargo que llegó a aceptar: acabar con la vida de Eduardo Blaisten, un empresario argentino que, sin pretenderlo y por culpa de las enfermedades que castigan a su presunto verdugo, se va a a convertir en la horma de su zapato.
La temática abordada y el estilo de su autor acercan a El asesino hipocondríaco a esa tradición literaria (y cinematográfica) española de un humor fino y preciso, a la par que socarrón y con un punto de intelectual; el humor de La Codorniz, de Miguel Mihura y Tono, del cine de Berlanga y Ferreri por obra y gracia, en buena parte, de los libretos de Rafael Azcona. Por ello, decir que El asesino hipocondríaco de Muñoz-Rengel es una novela negra es un despropósito parejo a afirmar que el Sherlock Holmes de Jardiel Poncela es literatura de intriga, por más que la protagonice el inmortal investigador creado por Conan Doyle. Por otra parte, y para seguir desacreditando dicha pertenencia genérica, hay que señalar que el libro de Muñoz-Rengel bebe al mismo tiempo de lo mejor de la literatura argentina (la nacionalidad de Blaisten no puede ser casual), y de un tema que fascinó a escritores como Borges, Bioy Casares o Cortázar: el doppelgänger; esto es, el doble sobre el que Sigmund Freud y Otto Rank escribieron algunos de sus ensayos más celebrados y recurrentes.
Por si esto fuera poco, el autor malagueño apuesta por una estructura muy atrevida, intercalando en el devenir de la novela los capítulos que conforman la trama principal (los episodios de acción, podríamos decir) con otros más discursivos, protagonizados todos ellos por escritores ilustres (hipocondríacos o no) aquejados de algún mal físico… y que, por supuesto, amenazan también a nuestro protagonista. Así, por las páginas de El asesino hipocondríaco se pasean, además del propio Kant y no citándolos a todos, las figuras de Edgar Allan Poe, Marcel Proust, René Descartes, Lord Byron, Jonathan Swift, Molière (autor nada menos que de El enfermo imaginario)… La nómina es considerable, y convierten a esta novela, como quien no quiere la cosa, en toda una lección de literatura universal. Una lección de literatura cuya letra, paradójicamente dada la profesión de su personaje principal, entra sin sangre y con mucho placer.
OcioZero, 28/02/2013
Por María del Carmen Horcas López.
La vida trae consigo la muerte, es algo irremediable. Desde el instante que abandonamos la seguridad del útero materno estamos expuestos a una serie de peligros para nuestra salud. Pese a los avances médicos que nos permiten dar un nombre a nuestras enfermedades, siguen estando muy lejos de encontrar una cura para la mayoría de ellas. Al fin y al cabo, no debemos olvidar que las bacterias y otros microorganismos eran los que gobernaban en nuestro planeta antes de que el ser humano se autoproclamase especie dominante. Por tanto, podría decirse que, cuando infectan nuestros cuerpos y empiezan a manifestarse los primeros síntomas, únicamente reclaman una porción del territorio que les pertenecía. Sin embargo, todas ellas parecen demostrar un interés particular en el maltrecho cuerpo del señor Y.
Juan Jacinto Muñoz firma el informe médico de tan peculiar paciente, que muestra todos los síntomas de un amplio catálogo de extrañas dolencias hasta ahora desconocidas para el lector, quien descubre que, previamente, algunos de sus autores favoritos también las sufrieron.
Un peculiar tributo a las principales figuras de la literatura que, en lugar de centrarse en los aspectos técnicos o creativos de su obra, nos describe su larga lista de padecimientos. Sin embargo, los nombres de Poe, Kant, Voltaire o Tolstoi no deben distraernos del verdadero protagonista de esta historia, aunque solo lo conozcamos por una letra. Y es que el propio pseudónimo representa el primero de los muchos padecimientos de nuestro peculiar asesino profesional, pues el gonosoma Y es, en realidad, una mutación del cromosoma X, resultado de la pérdida de uno de sus segmentos y que degenera en esta forma estructural incompleta.
Por tanto, el señor Y estaba enfermo incluso antes de que sus padres lo concibiesen, como si el destino lo hubiese escogido para una cruel broma que lleva demasiado tiempo prolongándose. De ahí la esperanza (y el temor) de que cada día sea definitivamente el último, mientras realiza una serie de frustrados asesinatos contra Eduardo Blaizen.
Es cierto que el trabajo de asesino profesional no resulta cómico, pero resulta imposible no carcajearse ante la descripción de cada intento fallido, junto a la correspondiente definición de un nuevo padecimiento que no se había manifestado hasta ese momento. Desde las primeras hojas, el lector padece un descontrol de sus músculos faciales, especialmente alrededor de la boca, que provocan una sonrisa imborrable y es víctima de fuertes contracciones derivadas de las carcajadas, además de la pérdida de visión ocasionada por las lágrimas o la falta de aire progresiva. El asesino hipocondríaco tiene este y otros efectos sobre la salud, todos derivados del peculiar humor del autor, quien nos demuestra que todos podemos reírnos de la enfermedad, mientras la padezca otro.
Por fortuna, Juan Jacinto Muñoz se compadece de nuestro padecimiento, ofreciéndonos la historia en una sucesión de pequeños capítulos (la mayoría apenas tienen unas hojas) que intercalan los últimos días del protagonista con la descripción de las enfermedades de algunos escritores mencionados anteriormente. De esta manera, el lector puede conocer el origen de cada una de las dolencias, asociándolas con un nombre conocido, pero sin descuidar la trama principal. Asimismo, demuestra la pasión del autor por la literatura, quien nos acerca estas figuras al revelarnos sus tormentos, es decir, los humaniza mediante la enfermedad.
Sin embargo, El asesino hipocondríaco insiste demasiado en algunos aspectos de la trama, volviéndose redundante, e incluso aburrida, cuando las escenas pierden su carácter anecdótico para repetir el mismo esquema narrativo que las precedentes. En determinados fragmentos, el surrealismo de las circunstancias que nos describe sigue resultando divertido, pero en menor medida. Es como si el autor se viese obligado a incrementar la dosis para conseguir los mismos resultados, obteniendo un efecto contrario al deseado.
En cualquier caso, Juan Jacinto Muñoz nos ofrece una de las propuestas literarias más originales y desternillantes de la novela negra que sorprenderá tanto a los incondicionales del género como a los lectores más reticentes. Es cierto que los análisis de El asesino hipocondríaco no han dado todos los resultados esperados, pero pocas enfermedades resultan implacables en su diagnóstico. Por fortuna, el señor Y, aun estando agonizante, no se deja amedrentar por sus trastornos para cumplir con su objetivo, hacernos reír. Al fin y al cabo, es un hombre de filosofía kantiana.
Libros y Literatura, 27/02/2013
Por Sergio Sancor.
Hipocondría, dícese de la afección por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud. O lo que es lo mismo: creer que todas las enfermedades que hay sobre la faz de la tierra te han tocado a ti, solamente a ti, y no puedes hacer nada por evitarlo. Que si te pica un ojo, es conjuntivitis. Que si te ha salido un granito en una parte concreta del cuerpo, vete tú a saber si no es algo peor y si encima te lo rascas te lo traspasas al cuerpo entero. Que si tienes un poco de tos, qué sé yo, una de esas tosecitas que te dan por el polvo acumulado, ya tienes una bronquitis de caballo que… bueno, ¿entendido no?. Pues imaginad todo esto, todos esos síntomas a flor de piel, todo el día en la cabeza, siendo un asesino que tiene un encargo, un encargo al que hacer frente cuando estás convencido de que te queda un día de vida. ¿Complicado no?
El asesino M. Y., tiene que asesinar al señor Blaisten. Pero en el momento en que puede hacerlo, siempre hay alguna enfermedad que se lo prohiba. Porque el problema que tiene nuestro asesino no es como para no tenerlo en cuenta: es hipocondríaco, como todos los autores clásicos de la literatura que en algún momento tuvieron que sufrir una enfermedad que no se sabe si era imaginaria… o no.
Me hablaron de esta novela hace tiempo, pero no ha sido hasta ahora que, curiosamente, por arte de mi gripe invernal, decidí empezar a leer “El asesino hipocondríaco”. Podríais decirme que ya me vale, que mira que no tendré momentos de leer algo así sin estar enfermo, pero qué queréis, la literatura es así, te llega en un momento determinado. El caso es que ya desde la primera página la sonrisa se convirtió en carcajada. Digamos que sí, que se puede encuadrar esta novela en el género policíaco, por aquello de que un asesino anda suelto, intentando por todos los medios matar a su víctima. Pero lo que destila este libro, lo que destilan las palabras del autor, es humor negro, un humor ácido como el limón que utilizamos para curar los males de garganta. Y es que las aventuras de uno de los personajes que deberían pasar a la historia por su carisma y por haber sido inventado de esta forma, no dejan de tener esa pátina de ironía que corroe los huesos. Ese es uno de los aciertos de esta historia que, si hubiera sido de un tono serio, hubiera perdido la fuerza que lleva aparejada esta gran historia. Pero no es sólo eso, dejadme pensar, que os voy a hablar de mucho más…
(Dos toses, un estornudo y un vaso de leche caliente después)
Como os iba diciendo, las excelencias de esta historia radican en la capacidad de Juan Jacinto Muñoz-Rengel es compaginar el histrionismo más puro con los datos biográficos de algunos de los autores más conocidos por los lectores. Pensar que la vida de Kant, Poe, o Voltaire se parecieron a la vida hipocondríaca de nuestro protagonista, deja un sabor a algo bueno, a un dulce que se va degustando lentamente, y que perdura en el tiempo, porque a tres días de haber acabado el libro, todavía sigo pensando, risa mediante, en aquellos momentos en los que nuestro asesino intenta por todos los medios acabar con su víctima sin lograrlo, metiéndose por medio una enfermedad a cada cual más disparatada, pero que no desentona con la visión que todos nos hacemos de él: un patoso, un patán que no tiene nada que perder en la vida, tal vez sólo poder hablar, de nuevo, de una de sus enfermedades.
(Un estornudo y carraspeo furtivo de por medio)
Ser hipocondríaco en esta novela es ser brillante. No podría explicar con otras palabras lo que me ha hecho sentir el protagonista. Pero lo mejor de toda esta novela, lo mejor que el autor ha creado es una historia diferente, una historia de esas que no te ves venir, de las que te esperas una cosa, tal vez una simple historia más, pero que te descubren una nueva forma de contar las cosas, una nueva manera de ver el mundo de la literatura, y eso hoy en día es muy grande. No me cabe duda que habrá más historias que nos cuente desde el otro lado del libro este autor, por eso yo me quedo aquí, tapado con la manta lo mejor posible, con mi acopio de pañuelos y mi leche calentita. Es sólo una gripe, pero ¿quién sabe? Tal vez podría ser algo mucho peor.
Literatura y humor, 20/02/2012
Por Miguel Ángel Buj.
Pese a que esta novela suele estar en los catálogos de “novela negra”, es una novela de humor, porque sin él no se sustenta ni una sola de las páginas y porque la parte “negra” es más propia de “los payasos de la tele” (dicho sea en sentido elogioso) que de una novela negra.
Y es que el protagonista, el asesino a sueldo más hipocondríaco que conocieron los siglos, deja pasar las páginas urdiendo, uno tras otro, los más esperpénticos y estériles intentos de asesinato de su inocuo objetivo. Las más de las veces su «astucia profesional» no es otra que locas suposiciones acerca de la eximente que le será aplicada gracias a los múltiples e imaginarios males de los que se siente víctima. Aunque siempre se olvida del que realmente padece: la paranoia, más que la hipocondría.
El protagonista, M.Y., es un calamitoso asesino que se siente al borde de la muerte todos los días y en cada minuto, pese a lo cual se empeña en liquidar a su objetivo porque ha cobrado por anticipado, y su “moral kantiana” le exige cumplir. Esto y una víctima que no ha hecho nada para merecer serlo, es todo lo necesita el autor para sacar adelante la novela.
Tres son los aspectos cómicos más relevantes:
El primero, la insólita enumeración de enfermedades que M.Y. cree padecer. Donde no hay síntomas, aparecen; y todos ellos, reales o imaginarios, son atribuidos de inmediato a la enfermedad más atípica y espeluznante posible. Cualquier patología concebible por su cerebro la siente y la ve tomando inmediata forma en su cuerpo, por disparatada que sea, por ínfima que sea su incidencia en la población, y lo mismo acaba teniendo un hermano gemelo en el pescuezo que un pie aquejado por gigantismo, e incluso llega a sentirse embarazado. Ni que decir tiene que las medidas de prevención que adopta son proporcionadas a la magnitud de su locura, haciendo de su pintoresca profilaxis algo casi tan divertido como su hipocondría.
La segunda, lo patoso de su actuar, lo infantil del planteamiento de los intentos asesinatos y de su resolución, pese a que en todo momento se presenta a sí mismo como el más acabado y concienzudo profesional del gremio. Parodia pura. Un inciso, volviendo al principio: visto este planteamiento, quien califique esta obra de “novela negra” le estará haciendo un flaco favor al autor; por más que al final haya cierta intriga por ver en qué termina la cosa, quien busque una novela negra acabará decepcionado. Es una novela de humor. Una muy digna y buena novela de humor, pero no una novela negra.
Y, por último, en consonancia con la elevada opinión intelectual que el protagonista tiene de sí mismo, el efecto cómico se refuerza con la alternancia, entre capítulo y capítulo de la historia central, de enloquecidas consideraciones acerca de muchos de los “grandes hombres” de nuestra cultura. Kant, Descartes, Poe, Tólstoi, Proust, Voltaire y otros están emparentados con M.Y. por la vía de sus grandísimos sufrimientos, tan imaginarios y disparatados casi siempre como los del protagonista, para quien la muerte de todos ellos no es más que la evidencia de que estaban tan gravísimamente enfermos como él.
Una novela divertida, inteligente, con la que pasar un rato agradable, con algunos golpes verdaderamente buenos, cuyo mayor mérito es la originalidad de llevar la hipocondría hasta lo grotesco y obtener de ese experimento una muy buena parodia de la novela negra.
Por último, no quiero dejar de citar el lenguaje con el que se expresa el protagonista narrador: es el lenguaje pedante de un tipo con ínfulas de selecto, lo cual, dedicándose a lo que se dedica y sufriendo los muchos males que no sufre, completa el tono paródico. Todas las situaciones de esta muy buena y entretenida novela, no serían lo mismo expresadas en otro tono.
Diario SIGLO XXI, 15/02/2012
VADEMÉCUM LITERARIO
Muñoz-Rengel nos cura las dolencias (falsas o ciertas) con un genial vademécum (en serio y en broma) de literatura y carcajadas.
Por Luis Borrás.
Tengo manías mucho peores, pero yo soy de los que cuando van al súper siempre pican con las ofertas esas de paga uno y llévate dos. Por la compra de doscientos cincuenta gramos de jamón ibérico una botella de vino de regalo. Pues para los que hagan lo mismo que yo ésta es su novela. Jamón del bueno y tinto de crianza. Medicina curativa.
Porque este asesino hipocondríaco –identificado con doble inicial y pesadilla kafkiana- creado por Juan Jacinto Muñoz-Rengel padece (o cree padecer) hasta catorce enfermedades, síndromes o minusvalías -a cada cual más disparatadas- que le convierten en el profesional del crimen más absurdo, patético e hilarante que yo haya leído. Y esa es la idea genial, la burla y la ironía: crear la antifigura del esteriotipado sicario con un típico hipocondríaco. Un asesino que a pesar de vivir asediado por la mala suerte, menguado por sus (múltiples) limitaciones físicas y de estar constantemente al borde de la muerte por sus (terribles) padecimientos no renuncia a cumplir su encargo y persigue a su objetivo intentando asesinarlo hasta en siete –a cada cual más surrealista- ocasiones. Obsesión, tragicomedia, constancia, fracaso y vuelta a empezar. Ingenio delirante, carcajada que llegado el punto en el que parece que la novela, repitiéndose, no va a llegar a ningún sitio; justo en ese momento Muñoz-Rengel es capaz de dar un giro con una nueva ocurrencia que sostiene la trama y la hace avanzar sin renunciar a la coherencia y a la esencia de la historia. La paradoja: el tipo que quiere matarte es el culpable de tu desgracia y resulta que al final acabas debiéndole un favor y todo. Y como buena novela de intriga cumple con su clásica sorpresa en el roscón y una última página sin echar la llave.
Ese es el argumento; pero la oferta (el dos por uno), lo más atrayente de esta novela está en su estructura, su singular arquitectura de capítulos alternos y consecutivos en los que va narrando en paralelo las similitudes entre el protagonista y algunos escritores y filósofos geniales e hipocondríacos: Kant, Poe, los hermanos Goncourt, Swift, Descartes, Lord Byron, Coleridge, Tolstoi, Voltaire, Moliere y Proust. En sus síntomas compartidos; manías que se repiten una por una y pespuntan la trama: puntualidad, insomnio, soledad, fatalismo, aprensión, orfandad, drogodependencia, psicosis y el desprecio a los médicos que no los entienden. Biografías múltiples y coincidentes, miembros de un mismo club, hermanos solidarios de un mismo síndrome nunca citado. Y confrontar a todos esos Grandes Hombres, a esos espíritus sensibles, con un enfermo auténtico: Joseph Merrick, “El Hombre Elefante”, en una comparecencia onírica por la que les deja en evidencia a todos como quejosos y farsantes, auténticos impostores. Pero ningún reproche es capaz de curar a esos enfermos imaginarios y reales. Sólo la muerte les da la razón. Y al final, algún día, todos morimos. Lo que tarde en terminar alguna enfermedad con nosotros. O la determinación de un asesino de moral kantiana. Muñoz-Rengel nos cura las dolencias (falsas o ciertas) con un genial vademécum (en serio y en broma) de literatura y carcajadas.
Cierta distancia, 07/02/2012
Por Miguel Sanfeliú.
El asesino hipocondríaco (Plaza & Janés, 2012) es la primera novela publicada por Juan Jacinto Muñoz-Rengel que, hasta el momento, había sacado a la luz dos libros de relatos: 88 Mill Lane (Alhulia, 2006) y De mecánica y alquimia (Salto de página, 2009), ambos impregnados de un inconfundible gusto por lo gótico, por el ambiente brumoso, lleno de misterio, que le acerca a autores como H. G. Wells, Conan Doyle, Julio Verne o Poe, algo no demasiado corriente en la actual narrativa española. También ha coordinado las antologías Perturbaciones (Salto de Página, 2006) y Ficción Sur (Traspiés, 2008). Porque en mi caso, ya conocía otros proyectos de Juan Jacinto y acudía sobre aviso ante la llamada de la portada.
El narrador de El asesino hipocondríaco es M. Y., un asesino a sueldo obsesionado con su estado de salud y con su, al parecer, inminente muerte. El sentido del deber le impide dejar este mundo sin cumplir con un último encargo: el asesinato de Eduardo Blaisten. Todo resulta hiperbólico en este libro que sigue los pasos de un criminal que parece sacado de una comedia de cine mudo, presa de sus obsesiones y paranoias, que le paralizan, le ahogan y le sumen en rocambolescas disquisiciones. Pocas veces nos habremos topado con un personaje más atractivo e interesante. Porque en mi caso, ya conocía otros proyectos de Juan Jacinto y acudía sobre aviso ante la llamada de la portada.
M. Y., hombre de puntualidad kantiana, está aquejado, o cree estarlo, de infinidad de dolencias, desde inoportunos microsueños hasta dermatitis atópica. Cuando creemos que sabemos de todos sus males, aparece uno nuevo, algunos tan rocambolescos como que no puede sonreír desde que fue al dentista de niño, que tiene un bulto en el cuello que es el rastro atrofiado de un hermano gemelo, o que padece, entre otras, del síndrome del acento extranjero y del denominado espasmo profesional que, en su caso, consiste en la contracción de los músculos del dedo índice como si apretara un gatillo. Está seguro de que su muerte está cerca, pero no ceja en su empeño por matar a Blaisten, no en vano se trata de un profesional. Porque en mi caso, ya conocía otros proyectos de Juan Jacinto y acudía sobre aviso ante la llamada de la portada.
También discurren por estas páginas los hermanos Goncourt, Jonathan Swift, Joseph Merrick, Byron, Coleridge, Tolstoi, Voltaire, Proust… todos con sus enfermedades a cuestas, reales o imaginarias, componiendo un puzzle, internándonos en un laberinto en el que confluyen realidad y ficción, y en el que la enfermedad y el genio parecen estar íntimamente relacionados. Episodios intercalados, a modo de pequeñas narraciones, que ponen de manifiesto el bagaje literario del autor y contrapuntean esta historia entre macabra e irónica, ambientada en el Madrid actual. Porque en mi caso, ya conocía otros proyectos de Juan Jacinto y acudía sobre aviso ante la llamada de la portada.
El libro funciona a la perfección, dividido en breves capítulos, fruto de una honda labor de planificación que pone de manifiesto las dotes narrativas de Muñoz-Rengel. Escenas de gran comicidad se alternan con rocambolescos planes, angustiosas reflexiones, patéticas consecuencias de una pertinaz mala suerte que acaba trastocando la metodología del protagonista, convirtiendo el trabajo en una especie de condena de Sísifo. Un libro ameno y divertido de muy grata lectura, narrado con un estilo preciso y eficaz.
TOPCULTURAL, 05/02/2012
Por Carmen Fernández Etreros.
Llega a las librerías una de las novelas más esperadas de la temporada invernal. El asesino hipocondríaco destaca por su originalidad, ritmo ágil y fina ironía. Una novela que trata sobre el trastorno obsesivo de los hipocondriacos, el cual limita la vida y los movimientos de aquellas personas que lo padecen, pero que en esta novela afecta para “rizar el rizo” a la labor fría y mecánica de un asesino.
El protagonista de la novela el señor Y debe cumplir su último encargo como asesino profesional, matar a Eduardo Blaistein, un meticuloso argentino afincado en Madrid. Pero el problema es que el señor Y está convencido que debido a sus diversas afecciones, síndromes y enfermedades le queda un solo día de vida, quizás dos. Lo que el lector se va dando cuenta a medida que avanza la novela es que el señor Y tiene esa sensación de que se acerca su último día casi desde que nació. Vamos todos los días de su vida. El Señor Y cree sufrir tantas enfermedades, (algunas geniales el Síndrome de Espasmo Profesional, la Maldición de Ondina o el Síndrome del Acento Extranjero…), que su día a día parece milagroso. Pero al mismo tiempo el señor Y es un hombre recto que tiene una misión y que no puede dejar su trabajo por muy enfermo que se sienta. “Me pagaron por adelantado, y yo soy un hombre de moral kantiana”, dice en numerosas ocasiones.
El autor aprovecha la hipocondría para contar al lector enfermedades verdaderas y fingidas de diversos escritores o filósofos como Byron, Kant, Voltaire, Poe, El hombre elefante, Coleridge… También se detiene en sus incomprensibles muertes como la de Moliere en el escenario vestido de amarillo o en su mala suerte incluso tras la muerte.
Una novela ágil, dinámica gracias a los breves capítulos y a la ironía que despliega el narrador en la original historia y en las reacciones de sus personajes ante la extraña conducta del señor Y como el taxista, la dependienta de la tienda de disfraces, los médicos… También destacan los diálogos entre el señor Blastein y su amante que mezclan en sus peleas su aburrida vida cotidiana con el riesgo al sentirse perseguidos por un tarado.
Lo genial de la novela es que su protagonista vive todos los días animado por la sensación de que es su último día o quizás el penúltimo. La decisión de matar es una obligación que no le sana pero que le obliga a vivir y a levantarse todos los días hasta que logre consumar su misión, todo por su moral kantiana. Una buena novela para comenzar el año.
Con L mayúscula, 03/02/2012
Por Carlos F. Romero.
Podríamos decir que la primera novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel (no olvidemos que es un gran cuentista) se suscribe en el género negro. Y en parte es cierto. El argumento gira en torno al señor Y., un asesino a sueldo que recibe el encargo de matar a Eduardo Blaisten. Hasta ahí lo que tiene de novela de género. Porque el señor Y, no es un sicario cualquiera; como dice el título, es un hipocondríaco que cree tener todas las enfermedades que existen. Y algunas que no. Si determinada enfermedad la padecen solo doscientas personas en todo el mundo, den por hecho que el señor Y. es uno de ellos. El bueno del señor Y. está siempre a punto del colapso, pero ha recibido un adelanto por matar a Blaisten y lo primero es la obligación ya que es un hombre de moral kantiana (esto no lo digo yo, lo dice el propio señor Y. cuando se nos presenta en la primera página).
Es muy metódico (o eso cree él) a la hora de llevar a cabo sus intentos de asesinato. Incluso en el caso de que le descubrieran, siempre tiene pensado qué podría alegar para que su condenada fuera mínima o, incluso, nula. Sin embargo, en el último momento sus planes de acabar con Eduardo Blaisten siempre se van al traste. Estas escenas me recuerdan mucho al pobre Coyote llevando a cabo diversas tretas para acabar con el Correcaminos huidizo.
Esta novela, por si todavía no ha quedado claro, es divertida. Muy divertida. Sé que en la narrativa española está muy mal visto el humor (a pesar de tener una larga tradición) y parece que una novela escrita bajo esta clave no deja de ser un divertimento. Sin embargo podría citar unos cuantos ejemplos de novelistas que han escrito ese tipo de novelas y han resistido el paso del tiempo. Sin ir más lejos, el año pasado se reeditaron, con gran acierto y regocijo por parte de los lectores, las primeras novelas de Antonio Orejudo y tienen más de diez años a sus espaldas. En cualquier caso, eso son prejuicios que el lector se tiene que quitar, si quiere; aunque es cuestión imprescindible si no quiere tener una visión sesgada de lo que se publica en este país.
Además de la historia, Muñoz-Rengel realiza un juego metaliterario e intercala episodios donde se nos da cuenta de ilustres hipocondríacos del mundo de la literatura y el pensamiento. Poe, Proust, Tolstoi o Descartes comparten enfermedades y fobias con el señor Y.
La novela es ágil y amena; en este sentido se ve favorecida por su división en cincuenta y siete breves capítulos. Una muy buena manera de pasar una tarde.
COM Ràdio, 02/02/2012
Llibres amb Ricard Ruiz a COMRàdio. Llibre de la setmana: El asesino hipocondríaco, de Juan Jacinto Muñoz-Rengel (PLaza & Janés), una novel·la de malalts imaginaris i escriptors amb malalties.
Lecturofilia, 31/01/2012
Por Agustín Velasco.
Divertido, divertido y desconcertante… ¿he dicho que es divertida? Así es El asesino hipocondríaco (ed. Plaza & Janés) de Juan Jacinto Muñoz-Rengel. Partamos de la premisa que el planteamiento de base de original no tiene nada: asesino a sueldo trata de matar a un tipo que no tiene ni idea que alguien va tras sus pasos. Lo importante es el desarrollo. Ahora pongamos que el asesino en cuestión es una enciclopedia viva de enfermedades y malformaciones realmente extrañas y que está en el pleno convencimiento de que en cada página su vida está a punto de expirar (incluso en algunos momentos termina pensando que ha pasado a mejor vida para después darse cuenta que aún no había llegado su vida). Y pongamos que el asesino en cuestión es el tipo con la más mala suerte que puedes imaginarte. Ahí hay un drama personal terrible en potencia que termina convirtiéndose en comedia.
Quiero que el autor me disculpe por la siguiente comparación, pero debe entenderla desde mi más profunda admiración y cariño: el señor Y (el asesino) es una especie de Mortadelo desquiciado, y la historia es digna de ser plasmada en unos de esos tomos de los agentes de la T.I.A. que tantos buenos ratos nos han dado. Momento cumbre de este gran homenaje al febril y dadaísta humor franciscoibañezco es imaginar a nuestro protagonista corriendo como un desquiciado hacia su víctima para despeñarla por un precipicio de la sierra mientras grita “¡Medicinaaas, necesito medicinas!” porque es su coartada (ha dejado el centenar de pastillas que suele tomar) para que en un hipotético juicio por homicidio le descargue de culpas el síndrome de abstinencia. Surrealista cuando menos, ¿no?
Pero no penséis que este es un ejercicio de humor sin fundamento. Me ha dado por comprobar la existencia de las extrañas enfermedades que este peculiar asesino padece y ¡existen en realidad! ¿Habías oído hablar del Síndrome del Acento Extranjero? ¿De la Maldición de Ondina? ¿De los gemelos parasitarios? De paso el autor te regala una buena lista de hipocondríacos ilustres y te nutre de un buen anecdotario de personajes como Poe, Proust, Voltaire, Tolstói, Molière, Kant… con los que el señor Y traza sutiles lazos de simpatía y afinidad. Y es que no hay nada que une más a dos personas, aunque siglos las separen, que compartir una extraña dolencia o manía.
Esta primera novela de este malagueño doctorado en filosofía (y yo que no había conocido ahora a ningún doctor en filosofía con sentido del humor) se salda con un resultado ya no positivo, sino óptimo, que seguramente le creará al autor un problema serio a la hora de escribir una segunda novela que colme las expectativas de los fans del señor Y, que seguro que serán mucho y entre los que me encuentro desde ya.
Pd. No quiero olvidar felicitar al equipo de diseño de la editorial, y en concreto a Ferrán López, así como al artista creador de la ilustración de portada Santiago Caruso. No imagino un diseño más acertado y más original para este volumen.
Revista Calibre .38, 31/01/2012
Por Ricardo Bosque.
Juan Jacinto Muñoz-Rengel se había dedicado hasta ahora, como suele decirse, a vivir del cuento, con más de cincuenta premios nacionales e internacionales a sus espaldas, dos libros de relatos publicados –De mecánica y alquimia en Salto de Página y 88 Mill Lane en Alhulia- y otros en antologías como Pequeñas resistencias y Siglo XXI. Por si fuera poco, ha coordinado y prologado libros de relatos como Perturbaciones en Salto de Página o Ficción Sur en Traspiés, además de ejercer como profesor de los Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja o dirigir programas dedicados a la narrativa más breve en Radio Nacional de España.
Todo eso hasta ahora, porque el año en el que dicen se acaba el mundo lo estrena como novelista con una obra de lo más original que hemos leído en los últimos años. Eso sí, que nadie se llame a engaño, porque no toda novela que contenga en su título la palabra “asesino” debe ser necesariamente una novela policíaca, negra, criminal o similar. Y El asesino hipocondríacono lo es, ni falta que le hace. Más bien podríamos describirla como un vademecum del infortunio pues vean, vean ustedes cuáles son algunas de las dolencias -perfectamente descritas en todos sus síntomas- que aquejan a su protagonista: la Maldición de Ondina, que sufren trescientas personas en todo el mundo a las que impide dormir como dios manda; estrabismo, algo no demasiado positivo para alguien que se dedica al asesinato de modo profesional; un hermano gemelo, o lo que queda de él, alojado en su cuello a modo de verruga pilosa; Síndrome de Proteus, o crecimiento desmesurado de alguna parte del cuerpo, en su caso el pie derecho (el enfermo más famoso de este trastorno fue Joseph Merrick, más conocido como el Hombre Elefante); todo tipo de alergias, tanto de las conocidas como de las que no lo son; Síndrome del Acento Extranjero, con veinte casos registrados en todo el mundo; Síndrome del Espasmo Profesional, que afecta a tres de cada mil ciudadanos del mundo…
¿Que quién es este pobre hombre tocado por la diosa Fortuna? Pues un tal M. Y., asesino a sueldo cuya moral kantiana le impide morirse en paz si antes no ha hecho el trabajo por el que le han pagado por adelantado. De hecho, diríase que lo único que le mantiene con vida contra todo pronóstico -reservado o no- es la necesidad de terminar el trabajo encargado, aunque cada mañana se levante con la absoluta seguridad de que las próximas veinticuatro serán sus últimas horas de vida. Y decimos “se levante”, no “se despierte”: recordemos que la Maldición de Ondina le impide dormir a pierna suelta aunque pueda experimentar sueños de un segundo de duración en los momentos más inopinados, por ejemplo cuando se dispone a clavar la navaja en su objetivo.
Y nos preguntamos ahora: con esa premisa, ¿qué necesidad hay de matar a la persona que te mantiene con ganas de vivir, con lo que eso supone de felicidad para alguien que disfruta padeciendo una nueva enfermedad cada día? Pues ninguna, evidentemente. Máxime cuando para el lector de la novela cada día de existencia de más de este hombre supone un auténtico gozo al poder conocer la vida y milagros de un elenco de ilustres enfermos -imaginarios casi todos- y sus dolencias. Y así, ante nuestros ojos, se pasean los Kant, Poe, Goncourt, Swift, Descartes, Byron, Coleridge, Tolstói, Voltaire, Proust, Molière… Un enfermo por cada día, un paciente por cada intento de asesinato en lo que se asemeja a la obsesión del Coyote por acabar con el Correcaminos con planes a cada cual más disparatado.
Y, no podía ser de otro modo, la novela casi concluye con una gloriosa selección de aquellos desgraciados ilustres a quienes la mala suerte persiguió aun después de muertos, impidiéndoles descansar en paz eternamente en sus tumbas, ya sea porque estas fueran destruidas accidentalmente o como consecuencia de guerras diversas, saqueos y traslados sus restos de un lugar a otro.
¿Negra? ¿Criminal? ¿Policíaca? ¿Guía de primeros auxilios? Dejémonos de etiquetas, de adscripciones absurdas y severas y digamos que El asesino hipocondríaco es, simplemente, un ejemplo de magnífica literatura, altamente instructiva e incluso divertida en el caso de que seamos un poco sádicos y disfrutemos con las desgracias ajenas o, sencillamente, con el humor negro que caracteriza a muchas de las mejores obras españolas, tanto literarias como cinematográficas.
Poemas del alma, 30/01/2012
JUAN JACINTO MUÑOZ RENGEL, EL AUTOR POLIFACÉTICO
Por María Merino.
Uno de los autores españoles que en estos momentos se enarbola como uno de los literatos más polifacéticos es, sin duda alguna,Juan Jacinto Muñoz-Rengel. Este, doctorado en Filosofía y colaborador en diversas revistas literarias de gran prestigio, se caracteriza por desarrollar obras de géneros diferentes y todas ellas teniendo un nexo común: la calidad de las mismas.
En uno de los campos donde más éxito ha cosechado y donde más reconocimiento ha obtenido a través de varios premios es en el de los relatos. Precisamente ejemplo de ello es el libro titulado 88 Mill Lane que llegó a los mercados literarios en el año 2005.
En este caso concreto, el mencionado trabajo está compuesto por un amplio conjunto de narraciones breves que han sido todas galardonadas con algún premio y que toman como escenario al país británico, como consecuencia que fueron escritas durante el tiempo que el autor vivió allí.
Y es que durante el tiempo que el autor residió en Reino Unido parece que encontró la inspiración necesaria y realizó dichos relatos entre los que destacan La Marquesa de las Siete Iglesias, que aborda el tema de la inmortalidad; La Casa de Strawbrooke, que bebe de las mejores novelas policíacas y de suspense; El ojo en la mano sobre los anhelos y los sueños; o Las dos navajas.
Relato este último que toma como eje central a un personaje histórico español: Francisco Franco. Y todo para intentar especular o plantear el papel que dicho dictador pudo desempeñar en las muertas de militares tan conocidos como Mola o Sanjurjo.
Misterio e historia
La Historia también está muy presente en el libro De mecánica y alquimia. Una interesante narración que Muñoz-Rengel publicó en el año 2009 y que se compone de situaciones, momentos, personajes y actuaciones muy diferentes que acaban confluyendo en un determinado punto, para al final conseguir desvelar un misterio al lector.
Así, este se pondrá en contacto a lo largo de las páginas tanto con la famosa construcción del reloj de Praga como con la investigación de un enigma a resolver en la ciudad de Toledo durante el poder musulmán o con las ideas de futuro de un escritor londinense durante el periodo victoriano.
Intrigante y divertida a partes iguales es, sin embargo, la novela El asesino hipocondríaco que vio la luz en el año 2012.
En ella la figura es un asesino a sueldo conocido como M.Y que no sólo tiene una singular profesión sino que él además también es peculiar. Y es que siempre está enfermo pues las diversas patologías parecen perseguirlo desde su más tierna infancia, se podría decir que está vivo de milagro.
El relato en cuestión cuenta como cuando tiene un solo día antes de morir recibe un encargo: acabar con un hombre llamado Eduardo Blaisten. Pero no le será nada fácil matar a este pues la mala suerte le acompañará y lo intentará en varias ocasiones sin ningún tipo de éxito.
Y eso sin olvidar además que el protagonista se planteará su situación tan extraña comparándola con la de personajes históricos tan insignes dentro de la Literatura o la Política como Marcel Proust, Voltaire o Edgard Allan Poe.
Un curioso trabajo de Juan Jacinto Muñoz-Rengel que sorprenderá muy gratamente a cualquier lector.
Cuaderno Salvaje, 21/01/2013
Por Pedro Sánchez.
Si no me equivoco era Borges quien decía “Si no da placer, un libro debe abandonarse de inmediato”. Ahora que escribo esta frase recuerdo que mi querido profesor de Literatura en el instituto siempre nos comentaba que García Márquez decía algo parecido, algo como “Si un libro no te ha interesado en la tercera página déjalo y coge otro”, aunque también nos advertía de que tal vez el escritor colombiano pecara de excesivo con su opinión.
Excesivo o no, yo siempre he tenido estas máximas presentes cuando he empezado un libro y las he cumplido a rajatabla me temo, pero no he tenido que utilizarlas con El asesino hipocondríaco de Juan Jacinto Muñoz-Rengel. Más bien al contrario pues el libro me interesó, no sólo desde la primera página si no desde el título, y además me ha dado mucho placer (perdonad lo pecaminoso de la expresión).
Cuando tu pareja te ve leyendo, te escucha soltar una carcajada y te pregunta ¿De qué te ríes? entonces es que la cosa va bien. Cuando te ve absorto en la lectura y te dice ¿Y esa cara? y tu no sabes que decir, es que el libro te ha atrapado sin remisión. Cuando finalmente ve que lo terminas en poco más de tres días y te dice ¡Quiero leerlo! es que el libro ha triunfado totalmente. Está claro: El asesino hipocondríaco engancha y da placer.
Y engancha porque el personaje principal, el señor Y., es un asesino profesional, con la hipocondría como única compañera, con el que conectas desde el principio. Es un tipo contradictorio, hipersensible y vulnerable, condiciones que no son muy habituales en un asesino ni muy recomendables para realizar su trabajo. De hecho, recibe el encargo de asesinar a alguien y a pesar de sus dificultades físicas y psicosensoriales no ceja en su empeño de acabar su “misión” ya que es un hombre de moral kantiana.
El libro tiene una clara veta de novela negra mezclada con humor, pero no con humor negro, sino humor en ocasiones absurdo y en ocasiones sarcástico, irónico, pero en todo caso humor finísimo e inteligente que me ha recordado mucho al de Eduardo Mendoza. Hay situaciones delirantes y disparatadas que tienen total verosimilitud y coherencia dentro del universo del protagonista, desde el cual el lector percibe la realidad.
Me he alegrado mucho de que el escenario donde se desarrolla esta realidad sea el centro de Madrid, tal vez porque es mi hábitat natural o tal vez porque soy un enamorado de mi barrio de toda la vida y puedo reconocer perfectamente cada calle, cada rincón y cada esquina que se cita en la novela. De hecho trabajé durante años en la misma calle por la que deambula frecuentemente la victima del señor Y. ¿Cómo no sentirse atrapado por la lectura? Las descripciones de lugares son tan exactas como la descripción de los síntomas y las causas de las enfermedades que se citan, que son perfectamente conocidas por el protagonista, asesino culto y casi diría erudito.
Esa erudición, es la que le da pie al señor Y. a hablar con extremada naturalidad de ilustres hipocondríacos de la literatura y la filosofía: Proust, Molière, Poe, Voltaire, Kant, y muchos otros. Alternando la acción narrativa con la digresión cultural, se podría decir didáctica, Muñoz-Rengel nos descubre los aspectos menos conocidos pero más humanos de todos esos grandes escritores, poetas y pensadores.
Sinceramente, creo que la lectura de esta novela es un imperativo categórico, tanto si se es una persona de moral kantiana como si no.
Ociozero, 20/01/2012
Por Fernando Martínez Gimeno.
Hay portadas que llaman, que atraen la mirada del lector que busca sin rumbo entre la inmensidad de las estanterías y la vorágine de propuestas de todos los estilos y texturas. Portadas que te seducen, como es el caso de la que nos ocupa, y que invitan a adentrarse en la historia que contienen. Así que una vez inmersos en sus páginas y viendo que disfrutamos de la lectura, podemos decir que ha cumplido su misión. Siempre y cuando uno no conozca el oficio del autor y lo descubra a través de dejarse llevar por esa imagen. Porque en mi caso, ya conocía otros proyectos de Juan Jacinto y acudía sobre aviso ante la llamada de la portada.
Ya desde las dos primeras páginas intuimos el carácter o complejidad del personaje que encarna al asesino, el señor Y, con una pequeña introducción a sus neuras diarias, a cómo es el inicio de su día a día. Una hipocondría que le hará ser uno de los hombres más desgraciados y con mala suerte que se conoce y que le ayudará en la que será su última misión, matar al señor Blaisten antes de morir. A la par que seguiremos a este asesino en la preparación de dicho acto y a la víctima, tendremos ocasión de conocer el ejercicio metaliterario que el autor ha realizado y que podría definirse como el licor dentro del bombón.
Porque ha aprovechado el tema de la hipocondría para ir relatando diferentes afecciones de literatos y pensadores (desde Voltaire a Poe, entre muchos otros) y cómo eran sus “neuras”, a las que se enfrentaban a la hora de escribir o de formular sus pensamientos, e hilvanadas con las correrías del asesino, son un método muy eficiente de dejarnos tomar aire ante los momentos críticos del intento de asesinato. Ya que aún en la tensión de dichas escenas, que tienen puntos muy divertidos, como cuando hablan teniendo los síntomas de una enfermedad que no le permite expresarse correctamente y sus frases son un verdadero dislate o cuando sufre el Síndrome del Acento Extranjero.
La novela está compuesta de capítulos de muy corta extensión, entre dos y cinco o seis páginas, lo que la dota de gran dinamismo, y a la vez, entiendo que cada una de esas piezas es un pequeño relato (el autor no puede alejarse de sus anteriores trabajos) que tienen como denominador común a este asesino polienfermo y su objetivo. Y será a través de ellos donde veremos la evolución de ambos protagonistas, ya que considero que lo son ambos, porque si bien todas las miradas caerán en el señor Y, no en vano es el narrador de la trama y por lo tanto todas las escenas cuentan con su presencia (incluso cuando no está delante), también es acertado señalar a Blastein, que pasará a lo largo de las páginas de ser alguien muy seguro de sí mismo a tener otro perfil bastante diferente.
En definitiva, Muñoz-Rengel da el salto a la novela con una historia muy elaborada en cuanto a la unión de los capítulos de las enfermedades literarias y divertida en cuanto a las situaciones que el señor Y debe ir solventando por las diferentes problemáticas que le acarrean las enfermedades que irá padeciendo, y es que salir a la calle es un suplicio para este hombre. Una forma ideal de pasar una buena tarde entretenida, de conocer datos de autores y pensadores que igual no habíamos tenido la idea de conjuntar y una vez terminado, acabar con una sonrisa en la boca.
Esta vez, la portada y el interior son dos elementos a tener en cuenta.
La manía de leer, 19/01/2012
CHÉRTIDE CHISPAS, EN EL GATO NEGRO
Por Bernadro Luis Munuera.
Así decidí titular el post cuando leí la frase, que en realidad es una línea del diálogo que podéis leer en la página 85 de la primera novela de Muñoz-Rengel, El asesino hipocondríaco. Y decidí titularlo con esas seis palabras porque podían resumir toda la novela, y sobre todo, la intención con la que Juan Jacinto la ha escrito. Es más, yo la hubiese titulado así. La creatividad y la filosofía toman estos derroteros.
Es su primera novela. Antes, Muñoz-Rengel escribió los libros de relatos De mecánica y alquimia (Salto de Página, 2008), Premio Ignotus al mejor libro de cuentos del año y finalista del Premio Setenil, y 88 Mill Lane (Alhulia, 2006). El asesino hipocondríaco es su primera novela, “cuyo manuscrito recibió elogios de José Saramago, Juan Cruz, Pablo de Santis y Rosa Montero, entre otros escritores”, escriben en la solapa del libro.El protagonista de la novela es un argentino que trabaja de asesino a sueldo y tiene como misión asesinar al señor Blaisten, que es otro argentino que “siempre camina con presteza” y tiene una amante; los tres residen en Madrid. El protagonista asegura: “Me pagaron por adelantado, y yo soy un hombre de moral kantiana”. Ése es el objetivo y esa es la novela. Ahora solo rest aba escribirla, y Muñoz-Rengel lo hizo, ¡qué bien!
La novela comienza con una advertencia del protagonista: “No me queda más que un día de vida, después de haber escatimado quince millares a la muerte, sólo me resta uno más. Dos a lo sumo”. Así nos introduce en el vaivén existencial e hipocondríaco del protagonista a lo largo de los cincuenta y siete capítulos del libro que, en tres horas y media, están leídos.
Muñoz-Rengel es filósofo de formación. Y decidme, ¿qué filósofo escribe sin soltar en algún momento en sus escritos una K mayúscula, una a, una n y una t? ¡Ninguno! Muñoz-Rengel no iba a ser menos y por eso solapa las primeras acciones del asesino con las costumbres que Kant dijo tener. Y es desde aquí cuando la novela coge el ritmo imparable que la lleva hasta el final.
La muerte en la novela es tema principal. ¿No iba a serlo con el título que lleva, El asesino hipocondríaco? Pero Muñoz-Rengel nos demuestra cómo todas las muertes están relacionadas y así, empieza con la descripción de secuencias de la vida de Poe y de los hermanos Goncourt y la descripción autobiográfica de sí mismo, del protagonista asesino con respecto a esos otros hermanos que no tuvo porque “no se conocen más de cien casos de gemelos parásitos en el mundo”. El asesino siempre pensó que su hermano era “el homúnculo que conduce mi cuerpo, el homúnculo situado en la cabina de mandos y responsable de todo el reguero de víctimas que va dejando mi oficio”.
Pero si la muerte es tristeza, díganme si el capítulo 14 no es un homenaje a Gila, a Gogol y a todas las narices del mundo:
“-El látex se obtiene del árbol tropical del caucho, y yo soy alérgico al plátano, al kiwi, al aguacate, y al látex. ¿No las tienen de poliestireno?
-Pues creo que no, la verdad -dice la joven.”
Y Gogol en La nariz: “Iván Yakovlievich tuvo que recoger la nariz y guardársela en el bolsillo”. El asesino hipocondríaco vive de la verdad de la ficción hasta que su mundo cobra vida propia. Vivir de un personaje cuyo cuerpo enferma o sana en función de la decisión de matar o dejar vivir a otro personaje es inclinarse ante el principio de la fluidez en la narración y sobre todo, el “sentir los riñones como puños clavados en la espalda”.Muñoz-Rengel narra la persecución de un asesinato y antes de que que el protagonista pueda desfallecer, le busca remansos dentro de la prosa. Así cuenta verdades sobre Swift, Poe, Descartes, Byron, Tolstoi, Maupassant, Molière, El hombre elefante, Coleridge, Tolstoi, Voltaire y Nieves Concostrina, de ella, casi al final del libro.
Gracias a El asesino hipocondríaco sé qué es el Síndrome del Acento Extranjero, la Maldición de Ondina y el Síndrome de Moebius. Del primero aprendes que tienes que dejar de preocuparte por la prosodia de las frases que dices y del segundo y tercero, ahí tienen la novela…
¡Chértide chispas, en el gato negro! Página 85. Fallido intento de nuevo. Magia de las palabras, ¡y de su semántica!
Ja, Ja, Ja, “espasmo profesional”, escribo en mis notas. Qué capítulo tan divertido el treinta. “¿Vendemos la casa esta noche? Creo que no hay inmobiliarias de guardia”, escribe. Amanecer muerto el protagonista y contarlo. Ese es el timbre y el estilo de la novela. Cruzar creatividad y prosa con chispas y trazas de genialidad más semántica más lucidez. Y vino de Málaga, puesto que no hay vino más “sabroso” que ése.
De un protagonista que come en el McDonald’s de la calle Isaac Peral, detrás de la plaza de la Moncloa, y que se corta las uñas porque sabían demasiado es fácil creerse los principios que sigue como asesino profesional; todos en el capítulo cuarenta y uno.
Anécdotas de escritores. El oso blanco de Tolstoi, una genialidad; la muerte que le sobreviene a Molière vestido de amarillo, embarazos imaginarios en Voltaire y tener y continuar siendo un hombre de moral kantiana para persistir y pertrechar, si se puede, un asesinato.
Dedicad tres horas, tres horas y media, cuatro si acaso a esta primera novela de Muñoz-Rengel donde pasa de cuentista a novelista, y con arte, con mucho arte literario.
Señor Yurkievich, ¿dónde vive usted?
La Biblioteca Imaginaria, 19/01/2012
Por Cristina Monteoliva.
Vive este día como si fuera el último de tu vida. Al fin y al cabo, ¿quién sabe qué pasará mañana? Ninguno estamos a salvo de grandes catástrofes nucleares, fenómenos meteorológicos extremos, ni siquiera de que nos caiga una teja en la cabeza. Pero, ¿y si el mal que pueda sesgarte la vida no está fuera, sino dentro de ti? ¿No has pensado nunca en que quizás ese dolor de cabeza que sueles tener sea algo más, o que tu corazón se acelera últimamente por alguna razón más médica que emotiva? Quizá tú no lo hagas; pero M.Y., el protagonista de “El asesino hipocondriaco”, la nueva novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel, no puede dejar de pensar en lo cerca que está su muerte. Si queréis conocer un poco más de tan singular personaje, seguid leyendo esta reseña.
El señor M.Y. está a punto de morir. ¡No es posible que un cuerpo tan enfermo y debilitado como el suyo pase del día de hoy! Y, sin embargo, aún le queda algo importante que hacer: matar a Eduardo Blaisten, el hombre al que lleva siguiendo desde hace más de un año. ¿Qué tiene M.Y. en contra de Blaisten? Absolutamente nada. En otras circunstancias, incluso, yo diría que ambos podrían llegar a ser amigos. Lo que sucede es que el señor Y es un sicario, uno tan profesional que no será capaz de dejar este mundo hasta que acabe con su objetivo. ¿Lo conseguirá?
Tan horrible es la enfermedad como el sentirse siempre enfermo. Así, el hipocondriaco, aquejado como está de un sinfín de enfermedades que sólo él puede percibir como tales, es incapaz de disfrutar de la vida. Y es más: todas esas dolencias psicosomáticas le impiden realizar las tareas más cotidianas. ¿Cómo llevar a cabo un asesinato en tales condiciones? La respuesta a ésta, y a tantas otras preguntas, la tiene el señor Y, un grandísimo hipocondriaco, además de un asesino a sueldo un tanto patoso (aunque persistente). Pero eso no es todo, amigos, pues Y es también un narrador cuidadoso, de prosa ágil y amena. De esta manera, gracias a Y, los lectores que se acerquen a este libro no sólo conocerán la vida y milagros de un hombre que vive pensando que cada segundo podría ser el último, el sinfín de enfermedades (detalladas, por supuesto) que padece, sus andanzas tras el pobre Eduardo Blastein y hasta los verdaderos motivos que le llevan a cumplir su última misión, sino también la interesante vida de grandes hipocondriacos, como Edgar Allan Poe, Inmanuel Kant, León Tolstoi, Lord Byron, y un largo etcétera de nombres, siempre en un intento de encontrar la empatía del lector. ¡Si es que acaso eso es posible!
Como contrapunto a Y tenemos a Blaisten, ese hombre al que alguien quiere ver muerto y que tendrá que padecer las torpezas del asesino a sueldo a lo largo de todo el libro. La evolución del personaje es clara, pasando de un tipo seguro de sí mismo, todo un triunfador, a prácticamente todo lo contrario. Pero mejor que lo comprobéis por vosotros mismos.
“El asesino hipocondriaco”, esta nueva y esperadísima obra de Juan Jacinto Muñoz-Rengel, uno de los escritores más brillantes del panorama literario actual (a sus montones de premios ganados me remito al hacer esta afirmación), es, en definitiva, una hilarante novela protagonizada por un personaje singular, además de un thriller único en el que es imposible adivinar cómo acabará todo. La novela, además, aporta datos de lo más interesantes sobre personajes de la historia que, además de ser célebres en su campo, eran hipocondriacos consumados. Adéntrate, por tanto, entre sus páginas si lo que quieres es reír a carcajadas, aprender mucho sobre enfermedades reales e imaginarias, conocer un poco más a tus autores / personajes favoritos de la historia y, finalmente, disfrutar de un thriller la mar de original e inteligente. Y si tienes miedo de convertirte en hipocondriaco mientras lo haces, no te preocupes, que el libro viene con un frasco de píldoras de regalo para aquejados de ese mal. ¿Quién podría resistirse entonces?
Vive la vida como si fuera el último día de tu vida. Al fin y al cabo, ¿quién sabe lo que pasará mañana? Y si lo haces leyendo un libro tan divertido y original como “El asesino hipocondriaco”, ¡mejor que mejor! ¿Te atreves a comprobarlo?
Fuera de lugar, Enero de 2012
Por Ricardo Bosque.
Juan Jacinto Muñoz-Rengel acaba de publicar su primera novela con el título de El asesino hipocondriaco después de dos magníficos y muy recomendables libros de cuentos: 88 Mill Lane (Alhulia, 2005) y De mecánica y alquimia (Salto de Página. 2009).
M.Y. es un asesino a sueldo que tiene el encargo de matar a E. Blaisten. M.Y. es metódico, excéntrico e hipocondriaco y cree de sí mismo que es alguien peligroso, con una mente especialmente entrenada y un gran profesional del crimen. M.Y. es solitario y paranoico pero con un importante bagaje de lecturas que le han acompañado en su soledad y le han ayudado a comprenderse a través de las desgracias y enfermedades que comparte con ilustres filósofos y escritores. M.Y. cree que le queda poco tiempo de vida pero, por encima de todo, su deber no es otro que cumplir su misión; esto le obliga a tomar en ocasiones decisiones improvisadas, saltándose sus meditadas planificaciones, que le conducen a situaciones disparatadas. A M.Y. todo le sale mal como al Coyote de los dibujos animados cuando inventaba mil argucias para capturar al Correcaminos y solo conseguía empeorar su propia situación.
Este personaje obsesionado por supuestas enfermedades nos recuerdan inevitablemente al protagonista de El enfermo imaginario de Molière. En ambos casos se trata de dos divertidas y entretenidas obras donde los protagonistas son esclavos de su hipocondría y esto les lleva a situaciones absurdas. Como Argán (el protagonista de Molière), M.Y. piensa que padece múltiples dolencias y las vive con pasión. Ambos personajes desconfían de los médicos que no logran resolver sus problemas de salud pero de algún modo se aprovechan de su fatalidad. Argán se hace el muerto para conseguir cierta información mientras que M.Y. utiliza sus enfermedades como posibles coartadas o atenuantes del crimen que quiere cometer. También hay una herencia como responsable de los crímenes que se intentan perpetrar; en El enfermo imaginario es la mujer de Argán la que desea que su esposo enferme y muera para cobrar la herencia. En cambio, en El asesino hipocondriac no es a M.Y. a quien quieren asesinar sino que es él el encargado de matar a Blaisten pero auspiciado por alguien a quien le mueve el mismo objetivo. Pero M.Y. es una persona asocial y aislada, un espíritu sensible y melancólico, mientras que Argán está casado y tiene una vida social normal. Eso hace que M.Y. sea mucho más entrañable y único, un personaje, como dice Rosa Montero, inolvidable.
La novela de Muñoz-Rengel es ágil, cómoda de leer por la estructura de sus cortos capítulos, muy divertida y en sus páginas encontramos un cuidado juego metaliterario que le sirve para rendir homenaje a filósofos y escritores.
Las vacaciones de Holden, Enero 2012
Por Cecilia Blanco Pascual.
Inauguremos, pues, el año y hagámoslo con buenas lecturas. De manera un tanto casual ha venido a mis manos esta novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel, una comedia negra más que divertida protagonizada por el genial Señor Y., un asesino a sueldo “de moral kantiana” que amanece cada día in articulo mortis, aquejado como está de una nómina interminable de improbables enfermedades. El deber es, sin embargo, el deber, un imperativo categórico que lo lleva a arrastrarse por todo Madrid -y la Sierra- detrás de Eduardo Blastein, una víctima imposible que, cual nuevo Correcaminos, llevará a nuestro hipocondríaco antihéroe a forzar su cuerpo y su inventiva, por no hablar de la jurisprudencia, a límites inimaginables que dejarían en ridículo a la mismísima ACME del Coyote.
Sí, es ésta una novela ciertamente divertida, capaz además de convertir en virtud el que en otras circunstancias podría considerarse un defecto. Las repeticiones del esquema básico de la trama no cansan al lector, sino que devienen en un elemento cómico más, hasta el punto de que, aún no ha fracasado, y una ya espera impaciente el próximo capítulo para averiguar qué nueva estratagema imposible ha ideado el Señor Y. para acabar de una vez con Blastein.
Así que háganme caso y, cuando quieran reírse con ganas, lean, lean.